sábado, 14 de febrero de 2015

UNA NOCHE DIFERENTE: CAPITULO 11





Paula yacía sobre la colcha blanca con la mirada clavada en el techo. Si no hubiera sido tan cobarde, le habría pedido que la llevara a su casa. Y si no hubiera tenido tanto miedo de no tener una casa a la que volver.


De tenerla todavía, habría estado infestada de periodistas dispuestos a lanzarse sobre ella y sobre Alejo. Y tenían motivos, dado el escandaloso titular de que la novia se había quedado embarazada de otro hombre. La boda del siglo se revelaría como una gran farsa, para deleite de la prensa. Justo en ese momento, llamaron a la puerta.


—¿Sí?


Entró una mujer menuda de pelo oscuro.


—El señor Pedro desea que se reúna con él a cenar en la terraza.


—¿De veras? —inquirió ella de mal humor—. ¿Y para cuándo me espera?


—Dentro de diez minutos, señorita.


—Dígale que tardaré veinte, tengo que vestirme. Y dígale también que no deje que eso se le suba a la cabeza.


La mujer asintió y abandonó la habitación. Paula se sintió como una arpía. Una arpía sudorosa, mala, ya que todavía estaba acalorada por el paseo, y de un pésimo humor. Una rápida ducha hizo maravillas con lo de sudorosa, pero la maldad seguía bullendo mientras se ponía un sencillo vestido negro y tacones del mismo color. Se puso un collar de perlas y se miró de perfil. Maquillaje y peinado estaban bien. Parecía normal. Como la Paula a la que estaba acostumbrada a ver en el espejo cada día.


Lo cual era extraño, porque no se sentía en absoluto como la Paula de costumbre. No desde el día en que puso los ojos en Pedro Alfonso. Suspiró profundamente y abandonó la habitación para encontrar a la criada esperándola.


—Yo la llevaré con el señor Pedro.


—Gracias.


Fue entonces cuando tomó conciencia de lo atrapada que se sentía en aquel lugar. A cada paso que daba por aquel suelo de mármol blanco en dirección a la terraza, tenía la sensación de que una soga se apretaba cada vez más en torno a su cuello.


—La señorita Paula —dijo la mujer como si estuviera anunciando a una duquesa.


Pedro se levantó. Por muy furiosa que estuviera, aquel hombre siempre se las arreglaba para dejarla sin habla. 


Llevaba una sencilla camisa blanca con el cuello desabrochado y las mangas enrolladas, lo que destacaba el bronceado de su tez. Parecía tan natural y tan ridículamente sexy… No era justo. No era justo que su cuerpo reaccionara ante un hombre así. Un hombre que la había engañado, manipulado y que virtualmente la mantenía cautiva en una isla.


Se sentó, y él lo hizo también.


—Confío en que habrás descansado bien —le dijo Pedro.


—Lo dudo. Estoy segura de que sabrás que he pasado la última hora poniéndome frenética en la intimidad de mi habitación.


—Supongo que es normal.


—He descubierto que estoy embarazada, aparte de todo lo demás, de modo que sí, es normal.


—Es por eso por lo que te propuse matrimonio —le recordó él—. No para robarle Chaves a Alejo, sino por el bien del bebé.


—Estupendo. Pues debes saber que no me casaré contigo. Ni por el bebé ni por nada. Al menos no hasta que mi hermana se case y yo esté segura, al cien por cien, de que no te quedarás con Chaves por culpa de mi indiscreción. No permitiré que perjudiques a Alejo ni a mi familia —de repente se le pasó por la cabeza un sobrecogedor pensamiento—. Ah, y, si se te ocurre ir detrás de mi hermana, te advierto que te cercenaré tu miembro viril con una navaja de filo romo.


—No tengo ningún deseo de seducir a tu hermana —repuso él recostándose tranquilamente en su silla, de cara al mar—. Mis planes, mis prioridades, han cambiado. Mi lealtad está ahora con mi hijo, no con mi venganza.


