viernes, 7 de agosto de 2015

LA TENTACIÓN: CAPITULO 14





Pedro la miró fijamente. Era una Paula que no había visto antes. No era la eficiente secretaria vestida de gris ni la glamurosa mujer con ropa de marca que se había comprado en París cuando estuvo con él. Era una chica con la cara lavada, que aparentaba la edad que tenía, que llevaba coleta, ropa gastada de estar en casa y unas zapatillas con un personaje de dibujos animados. El tiempo soleado le había sacado unas pecas por encima de la nariz. Se había olvidado completamente de por qué había ido, pero se alegraba de haber ido. Sintió algo solo de verla y tuvo que mirar hacia otro lado antes de mirarla otra vez.


—No podía sacarte de la cabeza.


¡Caray! ¿Acababa de decir eso?


—¿Qué?


Ella se quedó boquiabierta y pasmada. Tenía los ojos clavados en su rostro, que ya tenía una sombra de barba incipiente. Parecía cansado, desaliñado y sencillamente impresionante. Se había remangado el jersey de algodón y el vello moreno le recordó cuando tuvo esos brazos alrededor de ella. Además, los vaqueros se le ceñían a las piernas largas y musculosas. Notó que se le endurecían los pezones, que anhelaban que se los acariciara y lamiera.


—¿No deberías estar con… esa mujer que fue ayer a la oficina? —preguntó ella con la voz ronca.


Él esbozó una sonrisa lenta y burlona que le llegó al alma. 


Se miró los pies. El pulso le palpitaba desenfrenado y, con esa ropa, sintió lo mismo que había sentido en París cuando tiró toda la prudencia por la borda y se metió en la cama con él. Hacía que sintiera algo libre y sin ataduras y lo odiaba porque sabía que solo era una ilusión.


—Resultó que no me convenció.


Había tomado una decisión nada más verla. Ya no iba a decirse que no estaba hecho para conquistar a una mujer, ya no iba a fingir que no se ponía celoso cuando se la imaginaba con otro hombre. Si esas reacciones se debían a que no habían llegado a la conclusión natural, entonces dependía de él que llegaran. Si no, ¿cómo iba a sacársela de dentro?


—¿Vas a invitarme a entrar?


—No. No deberías estar aquí, Pedro.


Sin embargo, le aliviaba saber que la morena de bolsillo no se había convertido en su sustituta. Era ridículo y una cobardía, pero no podía evitarlo.


—Ya sé que no debería —reconoció él pasándose los dedos por el pelo.


Paula lo miró desconcertada.


—¿Hay un hombre dentro? —preguntó él con una brusquedad súbita.


—Yo no soy como tú, Pedro —contestó ella apretando los labios—. Yo no salto de cama en cama.


—Yo tampoco salté a ningún sitio con Bethany. La monté en el coche y el chófer la llevó a su casa. Fin de la historia.


—Vete, Pedro.


Ella suspiró y miró fijamente a un punto indefinido, pero tenía su imagen tan grabada en la cabeza que era como un virus que llevaba en el organismo.


—No voy a irme a ningún sitio.


—¿Por qué? ¿Por qué? Te he dicho…


—Déjame entrar.


—Crees que siempre puedes conseguir lo que quieres.


Pedro la miró y ella se estremeció. ¿Qué haría si la besaba en ese momento? Se derretiría. Ya estaba derritiéndose entre las piernas y mojando la ropa interior. Le había dicho que no podía sacársela de la cabeza. Eran unas palabras que no tenían sentido, pero le retumbaban en la cabeza y le daban vértigo.


—Déjame entrar.


Él era tan inamovible como una roca con toda su imponente magnificencia. Ella se apartó con un suspiro de resignación.


Su madre estaba en la cocina y se la presentó a Pedro


Pamela Chaves empezó a hacer preguntas sin disimular la curiosidad y ella gruñó para sus adentros. Si no le hubiese contado nada de Pedro, podría haberlo sacado de la casa sin mucha dificultad, pero le había hablado tanto de él que había despertado una curiosidad que ya era imparable.


—¡No me habías dicho que era tan guapo! A mi hija le encanta su empleo. Puedo decirlo porque habla mucho de él. Y París… ¡Qué maravilla que tuviese la oportunidad de ir! ¡No para de hablar de ese viaje!


—¡Tú me preguntaste, mamá! —Paula evitó mirar a Pedro, pero podía notar que también se moría de curiosidad—. ¡Hablé de París porque me lo preguntaste!


—Estoy molestando —murmuró Pedro.


Pamela Chaves era una mujer atractiva con una fragilidad que no tenía su hija. Ni siquiera el vestido holgado y la larga chaqueta de lana de color crema podían ocultar su belleza. 


¿Su hija sería tan cohibida sobre su apariencia por eso? 


¿Habría alguna rivalidad entre madre e hija? No lo creía. Lo que sí había, y claramente, era un lazo muy fuerte. Era la primera vez que conocía a un familiar de una mujer con la que se había acostado y tenía una curiosidad inmensa por atar cabos, una curiosidad inmensa e inexplicable por saber más.


—¡No estás molestando! ¿Verdad, Paula?


—Es muy amable… ¿Puedo llamarte Pamela? ¿Sí? Bueno, eres muy amable, pero no me quedaré mucho tiempo.


—Claro —Paula se levantó con una sonrisa muy amplia y muy falsa—. Pedro tiene que marcharse, ¿verdad, Pedro? Seguramente, tendrá un montón de planes para esta noche.


—Ni uno —Pedro se sentó en la silla de la cocina que le habían ofrecido—, pero lo tendré si me permitís que os lleve a cenar.


Él captó que las dos se miraban un instante antes de que Pamela Chaves se levantara y se cerrara más la chaqueta.


—Salid vosotros dos. Acaban de abrir un restaurante muy bonito en el pueblo.


—¿De verdad? —Paula contuvo la respiración—. ¡No! ¡No vamos a ir a ninguna parte!


Miró a Pedro con el ceño fruncido y él la miró con una sonrisa de satisfacción.


—¡Sí vas a ir, Paula! Insisto. Cenamos en casa todos los fines de semana y te vendrá bien salir y conocer ese sitio para variar. Además, tengo comida y lo que sobre lo guardaré en la nevera. Y hace un tiempo muy bueno después de todo lo que ha llovido. Paula, cámbiate y los dos podéis salir a divertiros un rato.


—Mamá…


—Si no te importa, Pamela… —Pedro se levantó irradiando un encanto natural—. ¿Por qué no vas a ponerte de punta en blanco, Paula? Mientras tanto, Pamela y yo nos conoceremos un poco.







1 comentario: