sábado, 8 de agosto de 2015
LA TENTACIÓN: CAPITULO 15
Paula echaba humo. ¿Por qué se había presentado en su casa? Era algo inusitado en él, pero también sería inusitado que una mujer pudiera dejarlo. ¿Por eso habría dicho que no podía sacársela de la cabeza? Si le quitaba cualquier otro sentido a ese comentario, solo quedaba un hombre que quería algo de lo que le habían privado, y lo quería como fuese. ¡Era insoportable!
Además, no tenía nada que ponerse. No iba a Devon para salir por las noches. Solo tenía ropa cómoda para estar en casa. Dejó escapar un gruñido y rebuscó por las baldas inferiores, donde se había guardado y olvidado la ropa de otros tiempos.
Le parecía que la presencia de Pedro en casa de su madre era una invasión de su intimidad. Estaba viendo dónde había vivido durante años; estaba viendo las fotos de ella que había en cada rincón de la casita; estaba viendo los dibujos que ella había hecho y que su madre había enmarcado en cuanto tuvo una casa propia. Él era un multimillonario y ella no podía evitar preguntarse qué pensaría de la casa de su madre, una casa demasiado pequeña y repleta de recuerdos y de cositas que no habían costado casi nada. Las cosas más caras se vendieron con la casa cuando su padre murió.
Su madre no había querido llevarse malos recuerdos allí a donde fuera a echar raíces. Ella no estaba avergonzada de dónde había vivido, pero era humano ver sus circunstancias personales a través de los ojos de otra persona. En ese caso, su arrogante e inmensamente rico jefe. Miró su dormitorio con ojos críticos. No lo habían tocado desde que ella se marchó. Estaba en buen estado, pero era anticuado, con unos muebles y un papel de pared que fueron prácticos, pero sin refinamiento. Cumplieron su función, pero, por primera vez, se avergonzaba un poco de no haber animado a su madre para que hiciera algunas renovaciones básicas.
Parte de lo que ganaba servía para pagar la terapia de su madre, pero siempre quedaba algo para gastar un poco en la casa. Su madre, aunque también habría podido permitirse parte de esas renovaciones, habría desechado la idea como un despilfarro. Eso, como otras muchas cosas, era un legado de su desdichada vida anterior, cuando el dinero se había dilapidado y cuando había poco dinero para la casa.
Ansiosa por bajar para atajar la conversación que Pedro estuviera teniendo con su madre, se duchó y se cambió todo lo deprisa que pudo. Los pantalones negros que estaban doblados en la balda inferior todavía le servían y el jersey rojo le quedaba un poco ancho, pero conservaba el color y era más alegre que el gris, negro y azul oscuro del resto de su ropa. Además, de repente, decidió maquillarse un poco y pintarse ligeramente los labios.
«No podía sacarte de la cabeza…». Ese comentario estaba socavando sus defensas, estaba minando su convicción de que solo era otro ejemplo de su arrogancia. Gruñó otra vez.
Entró en la cocina.Pedro estaba tomando una taza de té y su madre estaba riéndose. ¡Riéndose! Los dos la miraron como si fuesen unos chiquillos a los que habían sorprendido en plena conspiración. Ella tomó aliento y contuvo las ganas de preguntarles qué era tan gracioso. ¡Se había marchado hacía menos de cuarenta minutos y se habían hecho amigos!
—Esto es lo único que he podido encontrar para vestirme —comentó ella en tono hosco.
Pedro la miró con una sonrisa ávida.
—Estás muy guapa, cariño. ¿Verdad que está guapa, Pedro? Deberías ponerte más cosas rojas, te sientan bien.
—Desde luego… —murmuró él—. Vamos a un restaurante italiano. Tu comida favorita.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó su madre con una falta de tacto absoluta, le pareció a Paula.
—Bueno, sé muchas cosas de tu hija, Pamela…
—Cuando te encuentras atrapada en la compañía de alguien todo el día, puedes llegar a saber cosas superficiales de esa persona —le interrumpió Paula.
—¿Atrapada en mi compañía? Yo creía que tú, más bien…
—De acuerdo —Paula volvió a interrumpirlo antes de que dijera algo que picara más todavía la curiosidad de su madre—. ¿Nos vamos? No quiero alargarme porque…
—¿Dónde vas a quedarte, Pedro?
—Bueno, no lo había previsto —contestó él encogiéndose de hombros.
—Te ahorrarás algo de dinero si te quedas aquí. Hay un cuarto libre que es pequeño, pero agradable. Lo uso de cuarto de costura, pero puedo guardar las cosas en el costurero.
—Pedro no necesita ahorrar dinero, mamá. Además, estoy segura de que no se quedará a pasar la noche.
—Ya es demasiado tarde para que vuelva a Londres —replicó él pensativamente—. Además, ¿a quién no le viene bien ahorrar un poco?