—Bueno, el embarazo está en su primera etapa, y puede terminar malográndose, así que te lo repito de nuevo, el matrimonio está descartado.


—Para ti quizá, pero no para mí. Yo continuaré sacándolo a colación en las ocasiones en que lo considere apropiado.


—Eres como un grano enorme en el trasero, ¿lo sabías?


—Por supuesto —repuso él mientras se llevaba la copa de vino a los labios.


—Esa es otra razón para no casarme contigo —le recordó ella después de beber un sorbo de agua.


—¿Por qué entonces consentiste en acompañarme?


—Porque soy una cobarde tremenda —respondió Paula—. Entre otras cosas.


—¿Qué otras cosas?


—También soy una imbécil. No puedo creer que cayera rendida ante tu… encanto. Pero tengo que preguntarte algo, Pedro. ¿Cómo es que un tipo como tú quiere tener un bebé?


—Yo no quiero tener un bebé. Quiero a mi bebé, que es algo completamente diferente.


—Yo habría pensado que desentenderte de él sería la solución más fácil para ti.


—¿Y eso por qué?


—Bueno, muchos hombres lo hacen. Y dado que tú te… relacionaste conmigo con la idea de vengarte de Alejo, entiendo que comprometerte con el bebé no servirá para nada a ese propósito. Sobre todo teniendo en cuenta que no me casaré contigo y no dejaré que arrebates Chaves a Alejo.


—Es una cuestión de honor.


—¿Tú tienes honor? ¿Dónde estaba tu honor cuando me robaste la virtud en Corfú?


—¿Virtud, dices? La virginidad sí que la recuerdo, me la ofreciste en bandeja. Lo que no recuerdo es habértela robado.


—Es igual. El caso es que todavía no sé qué es lo que quieres.


—Quiero a mi hijo —le dijo bajando la copa y apoyando ambas manos sobre la mesa—. Porque sé bien lo que es crecer sin un padre. Sé lo que es crecer con miedo. Mi hijo nunca conocerá eso, yo lo protegeré. Mientras yo esté a su lado, no tendrá absolutamente nada de qué preocuparse.


Paula bajó la mirada a la mesa y se encontró con el plato de arroz con pescado que le habían puesto delante. No le resultaba nada apetitoso, a esas alturas tenía un nudo de angustia en el estómago.


—Eso habla muy bien de ti, Pedro.


—Cada padre debe velar por su hijo. ¿Qué me dices de ti, Paula? ¿Velaron tus padres por ti?


—Sí. Mi padre siempre estuvo muy pendiente de mi hermana y de mí, y, cuando apareció Alejo… Quiere a Alejo como a un hijo. Y mi madre también lo quería.


—Dijiste que tu madre había muerto, ¿verdad?


—Hace unos cuantos años. Estaba enferma. Esa es la única razón por la que no llegué a cursar estudios universitarios. Tenía que ayudar. Lucila era muy joven y… necesitaba vivir su vida. Mi madre no era una persona de trato fácil, pero estaba enferma y necesitaba a alguien. Así que no puedo arrepentirme del tiempo que pasé con ella —jugueteó con su tenedor—. Pero luego… bueno, Alejo expresó el deseo de que él y yo…


—¿Por qué le hiciste esperar tanto?


—Ahora puedo ver con toda claridad que, si yo le iba dando largas, diciéndole que quería «vivir un poco primero» era porque no sentía nada por él. Salí con otros hombres, pero no fueron relaciones serias porque aunque sabía que Alejo no me prohibía nada, yo seguía teniendo la sensación de que lo estaba engañando. Luego hicimos oficial nuestro compromiso, que se prolongó durante años, y fue una situación… cómoda —bajó la mirada a su vaso—. Pero ahora todo ha cambiado.


—Bueno, todo no. Sigues sin estar casada.


—Y no pienso estarlo.


—¿Porque no confías en mí?


