lunes, 27 de abril de 2015

REGRESA A MI: CAPITULO 1





—Pedro, qué sorpresa. Cuánto me alegro de verte.


Paula Chaves miró al hombre que tenía ante ella. Dudó entre abalanzarse sobre su boca y saborearla hasta perder el sentido, o echar a correr lo más rápido posible. No hizo ninguna de las dos cosas. Solo le dedicó una sonrisa cálida.
De esas que llenaban su mente de imágenes sensuales y lo convertían en un hombre sin voluntad.


—Paula.


Un saludo más seco que el pistoletazo de salida de una carrera de atletismo.


Era cierto que un encuentro sorpresa en el portal de casa a las ocho de la mañana no era el escenario ideal para grandes conversaciones. Aún así podía haber sido un poco más efusivo.


Tampoco estaba segura de si esa única palabra encerraba agrado o desagrado ante su imprevista presencia.


O si dejaba traslucir reproche. O un comentario ácido, del tipo, “Estás más gorda desde que me dejaste plantado sin una explicación”


Después de todas los brownies que se zampaba para calmar la ansiedad esa podría ser la crítica más oportuna. Aunque él no tenía por qué saberlo. Ni estaban juntos ni se veían desde hacía meses.


Así era Pedro. Nunca usaba el lenguaje en vano. Él se limitaba a taladrarte con esos ojos oscuros e insondables que parecían verlo todo. El pistolero impasible de cualquier duelo a muerte en OK Corral.


Pedro no pensaba. Ni en su gordura ni en nada. Su capacidad de razonamiento se había convertido en una línea plana. Llevaba días preparándose para el encuentro. Su imaginación no daba para tanto. Acababa de chocar de frente contra un tren de mercancías que le había convertido en picadillo. Ninguna mujer había logrado excitarlo, ni calmarlo, como ella. En su dulzura y belleza se reflejaba un mundo mejor, alejado de la crudeza, la perversión, la violencia en las que siempre había estado inmerso. Solo a su lado conseguía la paz espiritual. Había sido así desde el primer momento.


—Qué raro verte por aquí a estas horas, inspector. ¿Persiguiendo a los malos?


La voz aterciopelada no ocultaba su incomodidad.


—Vivo aquí.


Paula Chaves le miró estupefacta. Abrió la boca. Después la volvió a cerrar. Boqueaba como un besugo tirado sobre la arena de la playa. No podía ser. Tenerlo tan cerca la volvería loca.


—Si tu piso está al lado de la Comisaría antigua.


En su voz sonaba un reproche. Él ni se inmutó.


—Ahora estoy más cerca de la nueva. Vivo justo encima de ti.


Una docena de palabras para soltar el bombazo.


Estuvo a punto de aullar. Tragó saliva para tranquilizarse.


—¿Alquilado?


—Soy policía, no banquero.


—Y yo dependienta. No la propietaria de los grandes almacenes en los que trabajo.


—El apartamento es herencia de tu madre. Tampoco he heredado nada. Y siento…,siento mucho su muerte. De verdad. Sé que estabais muy unidas.


—Gracias. Te vi en el Sanatorio. Después te busqué para darte las gracias, pero ya no te encontré.


Él asintió. Le hubiera gustado acompañarla. Cobijarla en sus brazos, y besar sus lágrimas. Sin embargo prefirió mantenerse en un discreto segundo plano. Durante unos instantes permanecieron en silencio, abstraídos en sus propios pensamientos. Fue ella la que rompió la tensión.


—Así que ahora decidiste trasladarte —comentó afable—. ¿Solo por estar un poco más cerca del trabajo te arriesgas a la pesadilla de una mudanza?


Pedro sonrió, con esa sonrisa torcida que nunca llegaba a iluminar sus ojos.


—¿Me estás preguntando si vine aquí por ti?


—Es por hablar. Me da igual dónde vivas —soltó cortante.


Y cómo y con quién. Aunque no pensaba preguntar. La atracción que sentía por él no había disminuido ni un ápice en los casi tres meses que llevaban separados. Los recuerdos aún estaban demasiado vívidos. Le añoraba a cada minuto.


Pedro era la contradicción con patas. A su rudeza exterior se oponía una inmensa ternura al tratar a una mujer. Era delicado. Sus manos y su boca sabían donde tocar para dar el máximo placer.


Pedro era su obsesión. Un hombre cargado de secretos. Intuía que tras su rostro impasible, ardía una furia que él sujetaba con riendas de acero.


—Ya.


—Tengo… tengo que irme o llegaré tarde al trabajo. Siento dejarte.


Hizo un gesto vago con las manos. Estaba incómoda. Se preguntaba cómo se despedía una mujer de un ex amante. 


¿Con la frialdad de un apretón de manos?,


¿con un par de besos de compromiso?, ¿con…?


—No lo sientes.


Le sorprendió la ira contenida en sus palabras. Él jamás dejaba traslucir sus sentimientos.


La sujetó por el brazo con sumo cuidado. Sus dedos se hundieron en la mullida lana del abrigo. El calor traspasó su cuerpo. Recordó el roce amoroso de otros tiempos. Y sintió una enorme añoranza.


—No, no sientes dejarme. Ya lo hiciste. Sin una sola explicación.


El día de los reproches tenía que llegar antes o después. Si iban a vivir en el mismo edificio, era mejor pasar el trago amargo cuanto antes.


—Conoces la causa tan bien como yo,Pedro. Hablar de ella no soluciona nada. Es hacernos daño.


Separó sus dedos uno a uno. El deseo culebreó entre ambos. Él dejó caer los brazos a lo largo de su cuerpo, derrotado.


La vio marchar. Su pecho se llenó de angustia. De todos los golpes que le había dado la vida, su abandono fue el peor. 


Desde entonces se dedicó a trazar planes para conquistarla de nuevo. Necesitaba hacerla comprender el amor que sentía por ella.


Cuando leyó que alquilaban el piso de arriba, creyó que por fin la suerte se le presentaba de cara. Ahora pensaba que quizás había cometido una gran estupidez.


Paula no iba a volver, porque el problema estaba en él. No en ella.





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