sábado, 6 de junio de 2015

EL HIJO OCULTO: CAPITULO 24






Paula se duchó y se vistió mientras Benjamin se fue con Pedro a bañarse en la piscina cubierta. Sólo aceptó cuando Pedro le dijo que irían caminando y le dejó las llaves del coche con una mirada irónica. Sabía que ella no se fiaba de él.


Ella no podía dejar de pensar. Temía por el futuro, Pedro podía darle a Benjamin todo lo que el dinero pudiera comprar, y lo único que ella podía darle a su hijo era una madre trabajadora y mucho amor... Era como si todo se hubiera vuelto en su contra. Suspiró y terminó de recoger la caravana. No podía evitar preguntarse si Benjamin disfrutaría de los placeres sencillos que había compartido con ella después de haber conocido lugares exóticos y gente interesante gracias a su padre.


Cuando regresaron de la piscina, trató de disimular sus preocupaciones.


Pasaron el resto del día de excursión. Fueron a Chesil Beach, la costa de los dinosaurios, como la llamaba Benjamin. La playa terminaba en un pueblo llamado Lyme Regis, un lugar conocido por los fósiles que se podían encontrar. Tras algunas preguntas que Pedro contestó con toda naturalidad, Benjamin aceptó que ese hombre era su padre y mostró su entusiasmo. Paula se sentía culpable por haberlos mantenido separados durante años y también un poco celosa. Benjamin era su hijo, y era difícil aceptar que ella ya no volvería a ser el centro del universo para él y que tendría que compartirlo con Pedro.


Pedro había cautivado al pequeño hablándole de su familia y Benjamin lo había fascinado a él mientras buscaban fósiles en la playa. Encontraron uno en una roca y Benja decía que era un diente de dinosaurio.


Paula estaba de acuerdo. Pedro también.


Cuando regresaron a Peartree Cottage, Sid los recibió en la puerta y se marchó después de entregarle las llaves a Paula. Benjamin estaba encantado con la nueva decoración de la habitación y en menos de media hora estaba bañado y acostado.


—Parece un angelito cuando está dormido —murmuró Pedro.


—Sí.


Al ver a Pedro observando al pequeño con ternura, Paula sintió que se le ablandaba el corazón. Pero se había sentido dolida cuando Benja, con un brillo en la mirada, había besado a Pedro y le había dicho: «buenas noches, papá».


—Pero a veces puede ser un demonio, como su padre —respondió ella con amargura y salió de la habitación dirigiéndose al piso de abajo


Necesitaba un café y entró en la cocina. Sacó una taza y se preparó un café instantáneo.


—Yo también quiero un café, por favor, Paula —dijo Pedro al entrar.


—Muy bien —repuso ella, y preparó otra taza. Cuando se volvió, él estaba demasiado cerca y ella comenzó a temblar.


—Tranquila, Paula —agarró una de las tazas y sonrió—. Ha sido un día estupendo. No lo estropees tirándome el café encima —bromeó, y se sentó en una silla de la cocina—. Siéntate y disfruta del café —le ordenó—. Tenemos mucho de qué hablar.


Durante un momento, Paula miró a Pedro y deseó que se marchara y no regresara jamás. Pero sabía que eso no iba a suceder.


Ella se había prometido que no permitiría que él le hiciera daño otra vez, y la rabia y el resentimiento acumulados durante años salieron a la luz. Era su vida y No tenía por qué justificar sus decisiones ante ningún hombre, y menos ante Pedro Alfonso, el hombre egocéntrico y machista que tenía delante.


—Tú eres lo que me ha pasado. Me destrozaste la vida una vez y no permitiré que vuelva a suceder.


—¿Y Benjamin? ¿Estás dispuesta a destrozar su vida porque tú eres demasiado cobarde? Eres una madre estupenda, lo sé, pero él necesita un hombre en su vida porque tú eres demasiado blanda.


Ella se encogió al oír sus palabras. Su tía Irma le había dicho lo mismo en alguna ocasión.


—Contéstame a esto. ¿Por qué permitiste que llevara a Benjamin a dar un paseo en coche el viernes por la noche? ¿Por qué permitiste que pasara el fin de semana con vosotros?


—Porque eres como una apisonadora y aplastabas cualquier objeción que hiciera.


—Y yo que pensaba que era porque tenía mucha influencia sobre ti, lo cierto es que es Benjamin quien la tiene. He estado observando y he visto que no eres capaz de disgustar al niño y por eso siempre se sale con la suya. Él lo sabe, Paula. Créeme, soy su padre, y yo era igual con mi madre hasta que mi padre me enseñó de otra manera —esbozó una sonrisa—. Ahora puede ser que no suponga un problema, pero en un futuro lo será, si no tiene un modelo masculino en su vida. Has permitido que te presione para que le dijeras que yo era su padre antes de salir de la cama esta mañana, y ayer le permitiste que tuviera los dos papeles pintados para la pared en lugar de obligarlo a tomar una decisión. Algo que tendrá que hacer si quiere tener éxito en la vida.


