jueves, 9 de abril de 2015

CONDUCIENDO AL AMOR: CAPITULO 24





Pedro sintió náuseas cuando se dirigió al cine de Westfield. 


No estaba acostumbrado a que le fallara la confianza en sí mismo. Sí, su ego se había visto brutalmente afectado cuando Paula le dijo en Nueva York que no se casaría con él. De hecho había perdido un día o dos ahogando las penas en alcohol, algo impropio de él. Pero cuando recuperó la sobriedad y se dio cuenta de que le resultaba impensable un futuro sin Paula, llevó a cabo los cambios necesarios en su estilo de vida con una actitud muy positiva. En ningún momento se le pasó por la cabeza la idea de que no conseguiría recuperar a Paula.


Pero de pronto no estaba tan seguro.


Tal vez durante aquellas semanas de silencio Paula hubiera decidido que no lo amaba después de todo. Tal vez la distancia en su caso hubiera sido el olvido. Quizá lo que sentía por él no era amor, sino deseo.


Quizá incluso se había arrepentido de haberle permitido hacer las cosas que hizo con ella. Aunque estaba convencido de que en su momento las disfrutó. Paula no era como Anabela, que hacía lo que él quería en la cama con el ojo puesto en el dinero. Paula no se parecía a Anabela absolutamente en nada. Tenía que dejar de pensar de forma tan negativa. La negatividad no conducía a nada.


Cuando Pedro entró en el enorme aparcamiento, ya había recuperado algo de su seguridad en sí mismo. Una vez aparcado, volvió a llamar a Paula. Seguía con el móvil apagado. Salió del coche, lo cerró y entró a toda prisa en el centro comercial rumbo a la zona por la que Paula tendría que pasar cuando saliera del cine.


Paula se puso de pie en cuanto empezaron los créditos. La película había sido bastante divertida en ocasiones. Incluso había llegado a reírse una o dos veces. Pero en cuanto salió del cine, volvió a sentirse deprimida. ¿Qué diablos iba a hacer? Sentarse y tomarse un café, supuso con tristeza. De ninguna manera iba a volver a casa todavía. Solo eran las tres.


Deambuló lentamente por el vestíbulo que separaba las salas de cine sin fijarse en las pocas personas que pasaban cerca de ella. El lunes por la tarde, sobre todo si hacía bueno, no iba mucha gente al cine. Casi había llegado a la zona de restaurantes que había al otro lado cuando alguien la llamó por su nombre.


Centró la mirada y entonces le vio allí, justo delante de ella.


–Oh, Dios mío –fue lo único que pudo decir–. Pedro.


Al verle sonreír, estuvo a punto de echarse a llorar. Pero se detuvo a tiempo.


–¿Qué estás haciendo aquí? –le preguntó confundida. 


Quería pensar que estaba allí por ella, pero le parecía demasiado bonito para ser verdad. Y sin embargo allí estaba, tan guapo como siempre.


–Tu madre me dijo que habías venido al cine, así que vine y esperé a que salieras.


–¿Has llamado a mi madre?


–Primero intenté localizarte en el móvil, pero lo tenías apagado. Así que llamé a Alquiler de coches Chaves y me contestó tu madre.


–Ah.


–¿Eso es lo único que vas a decir?


–Sí. No. ¿Qué quieres que diga? Estoy en estado de shock. No me has llamado ni me has mandado ningún mensaje. Creía que habías terminado conmigo.


–Fuiste tú quien terminó conmigo, Paula.


Ella torció el gesto con una mueca de dolor.


–Hice lo que pensé que era mejor. Para los dos. Y dime, ¿para qué has venido, Pedro? Por favor, no me pidas que vaya a Nueva York y me case contigo. Eso sería una crueldad. Te di mis razones para decir que no y eso no ha cambiado.


–En eso te equivocas, Paula. Han cambiado muchas cosas.


–No creo. Seguramente ahora serás todavía más rico que antes –había leído en alguna parte que los multimillonarios ganaban miles de dólares al día gracias a sus muchas inversiones. ¿O era al minuto?