—Sí. Y también hay otra cosa. Mi padre prometió que legaría Chaves a la hija que se casara primero y a su esposo. Y cumplirá esa promesa, de modo que tú no sacarás ningún beneficio de esto. Lo siento.


—Lástima.


—Estoy exhausta —dijo de pronto, levantándose—. Creo que lo de la cena no ha sido una buena idea. Me retiro a mi habitación.


—¿No piensas comer nada?


—Pide que me lleven galletas a la habitación. Y café descafeinado. Con eso bastará.


Se giró en redondo y volvió a su dormitorio. Abrió la puerta con impulso y la cerró dando un portazo. Necesitaba algo. 


Necesitaba… abrir una ventana para poder respirar. Fue al otro lado de la habitación, descorrió las cortinas y abrió la ventana de par en par. La brisa del mar no consiguió aliviar la opresión que sentía en el pecho.


Tenía unas enormes ganas de llorar, pero no podía. Se había esforzado tanto por mantener sus emociones y sus deseos bajo control que en ese instante era incapaz de desahogarse. Ni siquiera podía ser ella misma cuando estaba sola.


Maldijo a Pedro. Estaba tan furiosa con él, tan dolida por lo que le había hecho… Y aun así seguía anhelando aquellos momentos de desahogo, de liberación. Aquellos momentos durante los cuales se había sentido perfectamente cómoda consigo misma, y que solamente él había podido darle. Pero no, no volvería a sus brazos. Nunca más.


Alejo se casó conmigo.


Paula se quedó mirando el mensaje de texto que había recibido de su hermana, aturdida. ¿Que se había casado con su hermana? ¿Lucila se había casado con Alejo?


Cuando aquella mañana le mandó el mensaje, no había esperado aquello. Se sentó inmediatamente ante su portátil y tecleó el nombre de Alejo Kouros. La primera noticia que encontró en la red tenía el siguiente titular: Alejo Kouros se Casa con una Novia de Recambio.


—¡Vaya!


Tomó su teléfono y envió un mensaje a su hermana: 

Diablos. Acabo de leerlo en Internet.


La respuesta de su hermana le llegó rápidamente: 

¿Eres feliz? Tú no amabas a Alejo, ¿verdad?


Lucila, todavía preocupándose por ella. Paula era incapaz de imaginarse a su dulce hermanita con Alejo. Diablos, era ella la que estaba preocupada…

No de esa manera. No como para necesitar casarme con él. 


Envió el mensaje. Era una mentira por omisión, porque en condiciones normales se habría casado con Alejo. Si las cosas no hubieran cambiado. Si no hubiera sido por el bebé.

¿Amas a Pedro?


El mensaje de su hermana tuvo el mismo efecto que un puñetazo en el pecho. Porque la transportó de nuevo a aquella noche. A aquellos sentimientos. Sentimientos que no habían tenido nada que ver con nada de lo que hubiera experimentado antes.


Necesito estar con Pedro. Tecleó el mensaje, pero no lo envió de inmediato. Era la verdad. Tenía que pensar sobre lo que iba a hacer, tomar una decisión. Solo estaba segura de una cosa: tenía que dar a Pedro una oportunidad, la de intervenir en la vida de su hijo. Más allá de eso, no tenía la menor idea.


Acabó su conversación con Lucila y arrojó el móvil a la cama. Su anterior argumento de defensa, el de que Pedro era el villano de la película, resultaba en ese momento mucho más débil. Aunque era agradable saber que Chaves estaba seguro. Que por fin había ido a parar a manos de Alejo, porque aunque no había querido casarse con él, tampoco había querido que lo perdiera.


Pero Lucila… Oh, esperaba que su hermana fuera feliz. Y que supiera lo que estaba haciendo. Lucila siempre había profesado un cariño especial a Alejo. Siempre se habían llevado muy bien, pero jamás se le había pasado por la cabeza la idea de que pudiera casarse con él.