Paula dominó una risa histérica. Ese era el mismo hombre que solo volaba en primera clase y se alojaba en hoteles de cinco estrellas. Dudaba mucho que el concepto de ahorro se le hubiese pasado alguna vez por la cabeza.
—Sería una grosería por mi parte rechazar una invitación tan amable.
Sonrió a Pamela con una sonrisa que habría conseguido que cualquier mujer del mundo le comiera en la mano.
—No —intervino Paula con firmeza—. Si no puedes volver esta noche, estoy segura de que podremos encontrarte algún hotel cómodo. Más cerca de Exeter, claro, porque estoy segura de que el lunes temprano querrás visitar a Harrisons…
—Naturalmente, te quedarás aquí, Pedro. Nunca había visto a mi hija tan contenta y satisfecha como lo está desde que trabaja para ti. Si, además, quieres regalarme una tostadora nueva, sería imperdonable por mi parte negarme.
Dicho lo cual, su madre los sacó de la cocina. Paula, con la cabeza muy alta, se puso la chaqueta que tenía colgada junto a la puerta y salió a la oscuridad. Hizo oídos sordos a las bromas entre su madre y Pedro y, cuando la puerta se cerró, se dio media vuelta con los brazos en jarras.
—¿Cómo te atreves?
—¿Cómo me atrevo a qué? —preguntó él mientras la llevaba hacia el todoterreno negro.
—¡A hacerte amigo de mi madre!
—Estás siendo ridícula.
Abrió la puerta del acompañante y la ayudó a montarse.
—¡No estoy siendo ridícula! —exclamó ella en cuanto él se sentó detrás del volante—. No deberías haber venido aquí.
—No me dirás que no estás contenta… No, excitada porque he venido. Puedo sentirlo.
—No estoy…
Fuera lo que fuese lo que iba a decir, no pudo decirlo cuando la besó con voracidad, como había estado esperando hacer desde que volvieron de París y empezaron con la farsa de comportarse como jefe y secretaria, como si no hubiese pasado nada. La agarró con una mano en la nuca y siguió besándola. Sus lenguas se encontraron y sus cuerpos se anhelaron.
Ella sentía vértigo por la vehemencia de su propia reacción.
Tenía los dedos entre su pelo y gemía con una mezcla de deseo y rechazo, y se odiaba a sí misma por su debilidad.
Entonces, él se apartó y la miró.
—No me vengas con cuentos de que no me deseas —gruñó Pedro—. Si fuera a tomarte aquí y ahora, no saldrías corriendo del coche. Es más, colocarías ese cuerpo tan sexy en la mejor postura para que entrara en ti.
—Eso no…
—¡Sí lo es! ¡Deja de rehuir la verdad!
—¡Nunca he dicho que no fueras un hombre atractivo!
Sus labios todavía palpitaban, todo su cuerpo palpitaba. Él tenía razón. Podría tomarla si quisiera y era algo que la avergonzaba. Se había pasado dos semanas intentando mantener una actitud firme y él, en cuestión de segundos, la había derribado como si fuese un castillo de naipes. Quería llorar de desesperación. Pedro, en cambio, sonrió y se concentró en la carretera.
—Vaya, resulta que nunca habías estado tan contenta como desde que trabajas para mí —comentó mientras conducía por la carretera que llevaba al pueblo—. Al parecer, soy un jefe apasionante.
—¿Eso es lo que te ha dicho mi madre?
—No es como me había esperado. Tenía la idea de que se parecía más a ti.
—¿Qué quiere decir eso, Pedro?
—Que era fuerte, centrada, con opiniones propias. Es una mujer hermosa, Paula, pero me da la sensación de que vive alterada.
—No me gusta que fisgues en mi vida privada.
Sin embargo, lo dijo en un tono de derrota. Él había traspasado el último límite. En cuestión de semanas, ella había pasado de ser la secretaria fría y equilibrada que él había contratado para que sustituyera a una ristra de ineptas a ser una mujer que había quedado hechizada, que se había acostado con él y que, en ese momento, podría exponerle toda su vida.
—Estoy expresando interés, Paula. No estoy fisgando —replicó él con amabilidad.
—Nunca te he pedido tu interés.
Ella apoyó la cabeza en el reposacabezas de cuero y miró el paisaje oscuro que pasaba por la ventanilla. Llegarían enseguida al pueblo. En realidad, habrían podido ir andando.
Hacía una noche agradable y era un placer pasear por los caminos aspirando el olor de los árboles y las flores. Era un paseo de media hora que siempre le había parecido terapéutico.
Efectivamente, las luces del pueblo aparecieron delante de ellos. Llegaron a la plaza, aparcó el coche y apagó el motor.