–¿Qué te parece si vamos a tomar un café a un sitio más íntimo y te lo explico mejor?


–No hay ningún sitio más íntimo –aseguró Paula señalando con la mano la zona de restaurantes, que estaba bastante llena. Ya estaban en noviembre y la gente había empezado a hacer las compras de Navidad.


–Creo recordar que hay un pequeño café por ahí a la derecha –dijo Pedro–. Vamos.


Paula le siguió sin decir nada. Todavía estaba intentando dilucidar qué podría haber cambiado.


El café al que Pedro se refería estaba medio vacío, había sitio para escoger. Pedro la dirigió hacia el banco más lejano. En la pared del fondo había un cartel en el que ponía que había que pedir en la barra.


–¿Quieres algo de comer con el café? –le preguntó Pedro.


–No, gracias.


–Bien. ¿Qué te apetece? ¿Café con leche? ¿Capuchino?


–Café con leche –contestó Paula–. Sin azúcar.


–Bien.


Paula trató de no quedarse mirándolo mientras iba a por los cafés, pero estaba guapísimo con los pantalones cortos y el polo negro. Se dio cuenta de que le había crecido un poco el pelo. Le quedaba mejor así. Pero daba igual lo que se pusiera o lo largo que tuviera el pelo. El destino había sido muy cruel permitiendo que se enamorara de un hombre con tantos encantos.


Mientras Paula esperaba a que volviera, trató de imaginar por qué habría aparecido de pronto de aquel modo. Estaba claro que pensaba que lograría hacerla cambiar de opinión. 


Y tal vez tuviera razón. Se había sentido muy triste. Y le echaba terriblemente de menos. También echaba de menos hacer el amor con él. Volver a verle le había recordado lo maravilloso amante que era. Irresistible.


Finalmente optó por mirarse las manos, que retorcía nerviosamente en el regazo. No alzó la vista hasta que Pedro le puso el café delante y se sentó frente a ella con el suyo.


–Gracias –dijo Paula educadamente. En realidad no le apetecía nada el café. Tenía un nudo en el estómago.
Pero lo agarró y le dio un pequeño sorbo antes de volver a dejarlo en la mesa. –Y ahora, ¿te importaría decirme qué está pasando?


Pedro la miró a los ojos.


–Lo que está pasando es que todavía te amo, Paula. Y sí, sigo queriendo casarme contigo.


Dios, aquello era muy cruel.


–No lo dudo, Pedro, ya que estás aquí –replicó ella–. Pero a veces el amor no es suficiente.


Pedro extendió la mano para rozarle la suya.


–Tal vez cambies de opinión cuando escuches lo que ha logrado el amor que siento hacia ti.


A Paula le costaba trabajo pensar con claridad cuando la tocaba.


–¿De qué estás hablando?


–Bueno, en primer lugar me he venido a vivir a Australia.


A ella le dio un vuelco al corazón.


–¿En serio?


–Sí. Sabía que tú nunca vivirías conmigo en Nueva York, así que he dejado mi trabajo y he vendido la mayor parte de mis acciones de la empresa de mi padre a sus socios.


Paula se limitó a quedarse mirándolo.


–Luego utilicé ese dinero para crear un fondo solidario para ayudar económicamente a personas afectadas por los desastres naturales. Parece que últimamente hay muchos. Mi padre siempre donaba mucho dinero cada vez que sucedía un desastre natural, pero le preocupaba que el dinero no llegara en ocasiones a su destino. Yo voy a ser el director general de esta fundación, así que yo decidiré dónde va el dinero. El capital está invertido en sitios seguros, así que durará una eternidad. No cobraré sueldo, pero he tenido que contratar a un par de profesionales expertos en organizaciones solidarias para que supervisen las transacciones, y ellos sí cobran. Aparte de eso, todo el dinero del fondo irá donde tiene que ir.


Lo único que pudo hacer Paula fue sacudir la cabeza.


–¿Has dado tu dinero a una obra solidaria?


