miércoles, 18 de noviembre de 2015

CULPABLE: CAPITULO 5



La vida continuaba fuera, pero parecía que en aquella habitación el tiempo se había congelado.


Se abrió la puerta del baño y Pedro apareció completamente vestido. Excepto porque no llevaba corbata, tenía el mismo aspecto que cuando entró en el restaurante por primera vez. Como si no hubiera sucedido nada.


Como si hubieran compartido el café y la tarta en lugar de sus cuerpos.


–Tengo que ir a una reunión – dijo él– . Puedes quedarte aquí si lo deseas. La habitación está pagada hasta mañana.


–Yo…Yo…


–No te pediré nada más. Y confieso que no esperaba que cedieras tan fácilmente.


Sus palabras eran distantes y frías. Ella se sentó y trató de cubrirse el cuerpo con las manos para recuperar la dignidad.


–Te habría pedido mucho menos, cara mia, pero has hecho tan bien el papel de zorra que ¿cómo iba a detenerte?


Paula se sentía como si le hubieran dado una bofetada.


–Pero… Tú… Yo…


–¿Te has quedado sin habla? – arqueó una ceja– . Reconozco que ha estado bien, pero tristemente no tengo tiempo para repetir – se inclinó para recoger su corbata y se la puso.


Él era invulnerable. Y ella se sentía como si estuviera completamente desnuda. En cuerpo y alma.


–Ya te he dicho que no te pediré nada más. Considera que has pagado tu deuda. El sexo ha sido increíble, pero no estoy seguro de que valiera un millón de dólares. Creo que al final te has llevado la mejor parte del trato – se acercó a la puerta y antes de salir se volvió para mirar a Paula– . Quiero que recuerdes una cosa, Paula.


–¿Qué? – preguntó ella con nerviosismo.


–Que fue tal y como te dije que sería. Conseguí que suplicaras – dijo, antes de salir y cerrar la puerta con firmeza.


Paula permaneció sentada en el centro de la cama, abrazándose las rodillas. Se fijó en la sábana blanca y al ver una mancha de sangre se horrorizó.


Una lágrima rodó por su mejilla.


¿Qué había hecho? ¿En qué lío se había metido?


Nunca había sido una chica buena. Ni honrada. ¿Cómo podía serlo cuando lo primero que había aprendido era a engañar a personas desconocidas para que pensaran que necesitaba dinero y llevárselo a su padre? ¿Cómo podía ser buena cuando desde un principio había estado haciendo equilibrios entre el bien y el mal?


No obstante, había ciertas líneas que nunca había cruzado. 


Jamás había empleado su cuerpo de esa manera.


«La habitación está pagada…».


No. No se quedaría allí. No podía. Y no volvería a ponerse esa maldita lencería.


Se secó otra lágrima con rabia. Se derrumbaría más tarde, pero primero tenía que ocuparse de aquello.


Había cometido un gran error. Había mostrado su verdadero ser ante él.


Agarró el teléfono de la mesilla y llamó a recepción.


–Estoy en la habitación del señor Alfonso. Necesito un pantalón y una camiseta de talla mediana. Ropa interior de la talla ocho. Y el sujetador de la treinta y seis B. Cárguenlo a la habitación.


Colgó y se apoyó en las almohadas. No volvería a ponerse ese vestido, ni esos zapatos, ni las prendas de lencería.


Lo que había pedido sería lo último que aceptaría de Pedro Alfonso.


Después, se olvidaría de él. Y del hotel donde había perdido el orgullo y la virginidad al mismo tiempo.


A partir de ese momento, sería como si Pedro Alfonso hubiera muerto.


Había empleado su cuerpo para escapar, así que lo vería como una escapatoria de verdad. No más estafas. Nada de ayudar a su padre en otro asunto más.


Se marcharía de allí y comenzaría una nueva vida.


Después de aquello, nunca volvería a pensar en Pedro


Jamás volvería a aceptar nada de él.









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