sábado, 21 de marzo de 2015

DELICIAS DE AMOR: CAPITULO 15





La mañana siguiente, Paula casi se pasó el desvío que tenía que hacer para llegar a la clínica. En el último momento, redujo la velocidad y giró a la derecha.


Un kilómetro después, llegaba a la ajetreada zona comercial donde se encontraba la clínica veterinaria de Pedro.


Había estado a punto de pasarse el desvío no porque tuviera poco sentido de la orientación, sino porque tenía un fuerte sentido de supervivencia. Cuanto más interactuara con el guapo y sexy veterinario, más iba a querer interactuar; eso la llevaría a crear un vínculo que, en última instancia, no deseaba.


Pero, como siempre, su horror por comportarse con cobardía, ganó la partida. Daba igual que nadie fuera a saberlo. Ella sabría que había sido cobarde, eso era lo único que importaba. Si empezaba a seguir ese rumbo, acabaría teniendo excusas para evitar otras muchas cosas.


No quería vivir así, no quería que el miedo tuviera poder sobre ella o gobernara cualquier otra faceta de su vida.


Si permitía que ocurriera una vez, se repetiría, sin duda. Y cada vez sería más fácil retroceder ante algo. Antes de que se diera cuenta, su individualidad quedaría enterrada bajo una montaña de cosas que temer y evitar por culpa de ese mismo temor.


Llegado ese punto, en vez de vivir, se estaría limitando a existir. Su madre siempre le había dicho que había que apreciar la vida y agarrarse a ella con ambas manos. No era fácil, pero sin duda merecía la pena.


Superar ese miedo a las relaciones, debido a su temor a quedarse sola de nuevo, tenía que convertirse en el primer punto de su lista de cosas por hacer. En otro caso, se estaría condenando a la soledad antes de empezar.



*****


La recepcionista, Erika, alzó la cabeza con una sonrisa prefabricada en los labios.


—Hola —dijo. Entonces, reconoció a la mujer y su sonrisa se volvió genuina.


—Hola, el doctor Alfonso dijo que quizás vendrías —salió de detrás del mostrador y centró su atención en Jonathan—. Hola, chico. ¿Has venido a pasar el día con nosotros?


—Supongo que lo traigo como huésped —dijo Paula, dándole la correa a la recepcionista.


—Técnicamente no —dijo Erika—. Si viniera como huésped, tendría que pagar. El doctor Alfonso dijo que no habría cargos, así que Jonathan viene de visita —concluyó con una sonrisa cálida.


—¿Soléis recibir a muchos animales de visita? —inquirió Paula. Aunque estaba agradecida, el asunto no acababa de sonarle bien.


—Jonathan es el primero —admitió la recepcionista. Después, percibiendo que la dueña del labrador podía estar reconsiderando la idea de dejarlo allí a pasar el día, puntualizó—: No te preocupes, Jonathan estará bien. Nos encantará tener una mascota por aquí. ¿Verdad, Jonathan?


El perro respondió agitando el rabo, con tanta fuerza que golpeó en el suelo.


—No estoy preocupada.


Lo cierto era que Paula no se estaba replanteando lo de dejar allí a Jonathan. Pensaba en la posibilidad de encontrarse con Pedro. Se preguntó si ya estaba allí, y, si lo estaba, por qué no había salido.


Un momento después, decidió que era mejor que no saliera.


«Ya, como si eso fuera a cambiar cómo reaccionas ante ese hombre».


Apretó los labios y desechó la vocecita interna que insistía en que fuera lógica. Era hora de despedirse del perrito y ponerse en marcha.


Sin embargo, sus pies no estaban recibiendo el mensaje. 


Seguían plantados en el mismo sitio, como si se hubieran quedado pegados al suelo.


Decidió permitirse una única pregunta, después se marcharía. Sin más dilación.


—¿Cómo está Rhonda?


—¿Conoces a Rhonda? —preguntó Erika sorprendida, sin soltar la correa de Jonathan.


