domingo, 26 de abril de 2015
CHANTAJE: CAPITULO FINAL
Estaba llorando por unos zapatos. Sentada ante el armario abierto, con los ojos llenos de lágrimas, Paula intentaba decidir qué zapatos conservar y cuáles tirar.
En realidad, su sensibilidad no tenía nada que ver con el calzado sino con Pedro. Era un hombre muy ocupado, pero hasta aquel día siempre se había mostrado disponible.
¿Cuál era el problema? Que la había tratado como una delicada figura que podría romperse con un simple roce.
Echaba de menos la dedicación con la que Pedro acometía cualquier cosa, fuera buena o mala.
Echaba de menos las discusiones y la comodidad de trabajar juntos, la conexión que había sentido al hablar de su padre, el sobrecogimiento cuando Pedro le plantó cara al padre de Paula. Y sobre todo, echaba de menos la pasión desbordada y la unión de sus almas.
Los días eran una tortura. Y las noches eran todavía peores.
Se iban a dormir cada uno en un lado de la cama.
Sintiéndose inútil y vacía, Paula daría cualquier cosa por que él la abrazara por detrás como había hecho en el hospital.
Tenerlo tan cerca y al mismo tiempo tan lejos la estaba matando. ¿Por qué no se atrevía a pedirle que se quedara?
Porque no podría soportar otro rechazo en su vida.
Pedro la había dejado sin intentar comprender sus miedos.
Solo quedaban los preciados recuerdos, esparcidos a su alrededor como cristales rotos. Tenía que escapar de allí. No podía pasarse un día más lamentándose por lo que nunca tendría. Pero ¿cómo irse cuando Alfonso Manor y sus habitantes se habían convertido en su vida?
De modo que allí estaba, limpiando su armario y llorando.
Entonces Pedro entró por la puerta, como si lo hubiera conjurado su desesperado anhelo.
–¿Cuándo has vuelto? –le preguntó ella.
–Hace unos minutos –dudó un momento–. La policía ha detenido a los cinco.
Paula se estremeció al recordar a aquellos hombres en la ventana.
–¿Tendré que testificar?
–No lo creo. Cuatro de ellos han confesado y el caso está cerrado. No pueden encontrar nada que relacione a Balcher con el crimen, ni tienen pistas de quién pudo ser el instigador. Tampoco hemos encontrado nada más en la fábrica.
Paula no quería pensar en ello. Alguien que recurría a aquellos métodos para asustar a las personas no merecía su atención.
Pedro la sorprendió al acercarse y arrodillarse a su lado. Lo miró a la cara, pero rápidamente apartó la mirada. Era tan atractivo que no podía mirarlo sin sucumbir al dolor.
–¿Qué ocurre, Paula?
Ella se secó las lágrimas de las mejillas. La experiencia le había enseñado que a los hombres no les gustaban las mujeres sentimentales.
Él se sentó y la hizo girarse como si fuera una muñeca. Ya fuera impecablemente vestido para el trabajo, sudoroso por el sexo o sentado en el suelo, era el hombre más atractivo que había visto en su vida.
Y allí estaba ella, vestida con unos pantalones de yoga y una camiseta, y el pelo recogido con una enorme horquilla.
A Pedro le había tocado la parte más fea del trato.
Él no se movió ni dijo nada, y su actitud expectante animó a Paula a hablar. Era mejor elegir un tema seguro antes de que él empezara a escarbar en sus sentimientos.
–Me estoy esforzando por volver a la normalidad –señaló el armario–. Tampoco es que esto sirva de mucho –era cierto.
Sin un propósito claro y definido no tenía motivos para levantarse y seguir adelante. Lo único que hacía era pensar y deprimirse, sintiéndose inútil e indeseada.
–Todos queremos que te recuperes, lo sabes, ¿verdad?
–Sí, Pedro. Lo sé. Pero estoy bien –necesitaba volver al trabajo.
–No lo parece.
Un rápido vistazo le reveló la misma expresión escrutadora con la que Pedro llevaba mirándola una semana. No quería ser un acertijo que él tuviera que resolver.
–Estoy preparada para volver a ocuparme de Lily –de aquello estaba segura–. No puedo permanecer de brazos cruzados sintiéndome una inútil mientras otra persona hace mi trabajo.
–¿Una inútil? –repitió él incrédulo–. Paula, te has desvivido por ayudar a todo el mundo. A este pueblo, a Nolen, a Maria, a Nicole. Te has sacrificado por mantener a Lily a salvo…
–Calla –se puso en pie–. No sigas por ahí.
Él también se levantó.
–Paula…
–No –sentía que estaba a punto de derrumbarse, y se puso a andar de un lado a otro de la habitación–. No me sacrifiqué por Lily. La quiero, pero si me ofrecí voluntaria para casarme contigo fue porque me sentía culpable. Estoy en deuda con Lily.