La miró un momento. Tenía el rostro más cautivador que había visto, aunque estuviera mirando hacia otro lado. Quiso abrazarla y besarla otra vez. Había visto otra parte de ella y esa frialdad le parecía insoportable. Estaba pasmado por la intensidad de sus reacciones. No quería solo su cuerpo y su entrega. Jamás le había interesado lo más mínimo el pasado de sus amantes ni intentar entenderlas. Había tomado lo que le habían ofrecido sin mirar más allá. Efectivamente, había sido vago, pero ya no lo era.
—¿Por qué no se atreve tu madre a decirte que tiene un novio?
Paula giró la cabeza y lo miró con los ojos como platos.
—¡No seas absurdo! No sabes de lo que estás hablando. ¡No me gusta que metas las narices en mi vida, Pedro!
Abrió la puerta, se bajó del coche y se quedó buscando un restaurante italiano. No sería difícil encontrarlo. En ese pueblo no había muchos restaurantes elegantes. En efecto, tardó dos segundos en ver el cartel de cuadros rojos y blancos donde antes había un colmado.
—¡No intentes escaparte!
La agarró antes de que pudiera huir a la seguridad del restaurante lleno de gente.
—¡No estoy escapándome! —estaba mirando esos intensos ojos oscuros. Estaba enojada porque él había entrado en su preciado terreno privado—. ¿Qué has querido decir con eso de que mi madre tiene un novio?
Él notó que se relajaba un poco. Ella lo había besado con la misma avidez que él. Luego, casi inmediatamente, lo había alejado de sí misma. Al menos, no estaba alejándolo en ese momento.
—Te lo contaré mientras cenamos. Supongo que es ese restaurante que hay allí, ¿no?
Él empezó a caminar, pero no le agarró el brazo, aunque quería agarrárselo.
Paula pensó que eso era el deseo. En París, cuando se sintieron en otro mundo, cuando ella se enamoró de él disparatada y estúpidamente, él le había mostrado cariño con todo tipo de gestos; tomándole la mano, dándole un beso, pasándole el pelo por detrás de la oreja… Sin embargo, ya no se sentían en otro mundo. Estaban otra vez en Inglaterra y quizá la deseara, pero esos gestos de cariño ya no eran apropiados. Él llevaba las manos en los bolsillos de la chaqueta y casi ni la miraba mientras se acercaban al restaurante.
—Muy bien, cuéntamelo —le exigió Paula a regañadientes cuando estuvieron sentados a la mesa y esperaban una botella de vino blanco.
—Lo siento si he dicho algo que habrías preferido no oír —dijo Pedro con aspereza—. No fue una conversación larga e íntima con tu madre, Paula. Ella comentó de pasada que había un hombre interesado en ella, alguien a quien había empezado a ver hacía poco. Entonces, se rio nerviosamente y dijo que estaba reuniendo el valor para decírtelo.
Paula notó que le escocían los ojos. No sabía qué decir. Su madre no había dado indicios de que hubiese alguien, pero, si era sincera consigo misma, ¿cuándo fue la última vez que propició confidencias así? No, ella había hablado largo y tendido sobre los hombres y la necesidad de tener mucho cuidado, sobre lo que habían aprendido las dos con la experiencia. Se había referido muchas veces a su irresponsable padre como una lección que su madre no debería olvidar nunca… Ese no había sido el terreno más propicio para que su madre le contara que estaba saliendo con un hombre.
—Entiendo.
Estaba rígida por el esfuerzo que hacía para contener las lágrimas. Le gustaría que él no fuese amable con ella. Le gustaría que fuese el malnacido que solo quería una cosa a cualquier precio. Se puso más rígida todavía cuando él le tomó una mano por encima de la mesa.
—Yo le dije que estaba seguro de que te encantaría saber que había encontrado compañía.
Ella, aunque era puntillosa, decía lo que pensaba y sobrellevaba las consecuencias, tenía un corazón muy grande. ¿Por qué lo sabía? Sencillamente, lo sabía.
—Es posible que no me encante tanto.
Ella retiró la mano y sonrió al camarero mientras servía vino en la copa de Pedro y le preguntaba si le parecía bien. Se bebió su copa en cuanto la sirvieron y miró a Pedro para que se la volviera a llenar.
—¿Qué quieres decir?
Paula tiró por la ventana lo que le quedaba de intimidad. Él había hecho tantas incursiones en su vida que ya no tenía sentido agarrarse a ella. Estimulada por el vino, suspiró y lo miró.
—Mi infancia no fue feliz. Mi padre era… autoritario y mujeriego. Yo me crié teniendo que sobrellevar lo que eso suponía para mi madre. Tienes razón, ella no es como yo. Siempre ha sido frágil —lo miró fugazmente para ver si estaba espantado por lo que estaba contándole, pero se derritió al ver que su expresión era comprensiva—. No puedo creerme que esté contándote esto. Yo… yo no soy una persona que suela contar confidencias.