Paula se sintió afectada por su comentario porque, en el fondo, tenía la sensación de que había algo de verdad en lo que había dicho. Pero no estaba dispuesta a permitir que él viera cómo se sentía.


—¿Quién te ha formado en psicología infantil? —preguntó ella—. Para ser un hombre que no tenía pensado tener hijos, y que sabe que es padre desde hace tres días, eres muy atrevido para comentar mi talento como madre. Si crees que pero es típico de un canalla despiadado como tú —le espetó.


Él dejó de sonreír. La miró con rabia y ella se puso tensa.


—Pequeña... —se calló para agarrarla por la cintura y presionarla contra su cuerpo.


Se hizo un tenso silencio y Paula no estaba segura de qué iba a suceder. Sólo sabía que estaba atrapada y que notaba cada parte de su anatomía contra el cuerpo. Cuando él la agarró por la nuca con la otra mano, ella comenzó a temblar.


—No te eches flores. Convencerte para que me acompañes a Grecia no es mi objetivo, pero que venga Benjamin sí lo es. Ambos sabemos que la otra noche te derretiste entre mis brazos y que volverías a hacerlo ahora mismo —metió una pierna entre las de Paula y deslizó una mano hasta su pecho—. Puedes seguir acusándome de no querer un hijo, Paula —le susurró al oído, mordisqueándole el lóbulo—. Y de sugerirte que abortaras. Puedes continuar diciéndote que todavía te crees esa locura, pero a la única persona que estás engañando es a ti misma.


—Si tú lo dices... —murmuró ella.


Pedro vio el brillo de excitación en su mirada. Era tan bella, tan sensual y tan cabezota... Y él estaba tan excitado, que tenía que contenerse para no quejarse. Se separó un poco de ella para no perder el control y continuó.


—No voy a discutir más contigo, Paula, y tampoco voy a llevarte a la cama para saciar tu deseo —retiró la mano de su cintura y dio un paso atrás—. Ya he perdido demasiado tiempo buscándote las últimas semanas. No puedo obligarte a venir conmigo, pero volveré el martes al mediodía para recogeros y, al menos, pasarás el resto de la semana en Grecia.


—¿Pretendes que acepte así, sin más? —preguntó Paula—. Pues sigue soñando, porque no lo haré.


Pedro sonrió despacio.


—Ser testaruda es un rasgo poco favorecedor para una bella mujer —la miró a los ojos—. Piensa en ello, ¿quieres?


—No necesito pensarlo —le espetó ella—. No quiero —vio que él entornaba los ojos y añadió—. Todavía no —el sentido común le indicaba que no podía enfrentarse a Pedro completamente—. Se necesita un tiempo para llegar a un acuerdo legal sobre la custodia. No puedes ir ordenando a la gente, así sin más.


—Como quieras —dijo Pedro—. Entonces, te veré en los tribunales. 


Ella empalideció.


—¿En los tribunales? ¿Quieres ir a los tribunales?


—Puesto que pareces incapaz de llegar a un acuerdo privado, no veo otra solución —la sujetó por la barbilla para que lo mirara a los ojos—. La decisión es tuya. Te doy un día para decidir.


Inclinó la cabeza y la besó en los labios de manera posesiva. 


Ella no pudo evitar poner las manos sobre sus hombros y acariciarlo, dejándose llevar por el calor de su cuerpo.


De pronto, él se apartó de ella y la empujó un poco para que se separara más de él.


—Será mejor que me vaya.


Acercó la mano y le colocó un mechón de pelo detrás de la oreja. Durante un instante, ella se quedó completamente desorientada, afectada por la magia de su beso, hasta que pudo centrar la vista en el rostro de Pedro y vio que sonreía con sorna.


—De otro modo, a lo mejor decido quedarme otra vez —retiró la mano—. Me deseas, no puedes evitarlo, Paula, pero la próxima vez que te haga el amor será después de que hayamos decidido el futuro de Benjamin, no antes —se volvió para marcharse, pero miró hacia atrás—. Por cierto, la otra noche me olvidé de utilizar protección. Así que espero que esta vez te estés tomando la píldora mejor que la otra vez —la miró a los ojos—. ¿no habrá problema, supongo?


—Por supuesto que no —respondió ella, y él asintió y se marchó.






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