sábado, 7 de marzo de 2015

PECADO Y SEDUCCION: CAPITULO 4





Las dos jóvenes que esperaban en el dormitorio tendrían veintipocos años, pero ahí terminaban sus similitudes.


La mujer que estaba sentada al borde de la cama con dosel con los tobillos cruzados era una rubia de ojos azules alta y elegante. La otra, que se había pasado los últimos cinco minutos recorriendo arriba y abajo la habitación, no era ni alta ni rubia, y aunque las dos iban igual vestidas, tampoco resultaba elegante.


Medía un metro sesenta sin tacones y tenía el cabello castaño. La única concesión que le hacía a la ocasión era el vestido. El pelo lo llevaba como siempre, recogido atrás. No era una declaración de estilo, pero revelaba la delicadeza de su cuello y le marcaba la redonda mandíbula. Cuando había algo de humedad la melena se transformaba en una masa de ondas incontrolables, y a Paula le gustaba controlar todo los aspectos de su vida.


Hubo un tiempo en el que trató de emular la elegancia natural de su amiga Luciana, pero por mucho que lo intentara, nunca lo conseguía. Al final siempre parecía que se había vestido con la ropa de su madre. Paula fue encontrando poco a poco su propio estilo, o como Luciana solía decir desesperada, su uniforme, y eso era un poco injusto. No todos los pantalones de traje de Paula eran negros, tenía algunos azul oscuro, y además, ¿quién tenía tiempo para ir de compras si tenía que dirigir un negocio? 


Era un mundo muy competitivo en el que nadie podía relajarse.


—¡Ay! —Paula se tropezó con el bajo del vestido azul de seda de dama de honor y se golpeó la rodilla contra el asiento de la ventana. El dolor provocó que los verdes ojos se le llenaran de lágrimas.


—Bueno, si hubieras venido a probártelo no te quedaría largo —Luciana sonrió con cariño y sacudió la cabeza.


Las medidas que le había tomado a toda prisa en el último momento habían dado como resultado que el escote del corpiño tuviera tendencia a bajar cada vez que Paula se movía demasiado rápido, y Paula se movía mucho. Su amiga nunca estaba quieta ni física ni mentalmente, y Luciana se cansaba solo de verla.


Paula soltó un suspiro desesperado. Si hubiera estado mejor dotada en el departamento de los senos no habría supuesto un problema, pero a pesar de los pañuelos de papel que se había colocado en el sujetador sin tirantes, seguía teniendo una talla menos de la que correspondía al corpiño.


Viéndolo desde el lado positivo, mientras se centraba en no enseñar demasiado no pensaba en su madre arrojándose en brazos de un hombre que no se la merecía. Pero no era del todo cierto. Pensaba en ello y lo hacía desde que su madre llamó emocionada como una colegiala con la noticia. Una semana no era mucho tiempo, pero Paula confiaba en que su madre hubiera recuperado la razón.


No era así.


—Las medidas que enviaste no debían de estar bien. Sara dijo que has perdido peso desde la última vez que te vio —comentó Luciana.


Paula sintió una punzada de culpabilidad que se intensificó cuando Luciana la justificó.


—Ya sé que Australia está muy lejos para ir a probarse un vestido.


—¡No fui para evitar a mi madre! —protestó Paula, lamentándose al instante de haberlo dicho—. Además, no entiendo a qué viene tanta prisa.


Luciana se llevó una mano protectora al vientre. Le resultaba extraño que Paula, que era tan inteligente e intuitiva, no sospechara nada. Siempre se había sentido un poco intimidada por el brillante cerebro y la rapidez de su amiga, pero había ocasiones en las que Paula no era capaz de ver lo que tenía delante de las narices. Luciana cambió rápidamente de tema, seguramente no era el momento de expresar en voz alta sus sospechas.


—Bueno, has vuelto a tiempo y eso es lo importante. Me hubiera encantado que también asistieras a mi boda —añadió con melancolía.