—Te has criado siendo fuerte por el bien de tu madre.
Pedro dio un sorbo de vino, alejó con impaciencia al camarero, que estaba acercándose para tomar nota del pedido, y pensó que eso era lo que se sentía cuando se participaba en la vida de otra persona. Él había vivido una vida solitaria, había forjado su propio destino, nunca había necesitado que nadie le aportara nada porque la experiencia le había enseñado que las aportaciones de los demás siempre eran interesadas. Se había criado librando solo sus batallas y, una vez libradas, llevándose el botín sin profundizar más. Era una fórmula que siempre le había dado buenos resultados. Además, todavía se los daba, se recordó con demasiada vehemencia antes de que el sentimentalismo nublara ese asunto.
—Cuando mi padre murió, mi madre quedó libre para hacerse una vida propia, pero había quedado maltrecha después de tantos años teniendo que soportar el egoísmo de él. Cada vez estaba más desasosegada y ahora… —Paula se encogió de hombros elocuentemente—. Acabó teniendo miedo a salir de su casa. Ha sido bastante grave. Es más, tuve que contratar a un terapeuta para que intentara hacer magia… y está haciéndola. Ha salido más durante los últimos meses que en toda su vida. Son pequeños pasos, pero creo que soy culpable de haber dejado muy claro que no tenía que salir con otro hombre. Nunca lo dije en voz alta, pero… En cualquier caso, ¿quién es ese hombre?
—No sé nada en concreto, Paula. Como te he dicho, fue una conversación fugaz.
—Mientras te ocupabas de encandilarla, quieres decir —replicó ella con poco entusiasmo—. Me sorprendió que conociera este restaurante. Supongo que habrán venido y es fantástico. Significa que está saliendo de casa y empezando a hacerse una vida normal.
Sin embargo, ¿cómo era de normal su propia vida? Había estado tan ocupada cerciorándose de que las dos aprendían la lección sobre los hombres que se había olvidado de lo joven que era. Su madre había intentado recordárselo, pero ella lo había eliminado de las conversaciones.
—Ya está —añadió ella tajantemente—. Habría sido mejor que no lo hubieses sabido, pero…
—¿Por qué?
—¿Por qué? —Paula se rio con cierto nerviosismo—. Porque no te interesa la vida de los demás, Pedro. Seguramente, estarás incómodo por haber acabado aquí conmigo contándote todo esto, pero tú tienes la culpa por haberte presentado sin avisar.
—Vaya, vuelve la Paula Chaves que quiere pelearse un rato conmigo. No va a darte resultado.
Ella estaba tentada de preguntarle por su vida personal, pero hubo algo que se lo impidió. Quizá no quisiera oír la cantinela de que nunca se comprometía con una mujer.
Quizá quisiera creer que… ¿Qué? ¿Que quizá podría cambiarlo porque estaba enamorada de él? ¡Las ranas criarían pelo antes de que eso sucediera!
Sin embargo, mientras pedían la comida, ella supo claramente que había bajado la guardia con él, que la posibilidad de volver a la frágil relación que ella se había empeñado en mantener después de París había cambiado para siempre. Además, había visto otro atisbo de ese hombre tan complejo, un aspecto sinceramente atento que ocultaba bajo la coraza del afán de triunfar sin contemplaciones. También pensó, con pesadumbre, que mientras que ella nunca había aprovechado las ocasiones, mientras se había empeñado en que su relación inexistente con Alan era una demostración de que tenía que protegerse para que no le hicieran daño, su madre, a pesar de sus problemas y de su matrimonio devastador, sí había tenido el valor de aprovechar sus oportunidades. Las únicas oportunidades que había aprovechado ella eran aquellos días y aquellas noches en París, cuando tiró la prudencia por la borda y permitió que su cuerpo dominara a su cabeza.
Además, no perdió un segundo en volver a la seguridad de lo que conocía en cuanto llegaron a Londres.
Lo miró con cierto disimulo mientras comía, mientras la metía en una conversación aunque ella no quisiera y, con mucho tacto, no indagaba más en su pasado. Observó esos dedos largos alrededor del tallo de la copa de vino y la intensidad de sus ojos oscuros cuando la miró…
Pedro, atento a cada matiz de su lenguaje corporal, notó que el ambiente había cambiado. Había dejado de ser el enemigo con el que ella se había acostado por error, el enemigo cuyos besos ardientes ella quería rechazar, pero no podía… La tenía y la satisfacción se adueñó de él. Había dejado de pensar que solo tenía que acostarse con ella para quitársela de la cabeza. En ese momento, solo pensaba que tenía que acostarse con ella. Tenía que sentir su cuerpo debajo de él y a su lado. Tenía que sentir sus muslos sedosos entre sus piernas. Tenía que acariciar sus pechos y notar que se derretía entre sus manos.
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