viernes, 20 de marzo de 2015

DELICIAS DE AMOR: CAPITULO 14






No encontraba una postura lo bastante cómoda para dormir más de unos minutos seguidos. Y cuando conseguía quedarse dormida, acababa soñando con lo que la estaba manteniendo despierta, perpetuando su dilema.


Soñaba con un par de magnéticos ojos azules que la absorbían, con pelo rubio pajizo lo bastante ondulado como para que le cosquillearan los dedos por su deseo de enredarlos en él.


Y al final de cada uno de esos breves sueños, Paula experimentaba una intensa sensación de abandono, de haberse quedado atrás irreversiblemente, para seguir con su vida en soledad.


Se sentía como si alguien la hubiera vaciado por dentro con un cuchillo afilado. Entonces, se incorporaba de golpe, despierta y húmeda de sudor a pesar de que el aire nocturno era fresco esa noche.


Sola en el dormitorio, con las rodillas dobladas contra el pecho, Paula reconoció sus pesadillas como lo que eran, lo que significaban: miedo. Miedo de encariñarse, miedo de experimentar las consecuencias que conllevaba permitirse querer a alguien.


Se preguntaba si estaba loca por pensar siquiera que podía tener una relación sin pagar el terrible precio final que eso exigía. Si uno quería bailar, después tenía que pagar al músico. Lo sabía y no quería tener nada que ver con ningún músico.


Nunca más.


Lo mejor era que siguieran siendo conocidos sin más, como hasta ese momento.




*****


Finalmente, a las seis de la mañana, Paula renunció a sus intentos de dormir al menos una hora seguida.


Con un suspiro, se levantó. Echó un vistazo al lío de sábanas revueltas; su cama parecía haber sido declarada zona de guerra.


Pensó, con ironía, que tal vez fuera así. Excepto que no había habido vencedor.


Habitualmente, no salía del dormitorio sin hacer la cama antes, pero esa mañana la dejó como estaba. Anhelaba salir de casa.


Un poco de aire fresco tal vez le haría bien.


—Vamos a dar un paseo, Jonathan —anunció, tras ponerse unos vaqueros y un suéter fino. El perrito había insistido en dormir en el suelo del dormitorio.


Despierto en menos de un instante, el labrador, medio corrió, medio rodó escaleras abajo, y allí la esperó inquieto. Paula agarró la correa, que había dejado junto a la escalera, y la enganchó al collar. En el último momento, se acordó de hacerse con una bolsa de plástico por si acaso tenía suerte y el perro decidía hacer sus necesidades mientras estaban fuera.


Llevar a Jonathan de paseo se convirtió en otro ejercicio de paciencia. El perro corría como un loco y, de repente, se detenía para olisquear cada milímetro de suelo. Se demoraba tanto que al final Paula tenía que tirar de él, momento en el que él decidía iniciar otra carrera alocada.


Tras casi una hora de ese forcejeo y sus variantes,Paula decidió que estaba harta y quería volver a casa.


Justo antes de llegar, Jonathan se detuvo bruscamente y casi chocó con él. Iba a regañarlo por haber estado a punto de hacerla tropezar, cuando vio que estaba haciendo sus necesidades.


—Supongo que eso me libera un buen rato, ¿verdad? —dijo comprendiendo que podía bajar la guardia durante unas horas.


El labrador no expresó su opinión al respecto. Estaba demasiado ocupado investigando lo que acababa de excretar. Paula tiró de la correa antes de que se acercara demasiado.


Lo apartó a un lado para recoger la deposición, pensando que iba a costarle, y mucho, acostumbrarse al asunto de tener perro.



*****


Paula llegó a casa justo cuando empezaba a sonar el teléfono.


 Abrió la puerta y consiguió llegar al aparato un segundo antes de que saltara el contestador.


—¿Hola? —contestó, dejando caer al suelo la correa de Jonathan.


—Paula, hola. Estaba preparándome para dejar un mensaje en el contestador —dijo una voz grave, unos segundos después.


A ella se le puso la carne de gallina. La voz de Pedro por teléfono sonaba íntima y, a decir verdad, excitante. Pero eso no cambió su resolución de mantener al hombre a distancia. 


Si acaso, la reforzó.


—Ahora puedes dejármelo a mí —se obligó a sonar lo más alegre posible.


Al oírlo inspirar profundamente, adivinó que no iba a decirle nada bueno.


—Me temo que voy a tener que cancelar hoy… —dijo él.


Un segundo antes, Paula había intuido eso mismo y pensado que era lo mejor, justo lo que ella quería. Teniendo eso en cuenta, no sabía por qué sentía un enorme nudo de decepción en la boca del estómago


—No sabía que tuvieras poder para hacer eso —replicó, aún procurando sonar alegre—. Cancelar todo un día —el silencio que siguió la puso nerviosa—. Perdona, solo intentaba ser graciosa. No pretendía interrumpirte mientras hablabas.


