sábado, 30 de mayo de 2015

EL HIJO OCULTO: CAPITULO 3




Embarazada. Paula estaba embarazada. No era posible. Él había tomado todas las precauciones posibles, pero ¿y ella? Pedro se hizo la pregunta y sintió que lo invadía la rabia mientras buscaba una respuesta aceptable. Contar hasta diez no funcionó, así que siguió contando antes de volverse para hablar con ella sin gritar.


—Estoy seguro de que crees que estás bien —dijo con cinismo, mientras trataba de controlar la furia que sentía—. Ahí de pie, con un collar de diamantes y embarazada supongo que ahora dirás que el hijo es mío.


No podía creer que se hubiera dejado llevar por la supuesta inocencia de Paula. Ella era como las demás, si no peor, porque había conseguido aquello en lo que otras mujeres habían fracasado.


—Por supuesto que es tuyo.


Él percibió asombro en su voz, pero lo ignoró.


—Sabes que eres el único hombre con el que he hecho el amor. Te quiero, y creía que tú me querías.


—Te equivocaste. No creo en el amor y por ello no quiero a nadie.


—¿Por qué te comportas así? —preguntó ella.


—¿Por qué? Porque no deseo que me engañen diciéndome que soy padre —dijo con sarcasmo—. Recuerda desde el principio. Siempre he utilizado protección. Entonces, tú sugeriste empezar a tomarte la píldora y yo, tonto de mí, debido a que eras virgen me dejé llevar por la tentación de disfrutar del sexo sin preservativo por primera vez en mi vida. Te presenté a mi médico privado, el doctor Marcus, y él te recetó la píldora anticonceptiva. Ni siquiera tenías que acordarte de ir a recogerla porque él quedó en que te las enviaría aquí. Por ese lado no ha podido haber ningún error, así que dime, ¿cuándo ha tenido lugar el embarazo?


—El fin de semana que estuvimos en parís. Me olvidé de llevarme la píldora.


—Tenía que haberlo imaginado —Pedro comprendió enseguida las artimañas de Paula—. Recuerdo que la única vez que discutiste conmigo en lugar de comportarte como la amante apasionada de siempre fue cuando regresé de pasar semana santa en Grecia. Te quejaste de que nunca te llevaba de viaje conmigo y de que sólo habías salido del país para ir a Bélgica en un viaje de un día. Ni siquiera conocías París, y por eso te llevé. ¿Ahora pretendes que crea que te dejaste la píldora por error y que no se te ocurrió mencionarlo en los tres días que estuvimos allí? Qué bien te ha venido —dijo en tono de mofa—. Eso fue a finales de abril y estamos a principios de julio... Debes de estar embarazada de dos meses.


—De nueve semanas —dijo ella.


—¿Por qué has tardado tanto en decírmelo? No me lo digas... Deja que lo adivine. Esperaste a terminar los exámenes y a licenciarte, pero no tenías intención de ponerte a trabajar, sino de vivir de manera lujosa a mi costa. 
Eres una mujer muy inteligente. Paula, y lo has hecho en el momento perfecto, pero a mí nadie me toma por tonto y si tu comportamiento descocado y espectacular de anoche en la cama tenía la intención de ablandarme para que me case contigo, no has tenido suerte. Ningún hombre espera que su amante se quede embarazada.


—No he sido tu amante. Nunca seré la amante de nadie. Creía que eras mi novio. Pensaba que...


Él la interrumpió.


—Basta, Paula, no finjas ser tan inocente. Fui yo quien te buscó este apartamento.


—Creía que estaba cuidando de la casa y de Marty.


—Así era, pero mi amigo me vendió la casa tres meses después de marcharse y dijo que podías quedarte con el gato. Al parecer, él ha encontrado otro tipo de felino con quien acurrucarse... Espero que sea menos malvada que tú.


—¡Malvada! —exclamó ella—. ¿Cómo puedes llamarme eso después de lo que hemos compartido?


—Fácilmente. Te he dado un coche, joyas, ropa... Podías tener todo lo que quisieras. Pero nunca te ofrecí un anillo de boda, y sabías que sería así desde el principio y estabas de acuerdo conmigo. Si en algún momento has pensado que podías atraparme con un hijo no planeado, piénsalo de nuevo.