–No todo, solo lo que heredé de la venta de la empresa de mi padre. Aunque es la mayoría de su patrimonio. Todavía tengo su cuenta corriente, que es bastante considerable, y también el dinero procedente de la venta de sus propiedades. Cuando las venda, claro. Eso incluye su apartamento amueblado en Nueva York y el de París. Cada uno de ellos dejará unos veinte o treinta millones. Si añadimos las obras de arte que ha coleccionado a lo largo de los años, podremos añadir varios millones más. Aunque puede que done algunas a varios museos del mundo. Sí, creo que lo haré. El caso es que sigo siendo millonario, Paula, pero no multimillonario. Sé que no te casarás con un multimillonario, pero la pobreza tampoco tiene nada de atractivo.


Paula había pasado del asombro a estar maravillada.


–¿Has hecho todo eso por mí?


–Lo curioso es que al principio renuncié a la mayoría del dinero para recuperarte, pero cuando lo hice me sentí bien. Muy bien. Dicen que es más placentero dar que recibir y tienen razón. En cualquier caso, como te puedes imaginar, organizar tantas cosas lleva mucho tiempo. Por eso he tardado tanto en venir. Todavía tendré que ir a América de vez en cuando para algún asunto de la fundación, pero a partir de ahora Australia será mi hogar. Así debe ser, ya que voy a tener una mujer australiana. Una mujer sin la que no puedo vivir.


–Oh, Pedro –murmuró Paula con los ojos llenos de lágrimas–. No me lo puedo creer.


Pedro estaba tratando de mantener también la compostura.


–Entonces, ¿esta vez tu respuesta es sí?


–Sí –dijo ella con un sollozo–. Por supuesto que sí.


–Gracias a Dios –Pedro apoyó con fuerza la espalda en el respaldo–. Me preocupara que dijeras otra vez que no, y a mi madre también.


Paula parpadeó sorprendida.


–¿Le has hablado a tu madre de nosotros?


–Por supuesto. Lleva años tratando de convencerme de que me case y tenga hijos. Estará encantada cuando se lo diga.


–¿Tú también quieres tener hijos? –preguntó Paula, todavía en estado de shock.


–Diablos, sí. Tantos como quieras tú. Y si en algo te conozco, Paula, creo que serán más de uno o dos.


–Sí, me gustaría tener familia numerosa –confesó–. Y dime, ¿cuándo le hablaste a tu madre de nosotros?


–Anoche. Me quedé en su apartamento de Bondi. Mi vuelo llegó muy tarde, demasiado tarde como para llegar aquí. Aunque al final me desvelé de todas maneras y le conté todo a mi madre. Y luego me quedé dormido. No llegué a la costa hasta después de comer. Como ya te he contado, al ver que no contestabas al teléfono llamé a la oficina y me contestó tu madre.


Paula seguía asombrada por todo lo que Pedro había hecho por ella.


–Espero que mi madre fuera amable contigo.


–Mucho.


–Oh, Pedro, haces que me sienta fatal.


Él frunció el ceño.


–¿Por qué?


–Porque tú has hecho todo por mí y yo no he hecho nada por ti.


¿Que no había hecho nada? Pedro miró a aquella chica maravillosa a la que amaba y pensó en todas las cosas que había hecho. La primera y más importante, amarle. No por su dinero, sino por sí mismo.Pedro el hombre, no el heredero de miles de millones. También le había hecho ver lo que era importante en la vida. No la fama y la fortuna, sino la familia y la comunidad. No una vida social de clase alta, sino una vida sencilla llena de risas, niños y amigos. Sí, estaba deseando tener hijos con Paula. Qué afortunado había sido por haber llamado aquel día a Alquiler de coches Chaves y haberla conocido.


Pero Pedro sabía que, si le decía todo aquello, se sentiría avergonzada. Así que se limitó a sonreír y dijo:
–No podemos decir que la felicidad no sea nada, Paula. Y tú me haces feliz, cariño.


–Oh –daba la impresión de que Paula iba a echarse a llorar otra vez.


