sábado, 31 de octubre de 2015

MI FANTASIA: CAPITULO 19






-Esta vez sí que has metido la pata, señor Alfonso-dijo Eloisa desde la puerta.


Todavía sentado en la cama de hospital de la habitación de Celeste, Pedro levantó los ojos.


-No debiste dejarla entrar aquí.


—No me diste otra alternativa -dijo ella, entrando en la habitación y sentándose a su lado-. Tenía que saber la verdad. Tenía que saber que no eres un monstruo. Te quiere, Pedro, y deberías aceptar su amor. Y aceptar que tú también la quieres.


Pedro no quería que Paula le amara, ni tampoco amarla, pero así era.


-Si supieras la verdad sobre ella, te alegrarías de que se haya ido.


-Si te refieres a sus capacidades telepáticas, me lo dijo antes de irse.


-Pero es ridículo -dijo Pedro, volviéndose a mirarla-. Eres una mujer inteligente y sabes tan bien como yo que leer los pensamientos ajenos es imposible.


Eloisa cruzó las manos en el regazo.


-Ya no estoy tan segura. Pero lo que sí sé es que en cuanto la vi supe que era diferente. Que estaba aquí por algo, sino nunca la hubiera contratado por su falta de experiencia -
calló un momento antes de continuar-. Los dos cometimos errores con Celeste al no darnos cuenta de cómo se estaba deteriorando, pero nuestras intenciones eran buenas.
Igual que las de Paula. Ella te ha obligado a sentir algo más que remordimientos, y te ha hecho ver que todavía eres un hombre, no un caparazón vacío. Es parte de ti. Ahora quiero saber qué piensas hacer al respecto.


-Nada -dijo él, recordando sus últimas palabras-. Le he dicho que se fuera y no volviera.


-Si le pides que vuelva, volverá.


Dios, cómo lo deseaba. Más de lo que jamás había pensado.


-No sé cómo ponerme en contacto con ella.


-Por el amor de Dios, Pedro. Puedes encontrar a quien quieras -Eloisa quedó pensativa un momento-. O si puede leer los pensamientos como asegura, sabrá lo que sientes sin necesidad de que digas nada. Porque no puedes dejar de pensar en ella, y no dejarás de atormentarte hasta que por fin le digas que has cometido un error. Un error que no
puedes permitirte, porque si lo haces, estarás condenado a una vida de soledad. Y Celeste no querría verte así.


Eloisa se levantó y dejó que Pedro recapacitara sobre sus palabras y sobre sus sentimientos, tan fuertes e intensos que parecían sofocarlo.


Los remordimientos por su actuación en la muerte de su hermana habían sido reemplazados por un sentimiento más amargo: los remordimientos de haber dejado marchar a Paula. Y si ella decía la verdad y podía leer los pensamientos, pronto sabría que había estado en ellos en todo momento.







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