sábado, 7 de noviembre de 2015

EL SABOR DEL AMOR: CAPITULO 18





Mientras devoraba la boca de su acompañante con voracidad, Pedro se asustó de la fuerza de su propio deseo. 


Le daba miedo necesitar a una mujer de esa manera. Le hacía sentirse vulnerable e indefenso.


Aun así, no podía apartarse de ella.


Sería como negarse el oxígeno que respiraba.


Mientras sus lenguas se entrelazaban, ella gimió de placer. 


Pedro la tomó entre sus brazos y se excitó todavía más al notar su cuerpo esbelto junto al pecho. Tenían que haber quedado en su casa en vez de en el restaurante, se dijo. Al menos, así podía haberla arrastrado a la cama para continuar lo que habían empezado en la isla.


Poseer a Paula en la tienda de antigüedades había sido una de las experiencias más eróticas que él había experimentado y su recuerdo no hacía más que incendiar sus ganas de ella todavía más. Ni siquiera le amedrentaba pensar que habían tenido sexo sin usar protección.


Pero no quería hablar de ese tema.


–Ahora, ¿te das cuenta de por qué no es posible que mantengamos las distancias? – preguntó él, mirando el bello rostro sonrojado de su amante– . Nos gustamos demasiado.


Aunque los ojos de ella estaban llenos de deseo, también reflejaban incomodidad. De inmediato, se apartó de sus brazos y se sentó un poco más alejada.


–Bueno, entonces es mejor que no nos veamos en absoluto. No deberíamos habernos acostado. El sexo no hace más que confundir las cosas. Siempre trae problemas.


Sus palabras le recordaron a Pedro que ella había sufrido a causa de su última relación. No era raro que desconfiara tanto de los hombres.


–Ya te he dicho que eso no nos va a pasar a nosotros. Es cierto que he salido con muchas mujeres, pero nunca he mentido a ninguna respecto a mis intenciones. Por eso he querido ser franco contigo y confesarte lo que siento. No soy como tu exnovio y no te dejaré en la estacada como hizo él. ¿Puedes confiar en lo que sentimos a ver adónde nos conduce?


Paula apartó la vista un momento.


–Podría, pero es difícil, porque te pareces en muchas cosas a mi ex. Él también daba prioridad a su trabajo y su ambición y también hacía lo que le apetecía, porque se sentía con derecho a ello. Cuando descubrí que me había estado siendo infiel, me sentí muy estúpida. Por eso, no puedo confiar en mis sentimientos y no puedo confiar en los hombres como tú, Pedro.


–Solo porque se parecía a mí y te hizo daño, no significa que yo vaya a comportarme igual. Al menos, dame la oportunidad de demostrártelo.


–Es un riesgo que no quiero correr. En cualquier caso, tengo que centrar mi atención en buscarme un nuevo empleo y tú tienes que…


A pesar de su frustración y su excitación, Pedro tenía curiosidad porque ella terminara la frase.


–Continúa. ¿Qué tengo que hacer?


–Olvídalo. Yo no sé nada de ti. Nuestras vidas son muy distintas.


–Es obvio que tienes una opinión, así que por qué no me la cuentas.


Atrapada, Paula soltó un suspiro.


–De acuerdo, pero no te va a gustar. Lo nuestro no puede funcionar. La forma en que vives la vida es completamente extraña para mí y creo que te sentaría bien poner los pies en el mundo real de vez en cuando.


Pedro adivinó que no iba a ser agradable lo que le quedaba por escuchar, pero la animó a seguir de todos modos.


–¿Y qué más?


–Bueno… dicen que puedes conseguir todo lo que quieras y a ti te gusta el poder que eso te da. Me di cuenta desde el primer momento en que te conocí. Había belleza por todas partes a tu alrededor, pero fuiste incapaz de apreciarla. Lo único que veías era un edificio bien situado que querías adquirir a cualquier precio. Pero deja que te pregunte algo. ¿No tienes ya bastantes propiedades? Ni siquiera disfrutas lo que tienes porque siempre estás buscando más. Debe de ser difícil para la gente que te quiere, porque no puedes centrarte en cuidar esas relaciones… pues nunca estás satisfecho con lo que tienes. Me has dicho tú mismo que llevas meses sin ver a tus padres y comprendo que eso te duele. Quizá, deberías tratar de arreglar esa relación primero, antes de intentar estar con una mujer. La verdad es que siento lástima por ti… porque tu riqueza te ha impedido reconocer las cosas que realmente importan en la vida.


