sábado, 6 de junio de 2015

EL HIJO OCULTO: CAPITULO 27





Paula agarró a Benjamin de la mano y le dedicó una sonrisa tranquilizadora mientras avanzaban por el pasillo del hospital hacia el área de cuidados intensivos.


—Vas a ver a tu papá, y a conocer a tu abuelo, que no se encuentra muy bien. Pero no temas, se recuperará.


—Sid me ha dicho que soy mayor y que no tengo miedo de nada —dijo Benjamin—. ¿Verdad, Sid?


—Claro que sí —Sid sonrió mirando a Paula—. No te preocupes. Sentaos —señaló unas sillas que estaban contra la pared—. Le diré al señor Alfonso que estáis aquí.


Paula observó que cerraba la puerta y tomó asiento junto a Benja. Ella tenía miedo. Todo estaba sucediendo tan deprisa que temía haber perdido el control.


Sid regresó al cabo de un momento y dijo:
—El señor Alfonso llegará enseguida, así que me voy —dijo, y se marchó. Paula continuó mirando a la puerta hasta que apareció Pedro.


—Paula... Has venido —dijo él.


—Sí —se miraron a los ojos.


—No estaba seguro de que fueras a venir —admitió—. Pero me alegro de que lo hayas hecho.


Paula lo miró de arriba abajo. Llevaba la ropa arrugada y tenía el cabello alborotado, como si se hubiera pasado los dedos por él docenas de veces. Parecía cansado.


—No me has dejado mucha elección —dijo ella con una media sonrisa—. Y Benjamin estaba deseando meterse en el avión. Nunca había volado y estaba fascinado.


—Cuando sea mayor, voy a ser piloto, papá —dijo Benjamin. Pedro se agachó y tomó a Benja en brazos.


—Cuando seas mayor, puedes ser lo que quieras, pero ahora quiero que conozcas a tu abuelo —mirando a Paula, añadió—: mi padre también quiere conocerte, Paula. El médico le ha dado algo y ahora está despierto, pero no sabe cuánto tiempo... —se encogió de hombros—. Entra —dijo, y poniéndose en pie, Paula siguió a Pedro y a Benjamin hasta otra habitación.


Una mujer menuda de cabello oscuro se acercó a ella.


—Soy Caro, la hermana de Pedro —dijo con una sonrisa y miró a Benjamin. Después se dirigió a Paula—. Tú debes de ser Paula. He oído hablar mucho de ti y estoy encantada de conocerte, pero me hubiera gustado hacerlo en otras circunstancias. Tienes que venir a cenar esta noche y conocer al resto de la familia.


—No, esta noche no —intervino Pedro, dejando a Benjamin en el suelo—. Ve a tomarte un café o algo. No estaremos mucho tiempo aquí, y después puedes quedarte unas horas mientras yo llevo a Paula y a Benja a casa.


—Ha hablado el oráculo —dijo la hermana, y agarró a Paula del brazo—. Adoro a mi hermano de Pedro, pero lo conozco. No permitas que te mandonee.
Mañana traeré a los niños por la mañana. Le harán compañía a Benjamin. Diga lo que diga Pedro, un hospital no es sitio para niños pequeños —dijo ella con una sonrisa—. Te veré más tarde.


Paula sonrió sintiéndose un poco mejor. Caro parecía simpática, aunque el comentario que había hecho acerca de que había oído hablar mucho de ella era extraño. Entonces, respiró hondo, se volvió y se quedó de piedra.


Un hombre de pelo cano estaba tumbado en la cama con una mascarilla de oxígeno retirada de la boca y un gotero.


 Varios monitores controlaban sus constantes vitales. Su rostro reflejaba dolor, pero sus rasgos se veían claramente.


Benjamin, que tenía la altura justa para ver por encima de la cama, miraba con curiosidad a su abuelo. Pedro le decía algo a su padre en griego y después habló en inglés para presentar a Benjamin.


Al ver que al hombre se le iluminaba la cara, Paula sintió un nudo en la garganta. Benjamin extendió la mano y su abuelo se la estrechó. Estaba viendo a tres generaciones de una familia, todos con sus ojos marrones, sonrientes y con el mismo cabello rizado. Todos se parecían mucho y era evidente que pertenecían a la misma familia. De pronto, Paula sintió que se le encogía el estómago. Benja encajaba perfectamente en aquella familia y, por mucho que ella quisiera, no tenía derecho a negársela.


—Eres un hombre muy viejo —dijo Benjamin.


—Benja, es de mala educación hacer esos comentarios —lo reprendió ella, pero sus palabras quedaron ahogadas por la risa de Pedro y de su padre.


Entonces, su padre se dirigió a Paula y dijo:
—La verdad no duele —dijo el padre de Pedro—. Acércate para que pueda verte. 


Paula se colocó al lado de Pedro.


—Tú eres la madre de mi maravilloso nieto —dijo él, con los ojos humedecidos—. Te agradezco de todo corazón que lo hayas traído.


—Ha sido un placer —murmuró Paula—. Estoy encantada de conocerlo y espero que se recupere pronto —tragó saliva para tratar de contener la emoción.


El hombre la miró un momento y después se dirigió a Pedro en griego. Ella se fijó en que Pedro se sonrojaba y que parecía avergonzado cuando respondió.


Pensando en el último deseo de su padre, sacó el teléfono móvil y llamó a su abogado.





No hay comentarios.:

Publicar un comentario