Justo en ese momento, llamaron a la puerta. Adivinó que se trataba de Pedro.


—Adelante —pronunció, irguiéndose.


—Se han casado —dijo Pedro nada más entrar.


—Ya lo he visto.


—¿Estás bien? —le preguntó, en un sorprendente rasgo de sensibilidad por su parte.


—Yo… sí. Estoy preocupada por Lucila. Yo no quería que ella… se casara con alguien a quien no amaba por mí.


—Quizá no lo haya hecho por ti.


—Por supuesto que lo ha hecho por mí.


—El mundo entero no gira a tu alrededor, ¿sabes?


—No, soy bien consciente de ello. Pero lo que yo quiero no parece que cuente para nada.


—¿Lamentas no haberte casado con él?


—¿Quieres decir si lamento no estar ahora mismo atrapada en un matrimonio sin amor?


—Podrías estar atrapada en uno conmigo.


—Buen intento, pero no. Creo que voy a disfrutar de mi recién descubierta libertad.


—¿Qué quieres decir?


—Lo he estropeado todo. Cuando la prensa se entere… dejaré de ser su princesa. Mi padre se llevará la gran decepción. Lucila ha tenido que casarse con alguien que no quiere por mi culpa. Ya no tengo razón alguna para seguir haciendo lo que los demás esperan de mí. Ni para empezar de nuevo —soltó una amarga carcajada—. Y tampoco tiene sentido intentar volver atrás. Probar a legitimar mi situación casándome con el padre de mi hijo cuando eso no cambiará las circunstancias.


—Entonces, ¿estás dispuesta a enfrentarte a la prensa?


—De ninguna manera. Yo… quiero que sepas que, tanto si estaba embarazada como si no, con prensa o sin ella, incluso aunque no hubieras venido a buscarme… yo no me habría casado con él.


—¿De veras? —le preguntó él con voz ronca.


—Sí. Pero ahora mismo no me siento nada valiente. Seguiré escondiéndome. Soy una cobarde, me siento totalmente frágil y quiero ocultarme por un tiempo y analizar… todo lo sucedido. Ver cómo… se desarrolla el embarazo.


—¿Tienes algún motivo para temer que puedas llegar a perder el niño?


Parecía afectado ante la idea, lo cual resultó extrañamente conmovedor. Casi parecía querer el bebé, como si fuera a dolerle en caso de que llegara a perderlo. Ella misma se sorprendió, en aquel preciso instante, de lo mucho que se deprimiría si eso terminaba produciéndose. Quería tener el bebé, fueran cuales fueran las circunstancias.


—No, ninguno al margen de las estadísticas.


—Tengo que volver a Nueva York para trabajar. Necesito entrevistarme con varios clientes en persona.


—Ya. Bueno, pues que te diviertas en Nueva York.


—¿No vas a acompañarme?


—¿Estoy invitada?


—Por supuesto. ¿O quieres quedarte aquí?


Sabía que debería volver a casa y enfrentarse con todo. Con su padre, con todo. Pero todavía no estaba preparada para eso. Todavía no estaba preparada para compartir con su familia su… relación con Pedro. Cuando les revelara que estaba embarazada, tendría que confesarles su indiscreción y todavía no estaba en condiciones de decírselo.


—Sí.


—¿Sola?


—De hecho,la perspectiva me parece ideal.


—Bueno, como quieras. Te veré la semana que viene.


Paula asintió lentamente con la cabeza.


—Hasta la semana que viene, entonces.


—Luego… ya decidiremos lo que haremos.


Ella volvió a asentir, reprimiendo un gruñido. Por su parte, aún no estaba en condiciones de decidir nada.


—La gente no me dice que no, Paula. Estás advertida.


—Es curioso. Yo te he dicho que no unas cuantas veces.


—Sí, pero antes de que me dijeras que no, me dijiste que sí. Y de forma muy enfática. Estoy seguro de que volverás a decírmelo.



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