sábado, 13 de junio de 2015

LA PRINCESA: CAPITULO 19





Ninguno de los dos dijo una palabra mientras volvían al centro de la ciudad.


Pedro sacudió la cabeza, incapaz de ponerle nombre al enorme vacío que había en su pecho desde que vio a Paula en aquel barrio tan pobre y tan parecido al mundo que él había conocido de niño.


Intentó disimular mientras entraban en el apartamento y Paula se dirigía al dormitorio que compartían.


¿Esperaba que hiciese las maletas? ¿Era por eso por lo que tenía un nudo en el estómago?


Paula dejó el bolso sobre la cama y se dirigió al baño, pero él puso una mano en la puerta para evitar que la cerrase.


–Me gustaría estar sola mientras me doy un baño –dijo ella, sin mirarlo.


–¿Desde cuándo? –le espetó él, mirando sus pechos, la cintura que siempre le había parecido imposiblemente estrecha bajos sus manos.


–Desde ahora mismo –respondió Paula mientras se quitaba la pulsera–. No estoy de humor para lidiar contigo.


–¿Lidiar conmigo?


Sus miradas se encontraron en el espejo y Pedro se dio cuenta de que había gritado.


Paula se quitó uno de sus pendientes.


–Con tu desaprobación. No podías haber dejado más claro que no quieres que conozca a tu gente. Y no me digas que esa gente no es importante para ti porque yo sé que no es verdad. Cualquiera se daría cuenta de que significan más que la gente con la que sueles relacionarte en los clubs y los restaurantes de moda. Pero si crees que puedes descartarme porque no tengo una vocación o una carrera, porque no he hecho nada de valor con mi vida, estás muy equivocado.


–Yo no…


–No quiero escucharlo, Pedro. Ahora no –Paula se quitó el otro pendiente, que en lugar de caer en la bandeja cayó al suelo, aunque ella no se dio cuenta–. Tengo que decidir si debo marcharme –añadió, intentando quitarse el reloj.


Tragándose el enfado y la rabia que sentía contra sí mismo, Pedro la ayudó a abrir el cierre y dejó el reloj en la bandeja de cristal, con el resto de sus joyas.


–No quiero que te vayas.


Se decía a sí mismo que Paula estaba sufriendo, que se sentía insegura. Había malinterpretado su actitud y no había peligro de que se fuera. Pero si lo hubiese la detendría.


Ella negó con la cabeza.


–Es demasiado tarde para eso –murmuró, poniendo una mano en su pecho para apartarlo.


Como si pudiese hacerlo. A pesar de su energía, era diminuta. Pedro capturó su mano, apretándola contra su pecho.


–Temía por el niño. En un barrio como ese…


–¡No, por favor! No quiero escuchar nada más.


Su tono lo silenció. Nunca le había parecido más… desesperada.


–Sé que el niño es lo único que te importa, pero no intentes disimular lo que ha pasado hoy –los ojos azules se clavaron en su alma–. Desapruebas que estuviese allí porque me desapruebas a mí.


Pedro se dio cuenta de que estaba a punto de perderla.


–¿Desaprobarte? No sabes lo que dices –Pedro intentó acariciar su pelo, pero ella se apartó.


–No intentes seducirme, no funcionará. Esta vez no.


Él sacudió la cabeza, buscando las palabras adecuadas, algo que la convenciera.


–No quería que estuvieses allí, es verdad. No es un sitio seguro y… –las palabras murieron en su garganta. ¿Cómo iba a explicarle el miedo que se había apoderado de él al verla allí? –. Tú no deberías estar en un sitio así.


–Puede que sea una princesa, pero no vivo en una torre de marfil.


–No lo entiendes –Pedro intentó llevar oxígeno a sus pulmones–. Es demasiado peligroso.


–Para el niño, ya lo has dicho.


Pedro la tomó por los hombros y ella lo miró, sorprendida.


–No solo para el niño, para ti también. No tienes idea de las cosas que ocurren en un sitio como ese. Necesitaba protegerte, alejarte de allí.


–¿Qué podía pasarme? –le preguntó ella.


Por primera vez estaba mirándolo a los ojos, escuchándolo con atención. Pero cuando levantó una mano para tocar su cara, la delicadeza del gesto le recordó las diferencias que había entre ellos. Unas diferencias que había querido ignorar hasta aquel día, cuando los dos mundos habían chocado.


El palacio y las favelas.


–Muchas cosas –dijo con voz ronca, mientras pasaba las manos por su espalda, como intentando convencerse a sí mismo de que todo estaba bien–. Enfermedades, violencia…


–Pero esa gente vive ahí todos los días.


–Porque tienen que hacerlo, tú no. Tú estás a salvo aquí, conmigo.


Pedro puso una posesiva mano en sus pechos y contuvo un suspiro de alivio ante el gemido de placer que Paula no pudo contener.


Era suya y la protegería.


La apretó contra él, envolviéndola con un brazo mientras con la otra mano desabrochaba el sujetador.


–¿Cómo sabes tanto sobre las favelas?


No tendría sentido negarlo porque ella lo descubriría tarde o temprano, aunque no fuese de conocimiento público.


–Porque yo nací allí.


Pedro esperó ver un brillo de sorpresa en sus ojos, de disgusto.


–¿El sitio en el que hemos estado hoy?


Él negó con la cabeza.


–En un sitio mucho peor. Ya ha desaparecido, lo tiraron y construyeron casas nuevas.


Ella no dijo nada y con cada segundo que pasaba Pedro esperaba que se apartase.


La opinión de los demás no le importaba. Había estado demasiado ocupado saliendo de la pobreza y llegando a la cima como para que le importase lo que dijeran los demás,
pero la reacción de Paula sí le importaba.


–Podrías habérmelo contado antes –dijo Paula por fin, mirándolo a los ojos mientras bajaba la cremallera de su pantalón.


Pedro tragó saliva, dando las gracias por el extraño, pero maravilloso impulso de aquella temeraria princesa.






1 comentario:

  1. Me encanta esta historia, geniales los 5 caps. Que Pedro se abra un poco así ella deja de pensar que junto a ella por el bebé.

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