sábado, 14 de noviembre de 2015

UNA CITA,UNA BODA: CAPITULO 21






Pedro estaba junto a Paula esperando a que el ascensor los llevara abajo, y se sentía extraño, agitado, nervioso. Al verla ahí, impresionante con ese vestido, lo habían asaltado tantas emociones que no había podido identificar ninguna en concreto… hasta ahora. Ahora estaban todas muy claras e identificadas, y burlándose de él.


La miró; tenía la cabeza ladeada mientras veía los números descender. La única indicación de que estaba tan tensa como él era el modo en que se movía su pecho.


Observó su reflejo en la puerta del ascensor. «¿Por qué no le compras un ramillete a esta chica si vas a comportarte como un adolescente de dieciséis años yendo al baile de promoción?».


Necesitaba recuperar la perspectiva… y rápidamente. Era una aventura, nada más. Un poco de diversión vacacional. 


Para ella podría ser porque ella sí que estaba de vacaciones. 


Se suponía que él tenía que rastrear la zona y estudiarla para encontrar localizaciones impresionantes para un futuro programa.


Las puertas se abrieron y dentro encontraron a un buen puñado de gente. Él instó a Paula a pasar con cuidado de no tocarla. ¡Maldita sea! Si tanto miedo tenía de que solo rozarla los llevara más lejos todavía, entonces estaba en más problemas de los que creía.


Ella lo miró y le sonrió. Sus preciosos ojos verdes se oscurecieron y su piel se volvió rosada.


Inmediatamente lo invadió un intenso deseo; debería haberse marchado en cuanto se había dado cuenta de que ella sentía algo por él o, por lo menos, en el momento en que había captado que sería muy difícil alejarse.


Fingiría durante la boda para no avergonzarla delante de su familia, pero después fingiría que había surgido un asunto de trabajo urgente y se marcharía. Cortaría el fin de semana. 


Organizaría que su jet privado la recogiera a la noche siguiente mientras que él buscaba una plaza, la que fuera, en el próximo avión comercial que saliera de la isla.


Y entonces el martes por la mañana ella estaría de vuelta a su lado, en su silla favorita de su despacho y comiendo una ensalada César con un tenedor de plástico. Y mientras tanto, él lo único que querría hacer sería tirar al suelo todo lo que hubiera sobre el escritorio y tenderla sobre la mesa para hacerle el amor hasta que el edificio temblara.


¡Qué desastre!


El ascensor se detuvo en la planta de Elisa y Paula salió dispuesta a cumplir con sus labores de dama de honor. Se giró para decir algo, miró su reloj y se rio suavemente.


Al verla salir del ascensor, él sintió un extraño tirón en alguna zona de su pecho. Frotó esa parte de su cuerpo suponiendo que sus recientes proezas de atleta en el dormitorio estaban pasándole factura. Por otro lado, mientras las puertas se cerraban, en su cabeza recorrió una larga lista de montañas que aún tenía por escalar, comenzando por la más elevada, la más complicada, la más abrupta, y la más lejana de todas.






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