Paula se dejó caer sobre la cama. Él no quería a su hijo y eso era como recibir una puñalada en el corazón. No podía mirar a Pedro y respiró hondo varias veces. Finalmente admitió que llevaba engañándose desde el principio de su relación. Mientras que ella se había enamorado de él y lo consideraba su novio, él sólo la consideraba una amante y la trataba como a tal.


Todos los pequeños detalles del pasado cobraban sentido. 


No era de extrañar que Pedro nunca le hubiera ofrecido que fuera a Grecia con él para conocer a su familia y amigos. Pedro siempre tenía una excusa para no estar con ella cuando su tía Irma iba a verla a Londres desde Dorset, y ella se lo había pedido varias veces.


Pedro la había conquistado, la había llevado a cenar y se había acostado con ella. Le había regalado un coche una semana antes de navidad. Ella había intentado rechazarlo, pero él había insistido en que lo aceptan diciéndole que le resultaría útil para regresar a su casa en vacaciones. Él no había podido pasarlas con ella porque siempre iba a Grecia durante las fiestas. Del mismo modo había insistido en que aceptan un broche seis semanas después de conocerse, un brazalete de diamantes el día que cumplió veintiún años en agosto, y en llevarla a comprar ropa de diseño y lencería.


Ella había aprendido que era más fácil aceptar sus regalos de manera agradecida que objetar. Pero nunca había conocido a ninguno de sus amigos, aparte del hombre a quien pertenecía originalmente el apartamento, y del doctor Marcus, con quien él había ido al colegio. Ella no había sido más que su amante en Londres. El fin de semana en París había sido el único viaje que habían hecho juntos. De pronto, una idea invadió su cabeza. Si él no la consideraba más que una amante, quizá no era la única. Era probable que tuviera otras en Nueva York y en Grecia, y quién sabía dónde más.


Paula encorvó la espalda y agachó la cabeza. Se pasó las manos por el cabello y pestañeó para contener las lágrimas que se agolpaban en sus ojos. ¿Cómo podía haber sido tan tonta y estar tan equivocada acerca de Pedro, su primer y único amor?


Liz tenía razón y ella había estado demasiado enamorada como para reconocer la verdad...


Pedro miró a Paula y vio que estaba destrozada. Por supuesto que, si estaba embarazada, se ocuparía de ella. 
Pero primero necesitaba que el doctor Marcus confirmara que Paula estaba embarazada y, puesto que él había estado fuera varias semanas, necesitaba confirmar que el hijo era suyo antes de pensar en casarse con ella. Ningún hijo suyo nacería fuera del matrimonio. Aunque el matrimonio significan el fin de su soltería.


No podía tratar con Paula en esos momentos. Necesitaba tiempo para pensar y tenía una reunión al cabo de una hora.
Se acercó a ella y colocó una mano sobre su hombro. Notó que ella se retiraba y se enfadó de nuevo.


—No tengo tiempo para esto —dijo él en tono cortante—. Tengo reuniones a las que no puedo faltar durante todo el día, y mañana por la noche tengo que estar en Grecia para el cumpleaños de mi padre.


Lo más importante para Pedro era que su padre iba a jubilarse. Al día siguiente por la noche, él se convertiría oficialmente en el presidente de Alfonso Corporation, la empresa que llevaba dirigiendo extraoficialmente durante los últimos años. Paula no tenía por qué saberlo. Su negocio no tenía nada que ver con ella.


—Pero no te preocupes, hablaré con Marcus antes de marcharme. Es un doctor estupendo y muy discreto. Se ocupará de tu embarazo y yo pagaré por todo. Te lo aseguro.


Ella levantó la cabeza despacio y lo miró durante un largo instante.


—No estoy preocupada, y sé que el doctor Marcus lo hará —dijo ella.


—Bien —repuso Pedro. Nunca había visto a Paula tan apagada. Quizá debía decirle algo. Pero no solía manifestar sus sentimientos y seguía en estado de shock, así que dijo sin más—: Necesito darme una ducha —y se metió en el baño.







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