–No más lágrimas, Paula. Puedes llorar el día de la boda si quieres, pero hoy no. Hoy es un día para regocijarse. Y ahora tómate el café e iremos a comprarte un anillo de compromiso. Tiene que haber una joyería decente por algún sitio.


Media hora más tarde, Paula llevaba en el dedo corazón de la mano izquierda un diamante solitario engarzado en oro blanco. No era ni tan grande ni tan caro como a Pedro le hubiera gustado.


–No se trata del precio, Pedro –le dijo ella con firmeza cuando lo escogió–, sino del sentimiento que hay detrás. Además, no quiero despertar la envidia de mis cuñadas. Ellas no tienen anillos de compromiso con enormes pedruscos.


Pedro alzó los ojos al cielo.


–Muy bien. Pero no creas que voy a comprar una casa con alguna carencia. Mi intención es que tenga todo lo que tú y yo queramos.


–Me parece justo –afirmó Paula. A ella no le gustaban las joyas, pero siempre había querido tener una gran casa.


–De acuerdo –dijo Pedro–. Ahora que hemos solucionado el tema del anillo, déjame llevarte a la tienda de Fab Fashions en la que solías trabajar.


–¿Para qué? –preguntó ella desconcertada–. Ya no es tuya.


–Ah, ahí te equivocas. Cuando vendí la empresa de mi padre, acordé quedarme con un solo activo: la cadena Fab Fashions. Los socios de mi padre se mostraron encantados de dejármela a cambio de nada. La consideran un garbanzo negro, pero yo creo que con tus consejos podremos hacer que funcione. Entonces, ¿qué me dices, Paula? ¿Puedes ayudarme con esto?


A Paula se le hinchió el corazón de felicidad. ¡Qué maravillosamente detallista era Pedro! Y muy inteligente. 


Sabía perfectamente cómo ganarse su corazón. Y así se lo hizo saber.


Pedro sonrió.


–Andy siempre decía que nada podía interponerse entre la portería y yo.


Paula sonrió también. Una chica no tenía siempre la oportunidad de ser comparada con una portería.


–¿Sabe Andy lo de la muerte de tu padre? –preguntó con tono más serio.


–Todavía no. Siguen de luna de miel. Pero vuelven la semana que viene. Tal vez podamos ir a visitarles algún fin de semana pronto ahora que estamos prometidos. Podemos quedarnos en esa bonita cabaña un par de noches.


A Paula se le aceleró el corazón con la mención de la cabaña. Le evocó al instante recuerdos excitantes.


–Eso estaría muy bien –afirmó. Lo cierto era que lo estaba deseando.


Pedro la miró con los ojos entornados y luego se rio.


–A mí no me engañas, Paula Chaves. Disfrutaste de esos juegos tanto como yo.


–Sí –reconoció ella–. Pero creo que deberíamos guardarlos para ocasiones especiales, no para el día a día.


–Estoy de acuerdo –accedió Pedro–. En el día a día voy a estar muy ocupado con mi casa de la playa, mi media docena de hijos y mi golf.


–¿No vas a trabajar?


–Bueno, tengo que sacar adelante Fab Fashions. Con tu ayuda. Y puede que me meta en el negocio con tu padre y me dedique a los coches de época. Me impresionó el trabajo que hizo con ese Cadillac. Yo podría ser el socio capitalista y él quien hiciera el trabajo.


–Suena bien.


–Bueno, ¿y cuándo vamos a casarnos? Me gustaría que fuera lo más pronto posible.


Pedro Alfonso, voy a celebrar una boda como Dios manda. Y tengo pensado organizarla yo misma. Eso lleva tiempo.


–¿Cuánto tiempo? Solo se necesita un mes para sacar la licencia.


–En poco más de un mes será Navidad, y en nuestra familia se celebra mucho.


–¿Y qué te parece enero? ¿Febrero?


–No me gustan las bodas en esos meses. Hace demasiado calor. ¿Y marzo?


–Puedo aguantar hasta marzo –accedió Pedro–. Pero no más.


–Entonces que sea marzo –afirmó Paula con alegría–. Vamos a darle la buena noticia a mis padres.





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