sábado, 31 de octubre de 2015

MI FANTASIA: CAPITULO 18






A Paula casi se le cayó todo lo que tenía en la mano cuando se volvió a mirar a Pedroque estaba de pie en la puerta abierta y la miraba furioso.


-Estaba mirando esto -dijo ella, alzando lo que tenía la mano.


—¿Qué esperas encontrar?


-Respuestas. Ahora sé que Celeste no murió en el accidente, sino que quedó en una silla de ruedas. Pero no sé que ocurrió después, y necesito saberlo. ¿Tuviste algo que ver con su muerte?


Pedro permaneció en silencio, y otra sucesión de imágenes mentales llegaron a cerebro de Paula: Celeste en la cama con los ojos cerrados, Pedro sujetándola, con las manos en
su garganta, buscando el pulso. Y después de eso, el sonido desgarrador del gemido de Pedro quebrando el aire.


-¿Se suicidó? -preguntó Paula.


Pedro se acercó a la ventana y le dio la espalda.


-Ya tuve que soportar el interrogatorio del forense, Paula. No necesito otro de ti.


-Sólo quiero saber qué pasó.


-Mi indiferencia fue la causa de su muerte, es todo lo que necesitas saber.


-Pedro, tienes que hablar de ello. Te está destruyendo.


Él permaneció en silencio unos minutos, hasta que por fin dijo:
-Está bien, te daré los detalles -se volvió hacia ella con todo el dolor y el remordimiento reflejado en la cara-. Celeste quedó tetrapléjica, paralizada de la mitad del torso para abajo. Podía usar parcialmente la mano derecha y podía respirar sola, al menos al principio -empezó a pasear por el cuarto mientras hablaba-. El día antes de su muerte, insistí en mudarnos más cerca de un hospital donde pudiera tener unos cuidados más intensivos porque no mejoraba. De hecho, estaba empeorando. Pero ella no quería ir, y yo decidí contra sus deseos.


-¿Y después?


Pedro le dio de nuevo la espalda, como si no pudiera contar el resto mirándola a la cara.


-Eloisa se ocupaba de ella durante el día, y por las noches yo le leía hasta que se dormía. Solía quedarme para asegurarme de que estaba bien. Pero aquella noche... -bajó la cabeza-, estaba agotado y me quedé dormido. Cuando desperté, no respiraba. Intenté reanimarla, pero era demasiado tarde.


Paula dejó los papeles en la cama y fue hasta él.


-¿Cuánto tiempo la cuidaste?


-Dos años.


Aunque él seguía de espaldas a ella, Paula hizo el viaje mental con él.


-Por las tardes la llevaba a dar un paseo por los jardines para que le diera el aire. Le gustaba dibujar, y aunque le costaba, todavía podía hacerlo. Pero no era suficiente. No
hice suficiente para animarla a seguir luchando.


Paula no estaba de acuerdo. Ahora entendía por qué Pedro no podía dormir, por qué su dolor era tan intenso y por qué tenía tantos remordimientos.


-No mucha gente habría hecho lo que hiciste tú, Pedro. Y creías estar haciendo lo mejor. Estabas haciendo lo mejor.


Él giró en redondo, fue a la cama y tiró los dibujos al suelo.


-Si no me hubiera dormido, habría podido llamar a una ambulancia y ella seguiría con vida.


Paula se plantó delante de él y le tomó la cara entre las manos.


-O quizá sólo hubiera retrasado lo inevitable. Si estaba empeorando, nadie puede saber cuánto tiempo habría durado.


Pedro suspiró.


-Se merecía más tiempo.


-Se merecía tener un poco de paz. ¿Cuándo dejarás de culparte?


-No puedo.


Paula le rodeó la cintura con los brazos.


-Sí, claro que puedes. Tienes que hacerlo. Y sé que Celeste no querría que siguieras viviendo así. Nadie te dice que lo olvides, pero ella te pidió perdón. ¿La has perdonado?


Pedro cerró brevemente los ojos, y cuando los abrió, Paula vio las lágrimas que tan desesperadamente intentaba contener.


-La he perdonado.


-Ahora tienes que perdonarte a ti mismo.


-Lo que hice fue imperdonable. Le fallé dos veces.


Paula apoyó la cabeza en el pecho masculino.


-Celeste te perdona, Pedro. Y yo también.


Él le tomó la cara con las manos y la obligó a mirarlo.


-Ven conmigo, Paula. Vamonos lejos de aquí. Sólo tengo que hacer una llamada y podemos estar en cualquier lugar del mundo en cuestión de horas.


Sería fácil aceptar y olvidar a su familia para estar con él, pero había hecho una promesa a su hermana y no podía irse.


-No puedo. Ahora no.


Él dio un paso atrás.


-Me tienes miedo. No estás segura de que te haya contado la verdad.


-Sé que me has contado la verdad. Tengo que ir unos días a casa para estar con mi hermana Soledad. Está a punto de dar a luz.


-Ve con tu familia -dijo él con repentina frialdad-. Ellos te necesitan más que yo.


Paula no estaba segura de eso.


-No estaré fuera más de un par de días, Pedro. Te lo prometo.


-Nada de promesas -dijo él-. Quédate en Georgia, Paula, y no vuelvas conmigo. Sólo te causaré sufrimiento.


Un profundo dolor surgió de su corazón a la vez que los ojos se le llenaban de lágrimas.


-No lo dices en serio.


Pedro le dio la espalda y volvió junto a la ventana.


-Muy en serio.


-¿Quieres que deje todo lo que hemos compartido? —preguntó ella.


-Sólo hemos compartido nuestros cuerpos y nuestro tiempo, nada más.


Paula tenía los ojos cubiertos de lágrimas, pero se negó a dejarlas caer.


-Puede que eso fuera para ti, pero para mí fue mucho más. Muchísimo más.


Y la vez que el mundo que Pedro le habia enseñado se desplomaba a su alrededor, Paula se dirigió hacia la puerta.


Sin embargo, antes de alejarse para siempre, quiso decir algo más.


-Después de pensarlo mucho, creo que ya sé por qué cuando me fui de mi casa y conduje hasta Luisiana no paré en Baton Rouge sino que continué hasta St. Edwards y
me quedé allí vanos días, sin decidirme a continuar.


Él se volvió y la miró sin expresión.


-¿Para salvarme de mí mismo? -preguntó con sarcasmo.


-No, para amarte.








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