—No me llegó ninguna invitación —gruñó Paula, pensando que, fuera cual fuera la historia que se escondía tras la boda de su amiga con el príncipe de Surana, nunca había visto a Luciana tan feliz ni tan bella. Brillaba.


—Pero debes estar contenta, Paula. Esto es lo que siempre habíamos querido. Ser por fin una familia.


Paula se mordió la lengua para no decir lo que pensaba.


No podía decirle a la hija del hombre en cuestión: «Tu padre es un perdedor y nunca quise que se casara con mi madre. 
Lo que quería era que se diera cuenta de que él la estaba utilizando y pusiera fin a aquella secreta y sórdida aventura».


No tenía ni idea de qué había llevado a Carlos Latimer no solo a reconocer su larga relación con su cocinera tras años de secretismo, sino también a pedirle en matrimonio e invitar a medio mundo a la boda. Miró por la ventana al escuchar el sonido de otro helicóptero aterrizando. Estaba claro que Carlos Latimer se movía en círculos muy selectos.


Paula apartó el rostro de la ventana y apretó las mandíbulas.


—¿Por qué tarda tanto?


Se hizo un largo silencio y la expresión de Luciana se volvió más ansiosa.


—Esto es muy romántico.


Paula alzó las cejas.


—¿Tú crees?


—Estoy de acuerdo contigo en que mi padre ha sido muy egoísta con Sara durante estos años, pero tu madre es lo mejor que le ha pasado nunca —aseguró Luciana—. Me alegro de que se haya dado cuenta. Estoy deseando que Sara sea mi madre.


—Como madre es muy buena —reconoció Paula. Se le había formado un nudo en la garganta al pensar en todos los sacrificios que su madre había hecho durante tantos años sola. Se merecía lo mejor y se iba a quedar con Carlos Latimer. Apretó los puños—. Creo que ya te ve como a una hija.


—Eso espero —los ojos azules de Luciana se llenaron de lágrimas, y parpadeó para librarse de ellas cuando la puerta que conectaba con la otra habitación se abrió para revelar a la novia.


Con el rostro casi tan blanco como el vestido que llevaba puesto, Sara Chaves se quedó un momento en el umbral de la puerta antes de dar un paso y agarrarse a la mesa al instante para sostenerse. Luciana reaccionó antes que Paula y se puso de pie rápidamente para ayudar a la otra mujer.


—¿Estás bien, Sara?


Paula parpadeó. No veía el rostro pálido de su madre porque estaba hipnotizada con los kilómetros y kilómetros de tul que llevaba Sara. Cuando vio el vestido por primera vez colgado de una percha se quedó literalmente sin palabras, y fue Luciana quien tuvo que decir las necesarias felicitaciones. 


No sabía cómo, pero se las había arreglado para sonar completamente sincera.


Luciana debía ser mejor actriz de lo que pensaba, porque el vestido era marcadamente horrible, y peor todavía, inapropiado. Paula no entendía qué había llevado a su madre a sacar de pronto la princesa que llevaba dentro.


Sara sonrió débilmente.


—Solo necesito un poco de colorete.


Luciana la miró con cara de circunstancias, se puso en jarras y la otra mujer suspiró profundamente.


—De acuerdo, no tenía pensado decíroslo todavía porque aún no estoy de doce semanas y…


Debía de pesar una tonelada, pensó Paula observando la intrincada cola kilométrica que era el sueño de muchas chicas. Pero no el suyo, ella nunca había soñado con llevar un vestido tan recargado. ¿Cómo era posible que una mujer de cuarenta y tantos años considerara apropiado llevar un vestido de novia blanco merengue?


Dirigió la mirada hacia Luciana, que tenía un aspecto regio con su precioso vestido. De hecho ahora era una princesa de verdad, un hecho al que Paula todavía no se había acostumbrado. Luciana se acercó a su madre y la abrazó. 


Las dos mujeres lloraban, y Paula estaba confusa. ¿Se había dado cuenta por fin su madre de que el vestido era un desastre?


—Siempre puedes quitarte la cola —sugirió Paula tratando de mantenerse firme y práctica por el bien de su madre. 


