sábado, 30 de mayo de 2015

EL HIJO OCULTO: CAPITULO 2




Paula cerró el grifo de la ducha y salió de la cabina. Eran las nueve de la noche y quería acostarse temprano para estar descansada y preparada para cuando llegara Pedro al día siguiente. Al pensarlo, sintió un nudo en el estómago...


Se miró en el espejo y se cubrió su cuerpo delgado con una toalla. ¿Cuánto tiempo continuaría delgada?


Tenía que decirle a su novio, Pedro, que estaba embarazada...


Pedro Alfonso era un financiero con éxito y también con el poder que había detrás del emporio de Alfonso Corporation. Desde un principio, Paula había sospechado que era rico, simplemente por la seguridad que demostraba en sí mismo. Y por eso, en un principio se había mostrado recelosa. Él pertenecía a un mundo completamente distinto al de ella, pero Paula estaba enamorada por primera vez en su vida. Liz, su compañera de casa, le había contado que era
extremadamente rico y había tratado de advertirle a Paula que él sólo pretendía que fuera su amante habitual en Londres...


Liz se había equivocado.


Era cierto que a los pocos días de mudarse al nuevo apartamento se habían convertido en amantes, pero no vivían juntos...


Pedro la respetaba y cuando trabajaba en Londres se alojaba en la suite del hotel de lujo propiedad de Alfonso Corporation. Y el hecho de que Paula tuviera su propio apartamento le había permitido estudiar para superar con éxito el último año de carrera.


A pesar de que Pedro fuera un hombre rico, ella consideraba que eran como cualquier otra pareja enamorada. 


Ocasionalmente salían al cine o a cenar, y cuando su relación se convirtió en algo más íntimo, él empezó a quedarse a pasar la noche con ella. Y a veces, incluso más de una noche. Pedro había dejado algo de ropa allí a lo largo del año, pero no vivía en aquella casa. Viajaba mucho y Paula lo echaba de menos por las noches.


Pedro casi nunca hablaba con ella del trabajo, pero ella no había tardado mucho en darse cuenta de que era adicto al trabajo y que pasaba el tiempo entre los dos continentes. 


Pero también le había comentado alguna vez que tenía una hermana mayor, casada y con dos niñas a las que él adoraba. Eso era buena señal, porque indicaba que le gustaban los niños. Paula estaba convencida de que querría a su bebé tanto como ella...


Paula había conocido a Pedro cuando estaba alojado en el hotel donde ella trabajaba de recepcionista y, desde entonces, su vida había cambiado. Ella había levantado la vista la oír su voz grave, lo había mirado a los ojos y se había quedado prendada. Era el hombre más guapo que había visto nunca. Entonces, él le sonrió y ella experimentó algo que no había sentido jamás. Incapaz de mirar a otro lado, se sonrojó.


Doce meses más tarde todavía se excitaba al verlo o al oír su voz, e incluso a veces se sonrojaba.


Paula Chaves, a lo mejor pronto Paula Alfonso, soñaba con el futuro. Agarró una toalla de lavabo del toallero, se inclinó y comenzó a secarse la cabeza.


—¡Ahh! —gritó al sentir que alguien la agarraba del hombro—. ¿Qué diablos...? —exclamó mientras la giraban.


Dejó caer la toalla al suelo y miró a Pedro.


Pedro... Eres tú.


—Eso espero —sonrió él—. ¿A quién más esperabas en tu baño? —se mofó.


Deslizó las manos por sus hombros para quitarle la toalla que cubría su cuerpo y la miró de arriba abajo con deseo.


—Llevo semanas soñando con esto —posó la mirada sobre sus pezones rosados—. Pero la realidad supera al más salvaje de mis sueños.


Paula echó la cabeza hacia atrás. Él se había quitado la chaqueta y la corbata y llevaba los primeros botones de la camisa desabrochados, mostrando una fina capa de vello oscuro y varonil.


—Ah, Pedro... Te he echado mucho de menos —suspiró ella y se acurrucó entre sus brazos.


Pedro inclinó la cabeza y la besó en los labios. Ella le rodeó el cuello con un brazo y se besaron de manera apasionada. Cuando se separaron para tomar aire, él se agachó y capturó uno de sus pezones con la boca para acariciárselo con la lengua.


