domingo, 26 de abril de 2015
CHANTAJE: CAPITULO 26
Pedro no perdió un solo segundo en cuanto vio el resplandor que parpadeaba en algún punto a la izquierda de Alfonso Manor. Giró nada más atravesar la verja y pisó a fondo el acelerador. Cuanto más se acercaba, más crecía su sospecha.
Al bajar del vehículo se encontró ante una nube de humo que se elevaba junto a su estudio. Maldijo en voz alta y recordó la amenaza de Balcher. Pedro era demasiado cuidadoso con su trabajo como para que aquel incendio fuera el resultado de un cortocircuito o algo por el estilo.
¿Sería un ataque de su rival?
La furia le abrasó el pecho. Si Balcher quería mandarle un mensaje, se había equivocado de persona. Pedro se lo haría pagar muy caro.
–¿Qué ha pasado? –le preguntó a Julian, que ya estaba con los otros en el jardín.
–Vi las llamas al pasar y avisé a Nolen. Hemos llamado a los bomberos, pero tardarán un poco en llegar.
–¿Cuánto?
–Otros diez minutos, por lo menos –respondió Nolen–. Estamos conectando las mangueras a los grifos externos del pozo, pero no sé de cuánto servirá. Lo siento, señorito Pedro.
–Lo sé, Nolen –se dio la vuelta y observó al pequeño grupo.
Maria contemplaba la escena desde lejos, con un chal encima del camisón. Nicole rodeaba con un brazo a su abuela. Luciano y el jardinero, que vivía encima del garaje, arrastraban las mangueras desde la casa. Las únicas que faltaban eran Lily y… –. ¿Dónde está Paula?
Los hombres se miraron los unos a los otros.
–No ha salido –dijo Julian–. Supongo que sigue en la casa.
Pedro sintió un escalofrío mientras Nolen sacudía la cabeza.
–¿Alguna vez se ha mantenido al margen de lo que sucede en esta casa? –exclamó, y echó a correr hacia la cabaña.
–Creía que la cabaña estaba cerrada con llave –gritó Julian, pisándole los talones.
Le pareció que tardaban una eternidad en llegar al claro, cubierto de humo. Los otros hombres también se acercaban, cargados con cubos y mangueras. Al aproximarse lo más posible a las llamas, oyó un débil sonido. Se detuvo e intentó calmar la respiración para escuchar.
–¿Qué ha sido eso?
–Alguien pidiendo ayuda –dijo Julian entre jadeos–. ¡Está dentro!
Pedro solo empleó un segundo en examinar la situación. Las llamas envolvían el porche y era imposible colarse por la ventana. Pero tenía que entrar y tenía que hacerlo ya.
Decidido, se dirigió hacia el porche.
–¡Pedro, no! –gritó Julian, pero él no le hizo caso. Si esperaba sería demasiado tarde, y de ninguna manera iba a dejar a Paula dentro de la cabaña.
Las llamas eran más altas a lo largo de la pared, pero un poco menos entre las maderas nuevas del porche. Pedro se cubrió la nariz y la boca con el cuello de la camisa y atravesó el porche, rezando por que las tablas resistieran bajo sus pies. Entró en la cabaña y tropezó con el cuerpo de Paula, inmóvil en el suelo.
El corazón volvió a latirle cuando vio que ella levantaba ligeramente la cabeza.
–Vamos, pequeña. Salgamos de aquí.
–¿Pedro? –preguntó ella con voz quebrada, pero inmediatamente se puso a toser.
Pedro la levantó, se la cargó al hombro y se volvió a la puerta. El humo le impedía ver nada, pero parecía que alguien estaba echando agua. Sin perder un instante, se lanzó hacia las llamas más débiles y atravesó el fuego, recibiendo al momento una bendita y fresca lluvia. El jardinero y Nolen manejaban la manguera, Luciano y Julian lo ayudaron a tumbar a Paula en la hierba. Ella se giró de costado, sin parar de toser, y entonces Pedro vio la sangre.
–Apuntad con la manguera hacia aquí –ordenó Julian. Los hombres rociaron a Pedro y a Paula hasta asegurarse de que no les quedaban ascuas en la ropa y continuaron luchando contra el fuego.
Pedro limpió la sangre que le cubría la mitad del rostro a Paula.
–¿Qué te parece, Luciano? –sabía que su hermano estaba cualificado en primeros auxilios por su profesión.
Luciano alumbró con su linterna el rostro de Paula, quien cerró los ojos y empezó a tiritar.
–Creo que solo es un corte. Las heridas en la cabeza sangran mucho, pero enseguida llegará el equipo médico con los bomberos.
Pedro agradeció que la ayuda estuviera en camino. No le importaba el estudio, ni las herramientas ni su trabajo. Solo le importaba aquella mujer.
Poco después el césped trasero de Alfonso Manor estaba lleno de vehículos y luces parpadeantes. Tres camiones de bomberos voluntarios habían llegado después de la policía local, y también había una ambulancia y varios oficiales del condado.