Pedro nunca se había quedado tan perplejo como en ese momento. Las apasionadas palabras de Paula le habían calado hondo… y le molestaban. Le dolían y… estaba furioso.


–¿Qué significa eso de que debería poner los pies en el mundo real? – preguntó él, tratando de controlar su rabia– . ¿Crees que he nacido rico y no sé lo que es trabajar duro para poder comer? Mis padres eran inmigrantes y provenían de familias muy pobres. Llegaron aquí, se mataron a trabajar y pudieron fundar su propio restaurante, sin ayuda de nadie. Cuando tuve edad suficiente, comencé a ayudarlos y me enseñaron a cocinar. Cuando me di cuenta de que se me daba bien, decidí que quería triunfar en la vida. He trabajado mucho para realizar mis sueños, por eso mi familia y yo nunca volveremos a pasar hambre. ¿Crees que debo disculparme por eso? ¡Ni hablar!


Ella frunció el ceño.


–Es encomiable que hayas hecho tus sueños realidad y, por supuesto, no creo que debas disculparte por tus logros. Estoy segura de que tus padres están orgullosos de ti. Pero ¿nunca has pensado que también importan algunas cosas de la vida que no se compran con dinero?


–¿Como qué? – le espetó él, irritado– . Que yo sepa, no hay nada gratis. Por suerte, siempre he comprendido que sin dinero no se llega a ninguna parte.


–¿Y qué me dices de la capacidad de mantener relaciones y experimentar el amor? ¿Crees que también hay que pagar por eso?


–El amor es de tontos – repuso él– . Es demasiado fácil perder. A mí me gustan las cosas que se pueden tocar.


Nada más hablar, por la mirada de Paula, Pedro supo que acabaría lamentando su cínica respuesta.


–¿Significa eso que nunca te vas a arriesgar a amar a nadie?


–Deja que te haga yo una pregunta, Paula. ¿Es tu madre bonita? Seguro que sí. Tu rico padrastro debió de verla como otra propiedad que adquirir y ella pensó que él la cuidaría mejor porque era rico. El amor no tiene nada que ver con eso. Quizá desprecias a ese hombre, pero fue un acuerdo de satisfacción mutua entre ambos y los dos salieron ganando.


Herida, Paula se puso en pie, tomó el bolso y lo apretó contra su pecho como si fuera un escudo.


–No lo desprecio. Odio que usara su riqueza para robarle mi madre a mi padre. Sí, sé que ella no fue del todo inocente. Pero nunca admiraré a nadie que use su dinero para una cosa así… sin importarle a quién dañe por el camino – le espetó ella– . Aunque me da igual lo que pienses. Apenas me conoces a mí… y menos a mi familia.


Pedro se levantó también, cruzándose de brazos.


–Tienes razón. ¿Cómo voy a conocerte cuando no confías en mí y no dejas que me acerque?


A ella le temblaron los labios. Parecía a punto de romper a llorar. Aunque deseó consolarla y abrazarla, Pedro se contuvo.


En esa ocasión, los comentarios de Paula lo habían herido en lo más hondo. Le había dolido que lo acusara de dar prioridad a su ambición por encima de las personas que lo querían. Le dolía porque sabía que era verdad. Le había hecho entender lo que había sucedido con sus padres y cómo su ansia de tener éxito había creado un abismo entre ellos, que cada día se hacía más insalvable.


–Creo que es mejor que me vaya – murmuró ella.


–¿Por qué? No pensaba que fueras una cobarde.


–No lo soy. Pero creo que no tiene sentido. Ninguno de los dos nos sentimos bien.


–Es verdad – repuso él, incapaz de poner en orden sus pensamientos.


–Una cosa más, antes de irme…


Invadido por el dolor y una terrible sensación de vacío, Pedro se quedó mirando cómo sacaba la cajita de la joyería del bolso y la ponía sobre la mesa.


–Estoy segura de que tus intenciones eran buenas, pero no puedo aceptarlo – dijo ella con suavidad.


Luego, con sus ojos violetas brillantes por la emoción, se dio media vuelta y se fue







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