sábado, 8 de agosto de 2015

LA TENTACIÓN: CAPITULO 16




La cena le parecía interminable, aunque no creía que pudiera acostarse con ella en casa de su madre. Sintió un dolor muy agudo en las entrañas ante la idea de tener que esperar hasta que volvieran a Londres. Casi no podía concentrarse en la conversación de ella.


—Si prefieres que esta noche me quede en otro sitio, lo haré encantado —comentó él.


—¿Por qué lo dices?


—Porque has intentado por todos los medios disuadir a tu madre.


—Nunca había visto a mi madre tan obstinada —reconoció Paula dando por terminada una cena que había sido fantástica—, pero no —lo miró a los ojos y se le aceleró el corazón cuando él le sostuvo la mirada—. Se enfadaría si desaparecieras para quedarte en un hostal. Es más, me echaría la culpa. Seguramente, me culpa de protegerla demasiado. Si no hubiese sido tan… enérgica, quizá hubiese encontrado al hombre indicado un poco antes.


—Es posible que no sea el hombre indicado —replicó él con delicadeza—, es posible que solo sea un hombre que la saca de sí misma, alguien con quien quiere divertirse aunque no sea duradero…


—¿Qué quieres decir?


—Es preferible sentir algo, lo que sea, que esconderse detrás de una pared con la esperanza de que no acaben haciéndote daño


Él sabía, para su desgracia, que era un consejo que no seguía, aunque su falta de compromiso sentimental no tenía nada que ver con que pudieran hacerle daño. Sencillamente, no necesitaba comprometerse y no lo hacía. No había una mujer indicada para él porque no la necesitaba. Estaba muy bien como estaba, al revés que Pamela Chaves, quien quería más. Al revés que su hija, quien, probablemente, también quería más.


—¿Crees que eso es lo que estoy haciendo? —preguntó ella en tono airado.


Sin embargo, el ambiente había cambiado y eso era emocionante. Además, no podía apartar los ojos del rostro delgado y moreno de él.


—Quieres más de mí —él se dejó caer sobre el respaldo de la silla y la miró con una indolencia tan sexy que su cuerpo se abrasó por dentro—. ¿Por qué no dejas de salir corriendo y tomas lo que quieres? Toma eso que no puedes dejar de mirar.


—Eres la persona más vanidosa que he conocido.


Tenía la respiración acelerada y él sabía perfectamente cómo reaccionaba a él. Lo sabía y le gustaba.


—Quieres acariciarme… Puedo sentirlo porque me pasa lo mismo. También quiero acariciarte. ¿Por qué crees que me he pasado horas conduciendo hasta aquí?


Paula pensó que él, sin embargo, nunca quedaría herido, que podía acariciarla y marcharse indemne. Sin embargo, ¿era eso una buena excusa para huir? Si su madre podía salir con alguien, como le había dicho Pedro, ¿por qué no podía ella? ¿Hasta cuándo se pasaría la vida huyendo cuando se encontraba con la posibilidad de que le hicieran daño?


Aun así, era improbable, por no decir imposible, que otro hombre le dejara la misma huella que Pedro. No era el tipo de hombre que la devolvería poco a poco al mundo del amor y la confianza, el tipo de hombre que, vagamente, había esperado encontrar alguna vez en su vida. Él era el tipo de hombre más peligroso que el demonio que la llevaría a situaciones donde no había estado nunca y que la dejaría con el corazón destrozado cuando la abandonara.


—¿Nos vamos? —preguntó él.


Ella asintió con la cabeza sin decir nada.


—Este no era el plan —comentó ella una vez pagada la cuenta y cuando ya estaban fuera.


—¿Qué plan?


—Este. Tú… Yo… No es una buena idea.


—La vida consiste en correr riesgos, si no, ¿qué sentido tiene? Me he pasado la vida corriendo riesgos. No estaría aquí si no corriera riesgos.


—¿Qué quieres decir?


Él se rio, pero no dejó de mirarla.


—Es posible que algún día te lo explique —introdujo las manos entre su pelo y la atrajo hacia sí—. ¿Quieres que te bese? Si no quieres, esta es tu oportunidad para que lo digas y para que volvamos a jugar a que nunca pasó nada.


—Bésame.


Paula se dejó arrastrar por el beso. Era un sitio disparatado para hacer eso porque podían verla. Era un pueblo pequeño y muchos de los lugareños pasaban por casa de su madre a charlar o tomar el té para ver cómo estaba. Cualquiera de ellos iría corriendo a casa de su madre para contarle que se había visto a su hija besando a un hombre delante del nuevo restaurante italiano.


Sin embargo, no pudo resistirse. Olió su especiada loción para después del afeitado, sintió sus labios firmes que le devoraban la boca y se estrechó contra su cuerpo. Le rodeó el cuello con los brazos y se puso de puntillas para llegar mejor a su boca.


—Si digo que tenemos que ir a otro sitio —él se apartó para hablar con una voz vacilante que no parecía la suya—, es porque… solo pienso en… en tu reputación.


—No quiero que pares.


—Ni yo…


Le pasó un brazo por los hombros, fueron casi corriendo hasta el coche y siguieron por donde lo habían dejado en cuanto las puertas del coche se cerraron. Parecían unos adolescentes en la última fila del cine, pero a Pedro le encantaba. Nunca había besado a una chica en la última fila de un cine, estaba recuperando el tiempo perdido. Si ella había dedicado la adolescencia a cuidar a su madre y a ser fuerte por ella, él la había pasado saliendo del agujero donde había nacido y forjándose una vida que le garantizara que no tendría que volver cerca de ese agujero.


Pensó fugazmente que tenían muchas cosas en común, pero se olvidó casi inmediatamente por lo apremiante de su reacción. Introdujo una mano por debajo del jersey rojo y se encontró con el sujetador, pero se limitó a sacar un pecho con el pezón erguido, y que se endureció más todavía cuando lo acarició entre el pulgar y el índice.


El coche estaba aparcado a cierta distancia de los otros coches y tenía las ventanillas tintadas, por lo que estaban a salvo de las miradas indiscretas, aunque no parecía que hubiese mucha gente por allí. Le levantó el jersey para succionarle el pezón palpitante hasta que ella jadeó y separó las piernas, pero nunca harían el amor en su coche. Sin embargo, tampoco sabía si podría recorrer la corta distancia hasta su casa sin aliviarse. Aunque sí podía deleitarse un poco más. Hasta que se dejó caer contra el respaldo con un gruñido de impotencia por no poder rematar.


—¡Necesito un coche más grande!


Paula sentía todavía la calidez de su boca en el pecho. Se bajó el jersey con tantas ganas como él de volver a su casa y de acabar lo que habían empezado, pero ¿iba a hacer al amor con su madre a diez metros? Su madre dormía como un tronco y muchas veces se tomaba una pastilla, pero aun así… Jamás se había considerado una chica de esas que se acostaba con un chico en su dormitorio porque no podía contenerse. ¿Desde cuándo había sido una chica que perdía el dominio de sí misma? Desde que estuvo en París. Desde que hizo el amor con él. Desde que descubrió que tenía una parte carnal que era insaciable… Alargó la mano y empezó a tantear su cremallera antes de que encendiera el motor.


¿Más juegos de adolescentes? Pedro ni siquiera intentó resistirse. Ya no podía dominarse y, en ese momento, necesitaba aliviarse más que nada en el mundo. Se bajó la cremallera y también se bajó los pantalones a la vez que los calzoncillos. El fresco de la noche era reconfortante, pero no tan reconfortante como la boca de ella…









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