sábado, 24 de octubre de 2015

EL DESAFIO: CAPITULO 23





Le has dado órdenes a tu secretaria de que llamara a mi padre si venía?


–No.


Pedro no tiene absolutamente nada que ver con el hecho de que esté aquí, Paula –dijo Damian con tono suave después de haberles indicado a los guardaespaldas que esperaran en el pasillo y cerraran la puerta al salir–. He tenido vigilado el piso de Pedro y la galería desde ayer por si venías a verlo.


–¡Es increíble! –exclamó Pedro molesto.


Lo cual no quitaba que no se alegrara por el hecho de que Paula hubiera acudido a él, fuera por la razón que fuera.


–Mis disculpas, Pedro, pero era necesario –respondió el anciano.


–En tu opinión –apuntó Paula, aliviada de que Pedro no hubiera tenido nada que ver porque no estaba segura de que hubiera podido soportar otra traición de uno de los dos hombres que más significaban para ella.


–¿Dónde has estado estos dos últimos días? –le preguntó su padre con calma.


–Aquí, en un hotel.


–¡Pero si comprobamos todos los hoteles!


–Me registré bajo el nombre de «Paula Fraser» –dijo sin sentir ni un ápice de satisfacción al ver a su padre estremecerse al oír que se había registrado con el apellido de soltera de su madre.


Estaba dolida y furiosa por las cosas que le había ocultado, pero Pedro tenía razón; ella no podía ser deliberadamente cruel con nadie, y menos con su padre.


–Deberías haberme contado la verdad sobre mamá desde el principio, papá.


–Solo tenías cinco años y eras demasiado pequeña para entenderlo y, mucho menos, para aceptar la verdad.


–Pero después deberías haber intentado explicármelo cuando fui mayor.


–Lo pensé, por supuesto que sí, pero no era agradable, maya doch. Decidí que era mejor que guardaras los buenos recuerdos de tu madre, no los malos.


Pedro no tenía ni idea de a qué se referían, pero eso no evitó que se sintiera como si estuviera entrometiéndose en algo muy personal.


–¿Tal vez preferiríais que me marchara para poder hablar en privado?


–No.


–¡No!


Asintió cuando los Chaves hablaron al unísono, Damian con resignación y Paula con desesperación. Y si Paula necesitaba que estuviera allí, allí era donde estaría.


–¿Nos sentamos, Paula? –dijo con delicadeza.


Ella se sentó en el borde del sofá y él a su lado. Lo miró agradecida cuando agarró una de sus temblorosas manos y entrelazó sus dedos con los suyos. Un abrumador amor por él creció en su interior, por la delicadeza y ternura que le estaba mostrando. Porque ahora sabía, sin ninguna duda, que amaba a Pedro, que estaba enamorada de él. Y esa era la razón por la que había querido que se quedara.


–Soy consciente de que este es tu despacho, Pedro, y siento el modo en que he entrado, pero no tienes por qué quedarte a escuchar esto si no quieres –dijo mirando a su
padre.


–Puede que prefieras no quedarte, Pedro –añadió el anciano.


–Quiero lo que quiera Paula. Quiero estar aquí a tu lado, si eso es lo que tú quieres.


–Sí, por favor.


Él asintió antes de girarse hacia Damian y decir con rotundidad:
–Pues entonces me quedo.


Paula le agarró la mano con fuerza como gesto de gratitud antes de mirar a su padre con los ojos llenos de lágrimas.


–Has sido muy cruel al ocultarme la verdad de mamá todos estos años, papá. Tenía derecho a saberlo, a elegir por mí misma.


–Hice lo que me pareció mejor en aquel momento. Y, por cierto, esta conversación debe de estar resultándole muy confusa a Pedro y no me parece justo teniendo en cuenta que estamos en su despacho.


A Paula se le caían las lágrimas cuando miró a Pedro.


–No es demasiado tarde, puedes marcharte.


–Me quedo –dijo necesitando saber qué era eso que la había reducido a ese estado emocional.


Ella respiró hondo.


–Pues entonces deberías saber que hace diecinueve años raptaron a mi madre. Los secuestradores contactaron con mi padre y le dijeron que no avisara a la policía y que, si pagaba el rescate, en una semana mi madre volvería con nosotros.