—No estás interrumpiendo, haces gala de tu sentido del humor —repuso él.


Paula casi deseó que no fuera tan comprensivo; eso podía ser fatal para ella. Al pensar que la cancelación podía deberse a otra emergencia veterinaria, Paula se sintió fatal por estar haciendo bromas.


—Y tú estás siendo muy amable —dijo, a modo de disculpa—. Lo de la cancelación no importa —añadió, para absolverlo de toda obligación—. Lo entiendo.


—¿Cómo puedes entenderlo? —preguntó Pedro—. Aún no te he dicho por qué.


En eso tenía toda la razón. Su nerviosismo la estaba haciendo saltar a conclusiones que no tenían por qué ser ciertas. Buscó algo plausible que utilizar como excusa, sin éxito.


—Estoy segura de que es por una buena razón.


—Ojalá no lo fuera —dijo él con sinceridad. Esa mañana, muy temprano, había sentido la urgencia de ir a ver a la perra de su vecino. Rhonda no había respondido como esperaba. Tras examinarla, había llegado a una conclusión—. Rhonda tiene una hemorragia interna. Tengo que volver a intervenir para cauterizar la herida y coserla de nuevo. Cuando acabe, quiero vigilarla unas horas, para asegurarme de que todo ha ido bien esta vez. Así que no podré ir a trabajar con Jonathan.


Que pensara en eso cuando tenía una emergencia como esa en sus manos, demostraba que era una persona excepcional.Paula no quería que creyera ni por un momento que se sentía molesta.


—Bueno, lo cierto es que Jonathan y yo hemos dado un paseo largo; ha decidido que no podía aguantar hasta llegar a casa para mancharlo todo, así que ha ido al baño en la calle.


—Felicidades —rio Pedro, divertido por su forma de narrar su última aventura con el perro—. Pero sabes que no basta con eso, ¿verdad? Hay que repetir el proceso muchas veces, hasta que se grabe en su cerebro. ¿Te acordaste de felicitarlo cuando acabó?


Paula apretó los labios. Sabía que había olvidado algo.


—¿Es tan importante felicitarlo? —preguntó, con la esperanza de oír que era un detalle menor.


—Sí que lo es, y me tomaré tu repuesta como un no. La siguiente vez que lo haga, hazle fiestas y dile que es un perrito fantástico. Créeme —aseguró—, funciona de maravilla.


Ella suspiró mirando al perro, que se había tumbado a sus pies, momentáneamente tranquilo.


—Me acordaré la próxima vez.


—Escucha, tengo que dejarte, pero puedes traer a Jonny mañana, de camino al trabajo, a no ser que te sientas lo bastante segura como para dejarlo en casa —matizó, para que no creyera que la estaba presionando para que dejara al perro en la clínica todo el día.


—Lo llevaré —aceptó ella rápidamente, aliviada porque no hubiera retirado la oferta. No era tan ingenua como para creer que un éxito implicara que el perrito había cambiado de hábitos para siempre—. Gracias.


—De nada. Tengo que irme —repitió. Colgó el teléfono sin darle tiempo a decir adiós.


Paula tuvo sentimientos encontrados tras colgar. No sabía si sentir alivio al saber que Pedro no iría, alivio por no estar a solas con él, o tristeza por esa misma razón.


Jonathan ladró y se dio cuenta de que ya no estaba a sus pies. El ladrido era apremiante. Tuvo la sensación de que estaba exigiendo el desayuno. Pedro, y su dilema actual, no serían parte de su vida si Jonathan no hubiera aparecido en la puerta de su casa aquella mañana.


—La vida era mucho más sencilla antes de que llegaras tú, Jonathan —dijo.


El perro siguió ladrando hasta que puso rumbo hacia la cocina. Mientras la seguía, el ladrido adquirió otro tono, casi triunfal.


Paula se rio. ¿Quién estaba adiestrando a quién? Tenía una clara sospecha. En ese momento, el tanteo era de Jonathan uno, Paula cero. Sacó una lata de comida perruna y la abrió.






3 comentarios:

  1. Me parece re dulce esta historia Carme, es distinta a las demás. Me encanta. Muy tierna.

    ResponderBorrar
  2. Muy buenos capítulos! coincido con Sil. Es muy dulce y tierna esta historia. Ojalá pronto se animen los 2 a estar juntos!

    ResponderBorrar
  3. Si opino como las chicas , súper dulce la historia Carme, siempre nos delieitas con hermosas novelas ¡

    ResponderBorrar