—Cielos, Paula, no puedo esperar —se quejó.


Ella le acarició el cabello con una mano y metió la otra por la abertura de su camisa, desesperada por sentir el calor de su piel y los pezones erectos medio escondidos entre el vello rizado. Al ver el brillo del deseo en sus ojos marrones, ella deslizó la mano más abajo para acariciarle el miembro erecto a través de la tela de los pantalones.


Ella tampoco podía esperar... Nunca habían pasado tanto tiempo separados y el calor húmedo de su entrepierna era la muestra del potente deseo que sentía por él.


Pedro le retiró la mano y la apoyó contra la pared mientras se bajaba la cremallera para liberar su miembro. Ella podía sentir el fuerte latido de su corazón contra su pecho y, por un instante, fue incapaz de moverse.


—Perdóname, Paula —dijo él—. Pero te deseo con locura.


—Yo también —murmuró ella, mientras él la besaba en los labios.


—¿Estás segura de que estás bien?


—Ahora mucho mejor. Sólo tengo que mirarte para desearte —admitió ella, encantada de que hubiera llegado por sorpresa.


—Sigue pensando en ello mientras me quito la ropa —dijo él, quitándose los pantalones.


Paula se agachó con intención de recoger la toalla del suelo, pero Pedro la agarró de la muñeca para que se incorporara.


—No te molestes —dijo con una sonrisa sensual—. No la necesitas para lo que tengo planeado —se quitó el resto de la ropa.


Era perfecto. Tenía el cabello negro y un poco rizado. Sus ojos eran marrones y se oscurecían a causa de la pasión. Y su nariz estaba perfectamente colocada en la estructura de su rostro. Su boca era sensual, sus labios, perfectos y su mentón, prominente.


Paula podría pasarse la vida mirando su rostro, pero su torso desnudo era demasiado tentador y no pudo evitar deslizar la mirada por su cuerpo musculoso. Su miembro viril asomaba entre sus piernas poderosas...


—¿Te gusta lo que ves? —preguntó él, provocando que se sonrojara.


—Sí —lo amaba, y quizá había llegado el momento de darle la noticia. Pero antes de que pudiera encontrar las palabras adecuadas, él la tomó en brazos y la llevó hasta el dormitorio—. Espera, Pedro... ¿no quieres tomar algo después del viaje? ¿Cómo es que has llegado una noche antes?


—Porque no podía esperar otro día más. Lo único que quiero para comer eres tú —la tumbó en la cama y se colocó a su lado.


Entusiasmada por el deseo que él mostraba hacia ella, Paula comenzó a acariciarlo y lo que pasó aquella noche no tenía igual. Él le hizo el amor despacio y con tanta pasión, que estuvo a punto de volverla loca de excitación, explorando cada curva de su cuerpo y seduciéndola hasta llevarla al clímax. Paula se sentía como si estuviera poseída y consiguió liberarse de toda inhibición sexual. Era como si ninguno de los dos consiguiera saciarse y necesitara más.


Finalmente, horas más tarde, agotada entre sus brazos pero incapaz de dormir miró a Pedro y se preguntó si su hijo se parecería a él. Se preguntó si el hecho de que él hubiera llegado antes de tiempo podía ser la sorpresa especial que él le había prometido y frunció el ceño. Era ridículo, pero ella se había hecho la ilusión de que fuera un anillo y había imaginado que Pedro le pedía que se casara con él antes de que ella le dijera que estaba embarazada.


—Paula, ¿En qué piensas? ¿Qué pasa? —preguntó Pedro.


Ella se incorporó y lo miró a los ojos.


—Nada. Me preguntaba si el hecho de que hayas venido antes de tiempo era la sorpresa que me prometiste. Si es así, he de decir que ha sido una gran sorpresa —lo besó.


—Me alegro, pero no —la tumbó bocaarriba, salió de la cama y encendió la luz—. Quédate donde estás. Enseguida vuelvo —dijo él.


Paula lo observó salir desnudo de la habitación. Minutos más tarde, él regresó con una caja de piel negra en la mano.


