domingo, 26 de abril de 2015

CHANTAJE: CAPITULO 27






Atraído por la mujer a la que amaba perdidamente, Pedro se aproximó con cautela a la cama de hospital que ocupaba Paula. No le bastaba con sentarse en una silla a su lado. Tenía que estar cerca de ella para tocarla y asegurarse de que se encontraba bien.


Estaba inmóvil, girada hacia la pared. ¿Estaría durmiendo o tan solo fingía dormir para no tener que hablar con él?


Pedro se arriesgó y se sentó en el espacio que quedaba en la cama, tocándole la espalda con el muslo. Se arriesgó aún más y le puso la mano en la cadera. Ella dio un pequeño respingo, pero no se volvió.


–Paula… –la llamó él con una voz cargada de dolor y remordimiento.


Ella no respondió, pero los músculos se endurecieron bajo la mano de Pedro. Al menos era consciente de su presencia.


–¿Estás bien? ¿Puedo hacer algo por ti? –era un pésimo enfermero. Ni siquiera había sido capaz de entrar en la habitación de su madre.


Paula siguió en silencio, aunque Pedro oyó un débil gemido. 


Cerró los ojos.


–Sé que lo he fastidiado todo, cariño, y lo siento –esperó un momento, pero ella parecía más encerrada en sí misma que antes. Le acarició la espalda, sintiendo su cuerpo suave y delicado–. Me enfadé muchísimo. Ya sabes con qué facilidad pierdo los nervios cuando siento que me están manipulando, aunque sea desde la tumba.


Le pareció oír otro gemido. ¿Estaba llorando? No soportaba imaginársela sufriendo.


–Lamento haberme marchado así.


En esa ocasión, oyó claramente el sollozo, pero siguió hablando antes de que lo abandonara el valor.


–Sé que no te he llamado esta semana, pero estaba buscando la manera de disculparme y de arreglar las cosas. Por si no te has dado cuenta, tiendo a actuar sin pensar. Cuando algo tiene importancia para mí, me cuesta ver las cosas en su justa perspectiva.


La oscuridad lo ayudaba a ocultar su vergüenza. Había cometido muchos errores en su vida, haciéndoles daño a los seres queridos. ¿Estaría para siempre condenado por esas equivocaciones?


–Lo siento mucho, Paula –se inclinó hacia ella–. Más de lo que puedo expresar con palabras. Sé que ahora no puedes perdonarme, pero algún día sabré compensarte. Te lo prometo.


Tan desesperadamente necesitaba sentirla que se tumbó en la cama y se pegó a ella por detrás. Así yacieron en silencio unos minutos, hasta que Paula empezó a relajarse.


Pero Pedro no podía dormir. No dejaba de pensar en la mujer frágil y vulnerable que tenía en sus brazos y en lo mucho que quería ayudarla. No permitiría que nadie la hiciera sentirse nunca más despreciada o abandonada. Su única esperanza era que ella le diese la oportunidad antes de que fuera demasiado tarde.






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