domingo, 26 de abril de 2015
CHANTAJE: CAPITULO 28
Tres días después fue a la comisaria para ver a los oficiales que se encargaban del caso. Allí recibió buenas y malas noticias.
–Creemos haber atrapado a todos los culpables, cinco en total, como dijo Paula.
El jardinero fue el último, porque huyó en cuanto empezaron las detenciones. La policía del condado vecino lo ha traído hoy. ¿Le importaría confirmar que era empleado suyo?
Pedro miró a través del cristal al hombre que había trabajado en la casa durante un año, contratado por Nolen.
–Según los otros culpables –dijo el oficial– el plan era quemar la cabaña. No sabían que había gente dentro y no vieron a nadie al comprobarlo, ya que había una lámpara encendida. El jardinero era el cabecilla. Incitó al resto, diciendo que usted no merecía hacerse cargo de la fábrica y haciéndoles creer que se quedarían sin trabajo.
–Pero no tenían motivo alguno para pensar eso –arguyó Pedro–. El jardinero debía estar trabajando para alguien más –la pregunta era ¿quién? ¿El hombre que quería la empresa de Pedro? ¿Alguien del pueblo que no estaba de acuerdo con la nueva gestión de la fábrica? ¿O alguna otra amenaza desconocida?
–Los otros han cantado –continuó el oficial–, pero el jardinero se niega a hablar. Esperamos sacarle pronto algún nombre.
Pedro observó al hombre. Sus ojos, fríos y crueles, no permitían albergar muchas esperanzas. No se trataba de un vulgar ratero ni de un joven descarriado. La policía sospechaba que había estado en un reformatorio, pero no habían podido demostrarlo. Y por su expresión no parecía importarle lo que le ocurriera. Tal vez Balcher le había prometido pagarle más si mantenía la boca cerrada.
–¿Han encontrado algo que lo relacione con Balcher? –preguntó Pedro. Ya le había hablado al oficial de su conversación con el empresario rival.
–No. La noche del incendio estaba en una convención, recibiendo un premio delante de quinientas personas. Y ninguna de las llamadas del jardinero fue hecha a Balcher.
La frustración de Pedro aumentaba por momentos. Quería que hallaran culpable a Balcher, porque era lo más lógico, y que todo acabara para Paula. Se había encerrado en sí misma desde el incendio. Pedro no quería que estuviera preocupada por su seguridad, pero temía que ninguno de ellos estaría a salvo hasta que se descubriera quién estaba detrás de todo aquello.
Al abandonar la comisaría se detuvo para mirar el cielo azul y despejado. No le apetecía volver a casa, aunque le sorprendió que hubiera empezado a pensar en Alfonso Manor como en su hogar.
Tal vez estaba madurando, pensó con una mueca. La casa estaba llena de familiares, y era divertido estar cerca de sus hermanos. Pedro incluso había hablado con un contratista para construir un nuevo estudio y un almacén, de modo que pudiera instalar allí su base de operaciones.
El único inconveniente era Paula. Verla tan tranquila y serena lo preocupaba, pues intuía que estaba fingiendo.
Habían contratado a alguien para que se ocupara temporalmente de Lily mientras Paula se recuperaba de sus heridas. Pedro había insistido en dormir con ella, alegando que así estaría cerca de su madre por la noche, pero Paula se mantenía rígida en su lado de la cama. Por la mañana se despertaban en la misma posición: Pedro abrazado a ella y sus piernas entrelazadas.
Pedro temía que si no podía derribar el muro que Paula había erigido para protegerse, la perdería para siempre.
Había querido darle tiempo, pero cada día parecía alejarse más y más.
Si tan solo le diera una oportunidad, podrían tener un futuro juntos. Era lo que Pedro más deseaba en el mundo. Más que su trabajo. Más que contravenir la última voluntad de Renato.
Incluso más que su libertad.
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