sábado, 6 de junio de 2015

EL HIJO OCULTO: CAPITULO 26




Al final, Paula no tuvo que tomar una decisión, sino que la tomaron por ella...


A las seis de la mañana abandonó el intento de quedarse dormida, salió de la cama y fue a ver a Benjamin. Seguía durmiendo, probablemente porque la noche anterior se había acostado tarde. Ella no quería quedarse sola con sus pensamientos.


No le había servido demasiado. No fue capaz de tomar una decisión ni siquiera después de una larga ducha. Se enjabonó el cuerpo y permitió que el agua se deslizara por su piel. Entonces, la imagen de Pedro acariciando sus senos invadió su cabeza. Quejándose, ella agarró el bote de champú y se enjabonó el cabello con fuerza. Entonces, abrió el agua fría y permaneció bajo el chorro un buen rato.


Cuando estaba segura de haber aplacado su deseo, cerró el grifo y salió de la ducha.


¡Maldita fuera! Oía sonar el teléfono en la distancia. Agarró una toalla y se cubrió el cuerpo con ella antes de bajar corriendo por las escaleras, preguntándose quién podía llamar tan temprano.


Paula contestó y antes de poder pronunciar palabra, Pedro le preguntó enfadado:
—¿Dónde diablos estabas? Llevo llamándote veinte minutos.


—Estaba en la ducha y ahora estoy en el pasillo tiritando, tapada con una toalla, así que...


—¡Maldita seas, Paula! Una imagen tuya desnuda es justo lo que necesito —dijo con frustración, y el efecto que la ducha de agua fría había tenido sobre ella desapareció—. Estate callada. Mi padre sufrió anoche un ataque al corazón.
Está vez no quiero tu compasión. Sólo quiero que hagas lo que te digo. He hablado con su médico y me ha dicho que las próximas cuarenta y ocho horas son cruciales. Está semiconsciente, pero le he contado lo de Benjamin y me ha dicho que quiere conocerlo. No voy a permitir que mi padre muera sin conocer a su nieto. A las nueve irá un coche a recogeros para llevaros al aeropuerto. Le he pedido a Sid que os acompañe y él os llevará al hospital, ¿comprendido?


—Sí... No. Espera —tartamudeó ella con el corazón acelerado.


—No tengo tiempo para discutir. Haz lo que te digo —ordenó Pedro, y colgó el teléfono.








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