Pedro entendía cómo debía de haberse sentido Damian, todo lo que habría sufrido, el dolor y la agonía de que le arrebataran a su mujer seguido por días preguntándose si volvería a verla. ¡No tenía más que imaginarse cómo se sentiría él si eso le hubiera pasado a Paula!


–Mi padre obedeció las instrucciones, pagó el rescate, pero…, pero…


–Aquí es donde nuestras historias empiezan a separarse… –apuntó Damian cuando Paula se detuvo–. En aquel momento no le conté nada a Paula sobre el secuestro, solo que Ana había muerto. Y después, cuando tenía diez años, le dije que la habían raptado para que entendiera por qué era tan protector con ella, pero no… Hasta el sábado por la noche nunca fui del todo sincero sobre el destino de su madre.


Pedro miró al anciano con los ojos abiertos de par en par.


–Ana no murió cuando Paula tenía cinco años.


Ahora entendía por qué no había encontrado ninguna noticia sobre esa muerte en Internet.


–Ana murió cinco años más tarde, en la residencia privada a la que me vi obligado a llevarla días después de que volviera a mí. Está enterrada en el cementerio que hay allí. Había perdido la cabeza hasta el punto de no conocerme. Se había escondido en un lugar al que no podía acceder nadie, ni siquiera yo, para alejarse de lo que esos animales le hicieron durante la semana que la tuvieron presa.


–¡No, papá! –gritó Paula agarrándole la mano.


El sábado le había resultado muy duro asimilar todo eso, comprender lo mucho que había sufrido su padre al guardar ese secreto durante tantos años, y en aquel momento lo único que le había importado había sido descubrir que su madre había vivido cinco años más de los que ella había creído. Sin embargo, ahora que miraba a su padre y veía tanto dolor en su mirada, entendía lo solo que debía de haberse sentido en su duelo por la mujer que nunca había llegado a volver a su lado. Lo mucho que habría sufrido durante los cinco años que había ido a visitarla cada semana a la residencia, donde había vivido perdida en la seguridad del mundo que se había creado para sí misma, un mundo al que ni siquiera había dejado entrar a Damian.


Ahora se daba cuenta de que había sufrido todo eso por ella, para que pudiera crecer únicamente con los recuerdos felices de su madre.


–Me equivoqué.


–No, papá. Fui yo la que se equivocó el sábado por la noche por no haberte entendido –soltó la mano de Pedro para levantarse y abrazar a su padre, que tenía las mejillas llenas de lágrimas–. Lo siento mucho, papá. Siento mucho haberme ido así, haberte hecho sufrir tanto desapareciendo durante dos días.


–Te perdonaría cualquier cosa, maya doch, lo sabes. Lo que sea con tal de que estés a salvo.


Paula comenzó a llorar desconsoladamente, no podía sacarse de la cabeza la imagen de su padre sufriendo durante tantos años, incapaz de compartir su dolor por la esposa que aún vivía, pero que ya no los reconocía ni a él ni a su hija.


–Hay más, ¿verdad?


Paula seguía rodeando a su padre con gesto protector cuando se giró hacia Pedro.


–Y no lo digo porque esto no me parezca ya demasiado –añadió levantándose de pronto; estaba demasiado inquieto como para seguir sentado. Contuvo las ganas de abrazar a Paula porque sabía que era un momento íntimo para padre e hija, un momento en el que sabía que debía contener sus emociones… porque las tenía…


–No sé cómo expresar cuánto siento que os pasara algo así. Es incomprensible. Demasiado como para asumirlo –dijo pasándose una mano por el pelo, nervioso, preguntándose cómo había podido Damian vivir con tanto dolor.


Él había crecido en la seguridad del profundo amor que sus padres se prodigaban, y no tenía la más mínima duda de que su padre habría actuado del mismo modo en esas circunstancias, que habría protegido a sus tres hijos de la verdad. También sabía que Gabriel, con lo enamorado que estaba de Valeria, pondría el mundo patas arriba buscando al que fuera que se atreviera a hacerle daño. Y él mismo lo haría también si algo así le sucediera, se vería invadido por la misma rabia y querría encontrar a los responsables, machacarlos con sus propias manos y asegurarse de que no volvieran a hacerle daño a ninguna mujer ni a destruir ninguna otra familia.


