sábado, 31 de octubre de 2015

MI FANTASIA: CAPITULO 20




-Es precioso, Soledad -dijo Paula, mirando al bebé recién nacido que tenía en sus brazos-. ¿Cómo se va a llamar?


-Teo.


-El nombre le va bien -dijo, dejando al pequeño dormido en la cuna-. Duerme un rato.Pareces cansada.


-Tú también. Puedes quedarte en la habitación de invitados. ¿Qué tal tu trabajo?


-Se acabó.


Igual que su relación con Pedro, y eso le llenó los ojos de lágrimas no derramadas, justo cuando creía que ya no le quedaban más.


Soledad la miró, alarmada.


-Oh, no, hermanita. No te habrán despedido, ¿verdad?


Paula se pellizcó el puente de la nariz para intentar contener las lágrimas.


-Se puede decir que sí.


-¿Qué vas a hacer ahora?


-No tengo ni idea.


De momento Paula sólo podía pensar en una ducha de agua caliente y una cama, aunque dudaba que pudiera conciliar el sueño.


—Lo pensaré mañana.


—Siempre te ha gustado posponer las cosas, querida hija.


El sonido de la educada voz de su madre a su espalda la hizo volverse hacia la puerta.


Allí estaba Lynette Albright con una pequeña maleta de viaje en la mano, tan elegante como siempre con un traje de chaqueta de lino blanco y los cabellos rubios y lisos
perfectamente recogidos en un moño sobre la nuca.


-Hola, madre -dijo Paula.


-¿Hola? ¿Eso es todo lo que tienes que decirme después de desaparecer sin decir una palabra?


Una discusión con su madre era lo último que Paula necesitaba aquella noche.


-Estoy cansada, madre. Ahora mismo lo único que quiero es dormir.


-Paula se queda en la habitación de invitados, madre -dijo Soledad desde la cama-. Puedes volver a casa con papá.


-No pienso hacer tal cosa -dijo Lynette, mirando a su hija menor-. Puede que necesite su ayuda con el pequeño por la noche.


Paula sabría que no podía posponer más la conversación que tenía pendiente con su madre.


-¿Por qué no vamos a tomarnos una manzanilla y dejamos descansar a Soledad? - sugirió a su progenitora.


Las dos mujeres se despidieron de Soledad y fueron a la cocina, donde Paula preparó dos tazas de manzanilla en silencio.


-Hablame de ese trabajo, Paula.


No era precisamente el tema del que Paula deseaba hablar.


-He estado restaurando una mansión histórica, pero he terminado.


Lynette arqueó una ceja, sorprendida.


-Ha sido muy rápido. Supongo que no había mucho que hacer.


Quedaba muchísimo por hacer y a Paula le dolía profundamente no poder terminar.


Pero lo que más le dolía era no volver a ver a Pedro.


-Básicamente puse el proyecto en marcha y ahora se ocupará otra persona.


Quizá otra mujer. Alguien a quien Pedro pudiera seducir. 


Alguien a quien pudiera robarle el corazón.


-¿Qué vas a hacer ahora? -preguntó Lynette.


Paula se encogió de hombros.


-Creo que utilizaré mi licenciatura en diseño e interiorismo. También puedo montar una empresa especializada en restauraciones históricas.


-Jan Myers tiene una bonita tienda en el centro. Estoy segura de que le encantará tenerte. ¿Quieres que la llame?


-Jan es decoradora, madre. Lo que yo hago es un poco más amplio -respondió Paula con más dureza de lo que hubiera deseado, pero al ver la expresión dolida de su madre, añadió-: Pero te lo agradezco. Y si no te importa, necesito un lugar para vivir hasta que encuentre un apartamento.


La expresión de su madre se alegró visiblemente.


—Nos encantará tenerte en casa otra vez. Tu habitación sigue como siempre.


-Gracias.


Lynette se quedó mirando un momento a la taza de manzanilla y después miró de nuevo a su hija.


-Supongo que debo pedirte disculpas por mi actitud después de tu divorcio. Lo siento, pero tenía muchas esperanzas con Ricardo.


-Fue más una fusión empresarial que un matrimonio, madre. No éramos felices.


-Lo sé. Igual que sé que, a pesar de toda mi oposición a que Soledad se casara con Diego, enseguida me di cuenta de lo mucho que se quieren. Y eso, querida mía, vale mucho más que todo el oro de Georgia.


Por fin su madre se había dado cuenta de que la valía de un hombre no estaba directamente relacionada con su cuenta bancaria.


-Es hora de dormir -dijo su madre, apurando la manzanilla-, pero me temo que tendremos que compartir la cama.


-Puedo dormir en el sofá -dijo Paula poniéndose en pie.


-No hace falta -dijo Lynette-. Aún recuerdo las noches que te despertabas con pesadillas en mitad de la noche y te metías en nuestra cama.


Paula sonrió al recordar todas las noches que su madre la durmió cantándole suaves canciones de nana.


-Ahora soy un poco más mayor.


-Sí, pero tu padre no estará en la cama con nosotras, gracias a Dios. El pobre ronca más fuerte que una locomotora.


Paula se echó a reír. Las dos mujeres continuaron recordando los maravillosos días de su infancia, hasta que se metieron en la cama y los pensamientos de Paula volvieron a Pedro.



Paula...


El sonido de su nombre en una voz profunda y desolada incorporó a Paula de la cama y la hizo buscar frenéticamente por toda la habitación. Por un momento quedó desorientada hasta que se dio cuenta de que no estaba en la plantación, sino en casa de Soledad, y que era su madre y no Pedro quien ocupaba la cama con ella. Sin embargo,
hubiera jurado que lo había oído.


Entonces lo volvió a oír.


Dios, te necesito...


Incluso a cientos de kilómetros, Pedro había logrado entrar en su mente. Y ella no sólo podía oír sus palabras, sino también sentir su angustia tan intensamente como si fuera
propia.


Incapaz de ignorar su dolor y la realidad de que estaban hechos el uno para el otro, Paula se levantó de la cama sin hacer ruido y se puso un par de vaqueros y una camiseta. 


Estaba atándose las zapatillas cuando se dio cuenta de que su madre estaba sentada en la cama, mirándola.


-Son las cuatro de la madrugada, Paula. ¿Dónde vas?


-Vuelvo a Luisiana.


-¿Para qué?


-Para ocuparme de algo que necesita mi atención. En realidad, un hombre: Pedro -le dijo-. Tengo un asunto pendiente con él que podría estar directamente relacionado con mi felicidad. Dile a Soledad que seguí su consejo y dejé de ser cauta. Y que la quiero y que vendré a verla muy pronto. Ella lo entenderá.


Lynette pareció entender más de lo que su hija esperaba.


-¿Es un buen hombre?


-Sí, lo es, pero todavía no lo sabe.


Lynette dejó escapar un gemido.


-No me lo digas. No tiene un centavo a su nombre.


Paula se volvió desde la puerta con la bolsa colgada al hombro y le sonrió.


-Tiene muchos centavos, madre. Pero más importante que eso tiene mi amor, y como has dicho antes, eso vale más que todo el oro de Georgia.







3 comentarios:

  1. Ayyyyyyyyyyyyy, me mueroooooooooooooo, qué hermosos caps Carme!!!!!!!!!

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  2. Muy buenos capítulos! Que triste lo de Celeste, no fue para nada lo que había imaginado, ni siquiera que era su hermana!

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  3. Me encanta, me encanta, me encanta!!! Muy buena esta nove

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