—Siéntate, Paula. Por tu graduación universitaria —abrió la caja y le mostró una gargantilla de diamantes. Se la colocó en el cuello y la abrochó. Después, tras acariciarle los hombros y cubrirle los senos con las manos, añadió—: y también por tu graduación en la cama —le pellizcó los pezones con suavidad—. No imaginaba que el sexo pudiera ser mejor, pero me he sorprendido. Y tú me has acompañado durante todo el camino, sorprendiéndome aún más, mi maravillosa desvergonzada.


—Gracias, Pedro —murmuró ella—. La gargantilla es preciosa.


Paula miró las piedras que colgaban de su cuello tratando de no desvelar la pequeña decepción que sentía. Sin embargo, al ver los dedos de Pedro acariciándole los pechos experimentó de nuevo una fuerte excitación sexual.


Lo rodeó por el cuello y lo besó en los labios.


—Y te quiero —dijo ella.


Paula se lo había dicho montones de veces, pero, de pronto, se percató de que Pedro nunca se lo había dicho en inglés. Le había dicho que era preciosa y que le encantaba su cuerpo, y ella había supuesto que le había dicho «te quiero» en griego, el idioma que empleaba en los momentos de pasión. Sin embargo, ya no estaba tan segura...


Convenciéndose de que era una tontería, se colocó a horcajadas sobre su cuerpo y le hizo el amor hasta que ambos quedaron agotados.


Paula se despertó al sentir una mano sobre su pecho y la presión de un miembro erecto contra el trasero.


—Ah, Paula, me gusta tanto acariciarte... —le susurró Pedro al oído.


Ella se desperezó y gimió al sentir que Pedro le acariciaba la entrepierna con la otra mano, pero su estómago tenía vida propia y no estaba nada calmado. De forma apresurada, Paula se bajó de la cama y corrió hacia el baño.


—¿Qué pasa, Paula? —preguntó Pedro.


Incapaz de contestar, ella cerró la puerta y abrió el grifo del lavabo. A lo mejor con un poco de agua conseguía calmar sus náuseas. No le sirvió de nada y dos segundos más tarde estaba de rodillas frente al retrete y obteniendo muy poco resultado.


Despacio, se puso en pie y tras tirar de la cisterna se volvió para mojarse el rostro y lavarse la boca. «Quizá si aprendo a moverme con más cuidado, evitaría las náuseas de la mañana», pensó mirándose en el espejo con una sonrisa. 


Todavía no le había cambiado el cuerpo. Tenía el aspecto de una mujer bien amada, y las marcas de la pasión sobre sus muslos y pechos eran la evidencia. También la gargantilla de diamantes que llevaba al cuello. Suspiró con alegría. No tenía ni idea de cuándo se lo pondría, pero era un regalo fantástico y la noche había Sido increíble. Pedro le había demostrado lo mucho que la deseaba de una docena de maneras distintas, incluyendo un par de ellas que nunca había probado antes.


—¿Paula?


Ella oyó que él la llamaba.


Decidió que era un buen momento para decirle que estaba embarazada.


—Voy enseguida —contestó ella, agarrando una toalla del armario y cubriéndose el cuerpo con ella.


—¿Por qué has tardado tanto? —preguntó él mirándola con deseo y humor.


Ella se fijó en su cuerpo musculoso, tumbado sobre la cama, y se percató de que estaba ligeramente excitado. Él gesticuló con el dedo para que se acercara.


—Estoy esperando para disfrutar del sexo mañanero —dijo él con una sonrisa.


Paula se estremeció. Él la deseaba. Pedro la amaba, podía verlo en su mirada. Dio un paso hacia él y sonrió.


—Estoy embarazada y pensaba que tenía náuseas —vio que se turbaba su mirada—. Pero no te preocupes, estoy bien —dijo ella, acercándose a la cama.


Él saltó de la cama y se puso en pie.


—¿Pedro? —comenzó a decir ella, y se calló al ver que él se volvía hacia ella con una expresión de rabia en la mirada.


Pedro permaneció un instante mirándola y, de pronto, pasó de ser un amante apasionado a un perfecto desconocido. 


Ella se estremeció de nuevo, pero a causa de un mal presentimiento.












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