«Te lo tienes merecido por hablar», pensó Paula.


—No exactamente —admitió—. Pero Pedro…, el doctor Alfonso —corrigió—, mencionó que era la perra de su vecino y que la había atropellado un coche. Me preguntaba si estaba mejor.


Erika esbozó una sonrisa radiante.


—Oh, sí, mucho mejor. ¿Te gustaría verla?


La respuesta y la subsiguiente pregunta no salieron de boca de Erika. Las emitió el veterinario, que había salido de la zona de consultas y en ese momento estaba tras ella.


Paula se dio la vuelta para mirarlo, intentando ocultar que su corazón acababa de saltarse un par de latidos.


—Oh, no me gustaría causarte más molestias de las que ya… —al ver la expresión confusa de Pedro, se explicó—: supone dejar a Jonathan aquí.


—No molestas a nadie dejando a Jonny aquí —aseguró él. Acarició la cabeza del perro antes de empujar la puerta de vaivén que conducía a la otra zona de la clínica—. Rhonda está aquí.


Sujetó la puerta con la espalda, esperando a que ella cruzara el umbral y lo siguiera.


Paula no tuvo otra opción que hacer lo que pedía. Negarse habría sido una grosería.


Pedro la condujo al lugar donde la setter irlandés se recuperaba de la segunda operación. Estaba dormida y parecía tranquila, pero tenía los cuartos traseros envueltos en vendajes. La perra estaba en una jaula.


—¿No está apretada, ahí dentro? —preguntó Paula. Su voz sonó compasiva.


—Ahora mismo, no quiero que se mueva mucho —explicó él—. Si veo que responde bien a la cirugía y los puntos se cierran, haré que la transfieran a un corredor, antes de que mi vecino la lleve de vuelta a casa.


—¿Un corredor? —repitió Paula.


En vez de explicarlo verbalmente, Pedro agarró su mano y la condujo a otra parte de la clínica.


Había tres recintos grandes, independientes pero uno junto a otro. Los tres eran lo bastante anchos para que cualquier animal pudiera estirarse a gusto, e incluso corretear alrededor de la zona, si eso era lo quería.


Pedro, en silencio, dejó que ella absorbiera lo que veía y la razón del nombre.


—¿Estás seguro de que no te importa que deje a Jonathan aquí todo el día? —volvió a preguntar ella.


—Estoy seguro —sonrió—. Además, así tendrás un motivo para volver.


Paula no sabía por qué el hombre conseguía que se le acelerara el corazón con solo una mirada. Al fin y al cabo, no era ninguna adolescente con la cabeza en las nubes. Era una adulta que se había enfrentado sola a la vida y a la muerte. Tener palpitaciones por culpa de un hombre guapo no encajaba con la imagen que tenía de sí misma.


En ese momento, la recepcionista asomó la cabeza por la puerta. Lily notó que Jonathan ya no estaba con ella.


—Doctor, Penelope ya está aquí, para su inyección. La he puesto en la Sala 3.


—Dile a la señora Olsen que iré ahora mismo, Erika —se volvió hacia Paula—. Penelope es una chihuahua. Ponerle una inyección es todo un reto. La aguja es casi tan grande como ella. La pobre se pone a temblar en cuanto entro en la sala y me ve. Odio que los animales me tengan miedo —le confió, mientras iban hacia la puerta de vaivén. Una vez allí, se detuvo..


—Estamos abiertos hasta las seis —dijo—. Si necesitas que Jonathan se quede aquí más tiempo, me lo llevaré a casa —ofreció.


—Gracias, pero no será necesario. Tengo una jefa muy comprensiva y me dejará que salga a recoger a Jonathan —contestó ella—. Te veré antes de las seis —aseguró.
Después, 

Paula salió de la clínica caminando más deprisa de lo que era habitual.


Pero cuando llegó al coche y se sentó al volante, tuvo que admitir que, por muy rápido que se moviera, iba a resultarle imposible acercarse siquiera a rozar la velocidad a la que iban sus pensamientos.





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