Sabía que debía aguantar aquel día y estar allí para su madre en el futuro cuando las cosas salieran mal con Carlos, algo que sin duda sucedería.


Sara se rio.


—Ojalá fuera así de simple. Contigo nunca tuve náuseas matinales, cariño, pero esta vez… —puso los ojos en blanco y aceptó el vaso de agua que le ofreció Luciana.


Paula parpadeó y trató de entender. ¿Náuseas? Debía haber oído mal. Solo se tenían náuseas matinales cuando se estaba… embarazada.


Sintió como si hubiera chocado de cabeza contra un muro. 


El impacto le bloqueó la mente y se sentó en el asiento de la ventana. Se quedó allí sin respirar hasta que finalmente exhaló un suspiro y cerró los ojos.


—Así está mejor. Lo único que necesitabas era un poco de color.


Paula se pasó una mano por la nuca con gesto ausente y vio cómo su amiga aplicaba un poco de colorete en las mejillas de su madre.


—¿Estás… estás embarazada, mamá? ¿Cómo…? —dos pares de cejas arqueadas se giraron hacia ella—. Bueno, supongo que esto lo explica todo.


—¿Qué es lo que explica, Paula? —preguntó Sara.


Paula sacudió la cabeza y creyó entender por qué el bribón de Carlos Latimer había decidido de pronto no solo hacer pública su aventura con su cocinera, sino casarse con ella. 


No se debía a un repentino ataque de amor hacia Sara, se trataba únicamente de la posibilidad de tener un heredero.


Pero a Luciana no parecía importarle la posibilidad de quedar desheredada. Su amiga parecía encantada.


—Lo sabía —afirmó Luciana con suficiencia mientras limpiaba las lágrimas de los ojos de su futura madrastra—. Quien inventó el rímel que no se corre merece una medalla. Aunque tú no sabes de qué hablo, Paula —miró a su amiga, que había sido bendecida con unas pestañas oscuras y largas que no precisaban artificios—. Anoche le dije a Kamel que pensaba que a lo mejor estabas embarazada, pero él me contestó que solo porque yo…


Se calló y se cubrió la boca con la mano.


—No quería decirlo hasta que Kamel se lo hubiera contado a su tío por el tema del protocolo. No diréis nada, ¿verdad?


—¡Luciana, cariño, Kamel debe de estar encantado! —el rímel de Sara se puso otra vez a prueba cuando abrazó a Luciana.


—Los dos lo estamos, pero Kamel actúa como si yo fuera de cristal. No me deja hacer nada, me está volviendo loca —confesó con una carcajada.


La expresión de su amiga al pronunciar el nombre de su marido llevó a Paula a apartar la mirada. Se sentía incómoda. Estaba preparada para aceptar al príncipe con el que se había casado Luciana porque estaba tan enamorado de ella como ella de él, pero su lado cínico se preguntaba cuánto tiempo duraría la luna de miel.


—Las dos vais a tener un hijo —Paula estaba todavía tratando de encajar la noticia.


Sara la tomó de las manos con gesto extasiado.


—¿No es increíble? Nuestra familia crece, chicas.


—Una familia de verdad —apostilló Luciana.


Paula se aclaró la garganta. Estaba claro que le tocaba a ella hablar, pero ¿qué podía decir?


—Es increíble —consiguió decir.


Había pasado mucho tiempo desde que se quedaba despierta por las noches deseando tener una familia de verdad. Llegó un momento en el que se dio cuenta de que no tener padre, o al menos un padre dispuesto a reconocer su existencia, era una bendición. A diferencia de la mayoría de sus compañeras de clase, se había librado del trauma de ver a sus padres pasar por un feo proceso de separación y divorcio.


Su madre ni siquiera había tenido novios cuando empezó a trabajar para el padre de Luciana. Luciana descubrió primero lo que estaba pasando, y le preocupó más el secretismo que la relación en sí.


