sábado, 24 de octubre de 2015

EL DESAFIO: CAPITULO 20





–Ya estás otra vez moviéndote de un lado para otro.


Pedro miró con furia a su hermano, que estaba en la cocina tomándose su té matutino y leyendo la sección de economía en el periódico del domingo.


Y sí, por supuesto que no dejaba de moverse, ¡maldita sea!, porque Paula no se había presentado en casa tal como había dicho que haría.


Miguel y él habían llegado poco antes de la medianoche y, después de que su hermano se hubiera ido a dormir de inmediato, él se había quedado esperándola hasta las dos de la madrugada, cuando por fin había asumido que Paula no iría a verlo.


Pero en ese momento, y tras recordar la seriedad con que le había mencionado que tenía una conversación pendiente con su padre, más que enfadado se había sentido preocupado. Por otro lado, tampoco habría estado mal que lo hubiera llamado para decirle que había habido un cambio de planes.


Aun así, y devorado por la preocupación ante la idea de que pudiera estar sola en su casa y angustiada, había llamado a su edificio y había pedido al vigilante de seguridad que le pasaran la llamada a su casa. Sin embargo, ni había respondido a la llamada, ni el vigilante le había revelado si estaba o no en casa. Y, claro, bajo ningún concepto iba a llamar a Damian para preguntarle dónde estaba su hija.


Así que había terminado por irse a la cama. Solo. Pero no a dormir, porque el sueño lo había eludido. Se había quedado tumbado, con los ojos abiertos de par en par, y la cabeza trabajando a destajo y repasando los sucesos de la noche, intentando averiguar la razón, algo que hubiera dicho o hecho, por la que Paula podía haber cambiado de idea.


Lo único que se le ocurrió que podía haberle molestado era el comentario sobre su padre, pero no tenía sentido porque, incluso después de eso, Paula le había confirmado que iría a su casa.


Por eso ahora, a las diez en punto del domingo, estaba caminando de un lado a otro de la cocina, aún en pijama y descalzo, con el pelo alborotado de tantas veces que se había pasado la mano por él durante las últimas diez horas.


–Me esperaba encontrarme a Paula contigo cuando me levantara –le dijo de pronto Miguel.


–Bueno, ¡pues está claro que te equivocabas!


–Está claro. Pedro… –comenzó a decir justo cuando sonó el teléfono.


Pedro cruzó la cocina rápidamente para responder rezando por que fuera Paula.


–¿Sí? –preguntó con impaciencia.


–Tiene visita esperando en recepción, señor Alfonso –le informó el portero algo nervioso.


–Mándala arriba –contestó Pedro con brusquedad.


–Pero…


–Ahora, Jeffrey –colgó y esperó impaciente a que Paula llamara al timbre.


–Creo que iré a darme una ducha para marcharme pronto al aeropuerto… –Miguel se levantó–. Así os dejaré a solas para que podáis hablar y hacer lo que necesitéis.


–Gracias –respondió Pedro distraídamente.


Fuera cual fuera la razón por la que no había ido la noche anterior, ahora Paula estaba allí y eso era lo único que importaba.


Pero cuando abrió la puerta después de que sonara el timbre, su sonrisa se quedó petrificada al ver a dos guardaespaldas en el pasillo ocultando sus ojos tras unas gafas de sol. Eso explicaba el nerviosismo de Jeffrey por teléfono; él tampoco podía decir que se alegrara de verlos.


–¿Qué…?


–Siento la intromisión, Pedro –los dos guardaespaldas se habían apartado y tras ellos había aparecido Damian en su silla de ruedas–. Quería saber si mi hija está aquí y si podía hablar con ella –añadió con expresión más esperanzada que reprobatoria.


Y eso le indicó que Damian Chaves sabía tan poco como él sobre el paradero Paula.









No hay comentarios.:

Publicar un comentario