Paula estaba siendo atendida por los médicos. No había mirado a Pedro ni había preguntado por él. Tan solo una vez, en la cabaña, había pronunciado su nombre. Aquel momento lo acompañaría toda su vida.
Incapaz de quedarse de brazos cruzados, fue en busca de su hermano y lo encontró con el bombero jefe, dos agentes de policía y Bateman, que llevaba la chaqueta de bombero voluntario.
–¿Se sabe ya qué demonios ha pasado? –preguntó con voz profunda y dura.
Los hombres se miraron entre ellos y luego a Julian. Este le hizo un gesto con la cabeza a uno de los policías, quien se presentó a Pedro.
–Por lo que hemos podido deducir, cinco hombres se acercaron a la cabaña al ponerse el sol con intención de quemarla. Todo indica que emplearon una sustancia inflamable y que prendieron fuego en varios puntos alrededor de la cabaña.
–¿Cinco hombres? ¿Conocemos a alguno de ellos?
Julian asintió.
–Raúl, uno de los jardineros.
–¿Los han detenido ya?
–Aún no –respondió el policía–, pero hemos emitido una orden de búsqueda y captura. No podrán llegar muy lejos.
Pedro observó el caos.
–Si no los han atrapado, ¿cómo saben quiénes eran?
–Su esposa pudo identificar a dos de ellos.
–¿Quiere decir que los vio mientras prendían fuego a la cabaña?
–Vio claramente a dos de ellos y reconoció al jardinero –confirmó el oficial–. A los otros los vio corriendo hacia el bosque. No fue hasta que se acercó a la puerta que advirtió lo que ocurría.
Pedro tragó saliva al imaginársela atrapada en la cabaña, rodeada por las llamas.
–¿Qué estaba haciendo allí?
–No estoy seguro –respondió Julian.
Los remordimientos se apoderaron de Pedro. Debería estar con ella. Pero ¿querría ella estar con él?
–Se golpeó la cabeza y cayó al suelo al abrir la puerta –continuó Julian–. Debió de pensar que la única salida era atravesar las llamas del porche.
Pedro pensó que iba a desmayarse, pero consiguió mantenerse en pie a base de voluntad y rabia contenida. Se preocuparía por cualquier persona que estuviese herida, pero la semana que había pasado fuera solo le había servido para confirmar lo que sentía por su mujer. Lo único que quería era estar con ella.
Se dirigió hacia la ambulancia, seguido por Julian, donde un médico estaba hablando con Maria mientras otro recogía el material.
–¿Cómo está? –preguntó Julian.
Maria se volvió hacia ellos preocupada.
–Mejor, creo.
Pedro alcanzó a ver el interior de la ambulancia, donde Paula estaba tumbada en una camilla, cubierta por una sábana y con una mascarilla de oxígeno. La sangre seguía manchándole el lado derecho de la cara.
–¿Cómo está? –le preguntó al médico más cercano.
–Tiene los pulmones irritados por la inhalación de humo. Además ha sufrido un par de quemaduras leves, y habrá que coser el corte de la frente. Pero con todo ha tenido mucha suerte.
Pedro volvió a mirar a la mujer que era su esposa, a quien le había negado el contacto durante una semana.
Un médico lo hizo retirarse, pues tenían que llevarla al hospital. El primer impulso de Pedro fue insistir en acompañarlos y así estar con Paula. Pero ella aún tenía que abrir los ojos. Pedro no sabía si estaba dormida o evitándolo.
–¿Podríais tú y Nolen ir con ellos? –le preguntó a Maria–. Querrá tener a alguien con ella, y yo tengo que ocuparme de unas cuantas cosas aquí –nada que no pudiera delegar en sus hermanos, pero ¿acaso no se había pasado toda la vida delegando en ellos sus responsabilidades?
–Por supuesto. Te mantendremos informado hasta que puedas ir.
Francamente, él sería la última persona a la que Paula quisiera ver, por lo que sería mejor disponer de alguna información cuando fuera a verla.
–Avísame en cuanto sepas algo. Yo iré tan pronto como pueda.
La ambulancia partió con la sirena a todo volumen, Nolen y Maria la siguieron en la camioneta, y Pedro se volvió hacia el caos de coches, personas y plantas pisoteadas en que se había transformado el jardín trasero. Miró los restos del estudio, cuyo techo se había derrumbado. No soportaba imaginarse a Paula luchando por escapar de la cabaña en llamas.
Mientras contemplaba la actividad que se desarrollaba ante sus ojos, los bomberos echando agua en las ruinas calcinadas, Luciano y Julian llevando café y algo de comer, el policía tomando notas, le invadió una sensación de culpa muy familiar.
Pero por una vez no dejaría que la culpa lo apartara de sus seres queridos.
Ni esa vez ni nunca más en su vida.
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