Para Paula no se trataba solo del secretismo, sino de todo, y cuanto más duraba la relación, más se enfurecía al ver cómo su madre permitía que la historia se repitiera y se convertía en el juguete de un hombre rico que la trataba como a una criada delante de sus ricos y poderosos amigos.


Aunque Carlos Latimer no estuviera casado, se parecía mucho a su padre, un egoísta que había utilizado y humillado a su madre. Por supuesto, en aquel entonces Sara era una estudiante impresionable en su primer trabajo, una presa fácil para un jefe rico y sin escrúpulos.


Lo que Paula no entendía era cómo su madre podía dejar que se repitiera ahora que era una mujer inteligente e independiente. ¿Cómo podía dejarse utilizar y humillar de aquel modo?


Paula se preguntó si sería consciente de que Carlos se casaba con ella solo por el bebé. Bueno, al menos estaba un paso más allá en la evolución que su propio padre, que cuando supo que Sara estaba embarazada se limitó a escribirle una nota diciéndole que no tuviera al bebé.


Paula nunca le contó a su madre que encontró la nota cuando buscaba el certificado de nacimiento, y nunca le dijo que conocía la identidad de su padre. Lo que hizo fue guardarlo todo cuidadosamente en la caja en la que lo encontró.


—Tener un hijo a tu edad —Paula sintió la mirada de advertencia de Luciana—. No es que seas mayor, claro.


Su madre esbozó una sonrisa.


—Eres la personificación del tacto, Paula.


Paula se fijó en la mirada que intercambiaron Luciana y su madre. No le molestaba el lazo que habían formado, pero había ocasiones en las que le provocaba un poco de envidia.


—Solo quería decir que… —hizo una pausa—. ¿No será peligroso para ti y para el bebé?


Aunque no para Carlos Latimer. Paula sintió cómo la rabia y el resentimiento que siempre había sentido hacia aquel hombre se intensificaban.


—Muchas mujeres tienen actualmente hijos a los cuarenta, Paula —Luciana empezó a enumerar una lista de famosas de la edad de Sara que habían dado a luz hacía poco.


—Y voy a tener mucho más apoyo que la última vez. Tu padre se ha portado de maravilla, Luciana.


Demasiado tarde, pensó Paula antes de sentir una punzada de culpabilidad. Siempre le pasaba cuando pensaba en todo a lo que su madre había renunciado para ser madre soltera. 


Se merecía ser feliz al fin, pero ¿encontraría esa felicidad con Carlos Latimer?


Darle a su madre todo lo que se merecía era la razón por la que Paula había rechazado la beca de la prestigiosa universidad que le habían ofrecido. En su lugar, fundó su propia empresa. No había sido fácil. Todos los bancos habían rechazado a aquella joven inexperta de dieciocho años y al final había convencido a un fondo benéfico que promovía jóvenes talentos. El resto era historia. En la actualidad ejercía con regularidad de mentora para jóvenes emprendedores y ayudaba a recaudar fondos para ellos.


Un año atrás,Paula consiguió por fin decirle triunfalmente a su madre que ya no necesitaba seguir trabajando para Carlos Latimer, que ella podría mantenerla y Sara podría hacer lo que quisiera: ir a la universidad, abrir su propio restaurante… lo que quisiera.


Era un buen plan, pero tenía un problema. Resultó que su madre ya estaba haciendo lo que quería: quería malgastar su talento siendo la esclava de un hombre como Carlos Latimer. Paula se sintió frustrada, furiosa y herida. Sabía que desde aquel día se habían distanciado. Ella lo había querido así.


Los ojos verdes de Sara volvieron a llenarse de lágrimas mientras escudriñaba el rostro de su hija.


—Estás de acuerdo con esto, ¿verdad, Paula?


—Estoy feliz por ti, mamá —aseguró ella en voz baja pensando que, si aquel hombre le hacía daño, lamentaría haber nacido.


Tal vez era mejor actriz de lo que pensaba, o tal vez su madre quisiera creerse la mentira, pero, en cualquier caso, Sara pareció visiblemente más relajada.




No hay comentarios.:

Publicar un comentario