–¿De qué estás hablando? –le preguntó él, desconcertado pero con voz amable.
Casi prefería que se pusiera furioso. Sería mucho más fácil.
–Yo provoqué su accidente…
Pedro sacudió la cabeza.
–No. Ella estaba volviendo a casa…
–Por mí. Tú le habías dicho que se quedara un día más por el mal tiempo. Pero yo me puse enferma y tuvieron que ingresarme en el hospital para operarme de apendicitis. Maria llamó a Lily y le dijo que mi madre me había dejado sola. Ni siquiera esperó a que me sacaran del quirófano –el estómago se le revolvió por el recuerdo–. Lily fue al hospital a pesar del tiempo para estar conmigo. Para que yo no estuviera sola. No me enteré del accidente hasta que me dieron el alta.
–¡Por Dios, Paula! –exclamó Pedro. Fue hacia ella y la agarró por los brazos para sacudirla–. ¿Cómo puedes sentirte responsable? Lily jamás te culparía del accidente.
–Pero yo sí me culpo. Igual que me culpo por hacerte volver y quedarte aquí. Tú quieres estar en Nueva York. Y en vez de eso estás aquí, conmigo.
–Eso no es por tu culpa. Es cosa de Renato. Él nos ha metido en esta situación…
–Pero yo quiero que te quedes.
El silencio que siguió a sus palabras le ahogó los latidos del corazón. ¿De verdad había dicho eso en voz alta? El miedo le impedía mirarlo a los ojos. Ya no había vuelta atrás.
–Tú estás aquí por obligación, Pedro, pero yo quiero que estés conmigo. Para siempre –tragó saliva y se obligó a continuar–. Te quiero. Estés aquí o en Nueva York yo siempre te querré. Pero preferiría que estuvieras aquí. Lo siento si te parezco una mujer desesperada y posesiva. No quiero que te veas obligado a elegir entre atarte a una vida que odias solo porque te acostaste conmigo o volver a la vida que te gusta. Lo único que quiero es a ti.
–¿Quién dice que deba elegir? Paula, llevo esperando una semana a que te abras a mí. Creía que lo había dejado claro en el hospital. No estoy aquí porque deba estar. Estoy aquí porque quiero estar contigo, con mi madre, con mi familia…
A Paula le costaba asimilar lo que oía.
–¿Y Nueva York?
Pedro esbozó una sonrisa encantadora.
–Este viaje me ha enseñado que puedo tenerlo todo. El negocio que he construido, la familia que quiero… y la mujer que necesito.
Se acercó con cautela, como si temiera que ella fuese a escapar, y le acarició el cabello.
–Paula, has prendido una pasión en mí más fuerte que ninguna otra cosa, incluso que mi arte.
Ella sintió que se perdía en sus caricias y en sus ojos oscuros.
–Desde que volví a Alfonso Manor he cometido bastantes errores. No quería estar aquí, y he luchado con todas mis fuerzas por romper los lazos. Pero hay un lazo que no puedo ni quiero romper desde que me desafiaste a hacer lo correcto –la abrazó por la cintura y la apretó contra él, haciéndola sentirse tan segura y protegida como se había sentido por las noches en sus brazos–. Tú me desafiaste. Luchaste conmigo. Y me querías.
A Paula se le aceleraron los latidos.
–Pedro…
–Déjame terminar, porque no sé si podré decirlo todo –hizo una mueca y le acarició la mandíbula con un dedo–. Gracias a ti me he convertido en un hombre mejor. Tu calor me recuerda que no estoy solo. Tu pasión aviva la mía. Tu determinación me señala la dirección correcta. Tu perdón me mantiene cuerdo. No necesito que nada me obligue a permanecer aquí. Soy lo bastante egoísta para quererlo todo… y espero que tú me lo des.
A Paula se le llenaron los ojos de lágrimas. Él se inclinó y la besó ligeramente en los labios.
–Déjame estar contigo –le susurró–. Sé que cometeré errores, pero espero que puedas amarme pase lo que pase.
Finalmente, Paula fue capaz de reaccionar se abrazó a su cuello.
–Pedro… ¿Es que no sabes que me encanta todo de ti? Eres un hombre apasionado, creativo y trabajador, y aceptaré todo lo que quieras darme.
–Entonces puedes tenerlo todo, porque sin ti no estaría completo. Te quiero. Cásate conmigo otra vez.
Paula ahogó un gemido de emoción y lo besó en los labios. Supo que su corazón había encontrado el lugar al que pertenecía. No porque la necesitaran o porque se lo exigieran. Por primera vez en su vida la querían por lo que era realmente, con sus defectos e imperfecciones.
Igual que ella quería a Pedro. Por siempre jamás.
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,,,, y hasta que se ablando Pedro, se enamoro... hermoso final...ojala Liliy se despierte !!!!
ResponderBorrarUn final acorde a esta maravillosa historia Carme. Me encantó
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