–El accidente de coche no fue un accidente, ¿verdad?


–No –confirmó el anciano sin soltar la mano de su hija–. Tardé un tiempo, pero al final los encontré y me reuní con ellos. Quería matarlos aquella noche, hacerlos sufrir como ellos habían hecho sufrir a mi Ana… –se detuvo cuando Paula dejó escapar un sollozo–. Pero no lo logré, maya doch.


–¿No? Pero todos estos años había pensado… creía que… Nunca hemos hablado de ello abiertamente, pero di por hecho que…


–Al parecer ellos tenían intención de hacer lo mismo conmigo, no querían dejar a nadie vivo que pudiera identificarlos. Embistieron mi coche cuando me dirigía a su encuentro e intentaron echarme de la carretera, pero fue su coche el que se llevó el mayor impacto. Dos de ellos murieron al instante y el tercero un año después, como resultado de las lesiones –dijo sin mostrar ninguna emoción ni ofrecer ninguna disculpa.


Por lo que a Pedro respectaba, las disculpas sobraban. 


Damian había hecho lo que había sentido, lo que habrían hecho la mayoría de los hombres en su lugar.


–Creo –dijo Pedro lentamente– que si te hubiera conocido en aquella época, Damian, habría querido ayudarte a encontrar a los secuestradores, por muy joven que hubiera sido.


Paula se sintió tan agradecida por el hecho de que no juzgara ni condenara a su padre que podría haberlo besado allí mismo.


Aunque habría querido besarlo de cualquier forma porque llevaba deseándolo desde que había entrado en el despacho. Del mismo modo que había deseado ir a su casa el sábado por la noche porque lo había necesitado, porque había necesitado desesperadamente que la abrazara, que le hiciera el amor para poder así olvidarse de todos esos años que había perdido con su madre.


Pero también había sabido que habría estado mal hacerlo porque si Pedro hubiera conocido los detalles de la conversación con su padre, se habría sentido como si lo hubiera estado utilizando esa noche, cuando lo cierto era que ella habría ido solo por estar con él, porque lo amaba.


–Eres un joven admirable, Pedro Alfonso.


–Pues yo creo que la que es admirable es tu hija –dijo mirando a Paula con clara admiración–. Ha estado todos estos años preguntándose si tú habías matado a esos hombres, pero siempre se ha guardado su opinión, nunca ha hablado de ello con nadie.


–Sí –respondió Damian con un brillo de orgullo en la mirada.


–A lo mejor si lo hubiera hablado con mi padre antes no me lo habría estado preguntando durante tanto tiempo. Ahora me avergüenzo por haber pensado eso, papá. Lo siento. De verdad creía… pensaba…


–El destino fue lo único que me impidió hacerlo, maya doch. Me marché de casa aquella noche con la intención de acabar con los tres.


–Pero no lo hiciste –apretó con fuerza las manos de su padre sintiendo cómo se le había quitado un gran peso de encima–. ¡No lo hiciste, papá!


–No, no lo hice, porque de camino al punto de encuentro me di cuenta de que no podía hacerlo. Por ti, Paula. Por mucho que deseaba librar al mundo de esas alimañas, tendría que haber pagado por el crimen y haberte dejado completamente sola, y eso sí que no podía hacerlo. No podía dejarte sola sin tu madre y también sin tu padre.


Paula lloraba en silencio. Lloraba por el profundo amor que su padre sentía por ella, y con el que ella le correspondía.


Lloraba de alegría porque ahora sabía que todas sus sospechas con respecto al accidente y esas muertes habían sido infundadas. Lloraba por la libertad que saber eso le daba a su nueva vida, permitiéndole entregarle su corazón y su amor al hombre del que ya estaba profundamente enamorada. Y no le importaba que Pedro nunca le devolviera ese amor porque a ella le bastaba con poder ser libre de sentirlo y de estar a su lado siempre que él quisiera.







2 comentarios:

  1. Wowwwwwwwww, cuántas revelaciones, espectaculares los 5 caps.

    ResponderBorrar
  2. Que terrible todo lo que vivió el papá de Paula! Muy buenos capítulos!

    ResponderBorrar