sábado, 14 de febrero de 2015

UNA NOCHE DIFERENTE: CAPITULO 13





Has querido lucirte —le reprochó Paula mientras contemplaba la suite, caminando hacia el ventanal con vistas al mar.


El vuelo a Cannes había sido rápido, sin mayores problemas.


—La habitación a la que tú me llevaste era muy bonita. Y el servicio excelente.


Pedro vio brillar en sus ojos algo que no le gustó. Dolor. Vergüenza.


—No tienes derecho a bromear sobre aquella noche —le dijo ella—. No me gusta recordar la manera en que me utilizaste.


—Tú también me utilizaste a mí. Al fin y al cabo, estabas comprometida con otro hombre. No estabas libre de culpa.


—Pero tú lo sabías. Yo no te engañé.


—¿Tenemos que volver a hablar de eso? Yo me sentía… culpable después de lo sucedido, Paula. Fue por eso por lo que no llamé a Alejo. Y por lo que fui a buscarte el día de tu boda. Por lo que fui a verte a ti, y no a él.


—¿Te sentías culpable?


—Es algo que suele suceder cuando buscas vengarte de alguien… y te descubres a ti mismo manipulando a otra persona para hacerlo. Con lo que acabas sintiéndote igual que aquel a quien desprecias.


Era la verdad. Después del incidente con Paula, había llegado a sentirse sucio. Vacío. Víctima o depredador. ¿Qué era él? Ni siquiera conocía la respuesta.


—Te remuerde la conciencia, ¿eh? —dijo ella.


—Quizá no sea tan mala persona como crees. Es posible que no sea tan bueno como me imaginaba, pero tampoco soy un ser completamente inmoral.


—Tú… ¿de verdad creciste en un burdel con Alejo?


—Sí —respondió con un nudo en el pecho—. No creo que él me recuerde. Yo era un niño cuando él se marchó de allí. Tendría quizá unos ocho años. Pero yo sí me acuerdo de él. Y de su padre.


Sentía como un peso de plomo en el pecho. Como siempre que pensaba demasiado en… todo.


—Alejo nunca me habló de la vida que había llevado antes de que entrara a trabajar para mi familia —dijo ella—. Nunca me dijo una sola palabra al respecto y es ahora… cuando me resulta un tanto extraño. Pero Alejo es tan serio y formal… No me lo imagino para nada como el hombre que tú me has descrito.


—No era más que un muchacho en aquel entonces.


—Ni siquiera bebe alcohol. Es el hombre más formal que he conocido, y quizá por eso no me inspire ninguna pasión. Pero es un amigo. No es una mala persona.


—Pero lo fue —replicó Pedro, necesitado de justificarse.


—O quizá simplemente pasó por una mala etapa. Como tú mismo has reconocido, tú tampoco te portaste muy bien conmigo.


—No.


—Ni yo contigo. Pero tampoco creo que fuera mi peor comportamiento. Bueno, depende de cómo se mire. Porque no cumplí mi promesa… y eso no fue justo por mi parte.


—¿Cuál fue tu peor comportamiento?


 —No quiero hablar de ello. De hecho, lo que debería hacer ahora es salir corriendo en busca de Aldana.


—Te acompaño.


—No es necesario.


—Quiero hacerlo. Quiero ser parte de tu vida. Y me siento frustrado porque no sé cómo podría hacerlo sin mentirte.


Paula frunció el ceño.


—¿Qué me dirías?


—¿Cómo?


—¿Qué me dirías si tuvieras que mentirme para conservarme a tu lado?


Contempló aquel rostro perfecto y aquellos profundos ojos azules en cuyo fondo asomaba el dolor. Un dolor que no quería acentuar, pese a saber que ya lo había hecho.


—Te diría que te amo. Que mi vida no sería nada sin ti. Que te necesito. Más que respirar.


Vio que se le llenaban los ojos de lágrimas y, por un instante, deseó que lo que acababa de decirle fuera cierto. 


Pero él no sabía cómo sentir aquellas cosas. Y aunque supiera… nunca se arriesgaría a hacerlo.


La imagen de un bebé apareció de pronto en su mente. Un diminuto recién nacido que parecía llorar de necesidad. De necesidad por él. El pecho se le apretó de emoción. De alguna manera volvió a experimentar aquella impotencia que había sentido de niño, rodeado de maldad. Cuando aquellos que deberían haberlo protegido… habían sido precisamente los monstruos.


No había mayor desesperanza que aquella. Y él la había sentido cada día. Una sensación que se había intensificado el día que conoció la verdad. El día en que huyó. «Y ahora vas a ser padre», se recordó. El pensamiento hizo que le flaquearan las rodillas.


—Bueno —dijo ella, interrumpiendo sus reflexiones—, eso sería muy melodramático —tragó saliva, visiblemente—. Y, por supuesto, no te creería.


—Muy sabio por tu parte. Eso se llama aprender de los propios errores.


—Supongo que sí. Bueno, me voy a ver a Aldana. Sola. Así que ya puedes buscarte algo para distraerte.


—¿Dónde está la tienda?


—Ya te mandaré la dirección en un mensaje.


—¿A qué hora te espero? —le preguntó él, cruzándose de brazos.


—A ninguna. Ya volveré cuando sea.


—¿De modo que no sabré si los paparazzi te han acorralado en algún callejón o si simplemente te has retrasado? Eso no me gusta. Dime una hora o dame al menos la dirección.


—¿Estás… preocupado por mí?


—Por el bebé —precisó él, con un nudo en el estómago.


—Bueno, por supuesto. Era eso lo que quería decir.


—Ya.


—Me voy. Volveré sobre las siete. Si tardo más, te pondré un mensaje.



Pedro asintió y se la quedó mirando mientras abandonaba la habitación. Quizá debería estarle agradecido por haber rechazado su proposición de matrimonio. ¿Qué sabía él de ser padre, de ser un buen marido? Lo único que sabía era que sentía la necesidad de estar cerca de ella. De protegerla. Al igual que a su bebé.


Quería ofrecer su protección a los dos. Pero ignoraba cómo podría protegerlos de él.


No, nunca les haría el menor daño físico, pero… Siempre se había imaginado la sangre de Alejo como si fuera veneno corriendo por sus venas. Era una visión que había tenido de niño cada vez que lo había visto a él, o a Nicolas, pasar a su lado. Y que, si podía cortárselas, el mal afloraría. Exudaban mal. Hasta que descubrió la verdad. Que aquella sangre era también la suya.





No hay comentarios.:

Publicar un comentario