Te gusta el reto que conlleva la competitividad
Paula limpiaba los caños de la cerveza para no pensar en que el sexo con Pedro empezaba a convertirse en amor.
Sara entró en el bar y ella se puso en tensión, aunque lo disimuló perfectamente.
–Hola, pensaba que estarías en el juzgado.
–Pedro sigue allí, pero no me necesitaba.
–¿Quieres algo? –preguntó Paula, reprimiendo el comentario que le pasó por la mente.
–Un vino blanco –pidió Sara. Cuando se lo sirvió, añadió–. Pedro me ha dicho que estudiaste música en la universidad.
–Así es –Paula se preguntó por qué Pedro habría hablado de ella con Sara.
–¿Nunca has querido tocar en una orquesta?
–No soy lo bastante buena.
Al ver la expresión de sorpresa de Sara, Paula decidió hacer por ella lo que claramente pretendía hacer: humillarla.
–Trabajé de camarera para pagarme los estudios y cuando acabe el grado, me dediqué de pleno a la hostelería.
–Como dicen –comentó Sara en tono despectivo–, los opuestos se atraen.
–¿Por ejemplo?
–Pedro y tú. No tenéis nada en común –se inclinó sobre la barra como si compartieran un charla íntima–. No sé si eres consciente de que Pedro tiene una carrera en la que pensar.
–¡Qué interesante! Cuéntame –dijo Paula con una forzada sonrisa.
–Quieren hacerlo socio del bufete, la universidad lo persigue para que dé clases y se rumorea que puede ser el abogado más joven en ser elegido para el Tribunal Supremo.
–¿De verdad?
Sara asintió.
–Necesita alguien que pueda estar a su altura –bebió un trago y dejó la copa con gesto displicente–. Tiene que tomar decisiones importantes y debe tener a la mujer adecuada a su lado.
–Me alegra que tenga un futuro tan prometedor. Eso lo hace terriblemente atractivo, ¿no crees? –dijo Paula mientras sacaba brillo a una copa y la miraba al trasluz–. ¡Que chica tan afortunada soy! En cuanto a tomar decisiones, Pedro no es ningún niño y no creo que necesite ayuda.
–No lo dudo, Paula, pero ¿no te parece una lástima que vea sus oportunidades lastradas por una mujer que no dé la talla?
Paula tuvo que morderse la lengua para no reír al oírle pronunciar esa palabra, cuando Pedro y ella sólo eran amantes sin ningún compromiso. Ella sabía perfectamente que no pertenecía a su círculo. No necesitaba que una abogada de éxito se lo restregara. Los dos sabían que no estaban hechos el uno pata el otro. Pedro pronto se cansaría, y ella tendría que marcharse y reparar su corazón en algún otro lugar. Pero lo que no iba a hacer era dejarlo para que aquel monstruo manipulador saltara sobre él. Vivían en Nueva Zelanda en el siglo veintiuno y el sistema de clases estaba supuestamente abolido… aunque la comunidad de la abogacía fuera algo más conservadora que la media.
Era verdad que para Pedro ella representaba un pasatiempo, una mujer un tanto excéntrica de la que hablaría en el futuro como «una buena amante sin futuro».
Ni siquiera era una buena música ni había tocado el violín desde el día que encontró a Pedro. Él, en cambio, iba a ser juez, y se convertiría en un pilar de la sociedad. Efectivamente, era ridículo pensar que pudiera casarse con una chica que servía cervezas en un local de moda.
Así que sólo le quedaba aprovechar el tiempo que pasara con él hasta que llegara Lara, y confiar en que no se le rompiera el corazón. Y entretanto, no pensaba dejar que aquella bruja le hiciera sentir inferior.
En cuantos se marchó, puso uno de sus CD favoritos y llamó Camilo para decirle que iba a salir un par de horas. Necesitaba pensar. La situación empezaba a complicarse.
Volvió al bar después de las cuatro y le sorprendió ver a Pedro, vestido informalmente y jugando un billar con Camilo.
–¿Dónde te has dejado el traje? –preguntó ella.
–He pensado que no la necesitaba para dar una charla en la universidad.
–¿Y como te has contagiado del espíritu universitario, estás jugando al billar?
–Me he tomado la tarde libre. El juicio ha sido pospuesto hasta mañana, así que he llegado a dar la charla a tiempo.
–¿Ha salido bien?
–Muy bien.
Paula imaginaba que la sala estaría llena.
–¿Muchas chicas guapas en la primera fila?
Pedro sonrió.
–¿Crees que iban a verme y no a escucharme?
–Seguro que estaban pendientes de cada palabra.
Paula se apoyó en una mesa mientras seguían jugando. Cuando metió la bola negra, Camilo protesto.
–Creía que habías dicho que no jugabas bien.
Pedro sonrió.
–Ha sido un golpe de suerte –dijo, dejando el taco en su sitio.
–¿Es que lo haces todo bien? –preguntó Paula, irritada.
–¿Tú qué crees? –dijo él con un guiño.
–Que sí.
–¿Quieres jugar? –preguntó él indicando la mesa de billar con una sonrisa de picardía.
–Tengo trabajo.
–De hecho, trabajas demasiado.
–Mira quién fue a hablar.
–Pero yo estoy acostumbrado.
Claro, y ella no. Seguía considerándola una inconstante e incapaz de mantener el ritmo de trabajo.
Pedro la miró fijamente.
–¿Pasa algo?
–Tu amiga Sara ha venido a verme para hablar de tu futuro –al ver la expresión de sorpresa de Pedro, añadió–: Se ve que eres un hombre muy solicitado. Te quieren hacer socio, profesor y, según se rumorea, juez.
Pedro asintió con la cabeza.
–Lo de juez no es más que una posibilidad entre muchas. Lo que no entiendo es por qué Sara te lo ha contado.
Paula se entretuvo poniendo botellas en orden.
–No sé. Salió en la conversación –dijo, decidiendo no clavar una puñalada en la espalda de la bruja que, después de todo, trabajaba con él y que quizá en el futuro llegara a ser su amante.
–¿No te ha encantado hablar de mi carrera? –bromeó él al observar que fruncía el ceño.
–Desde luego. Se ve que has trabajado mucho para llegar donde estás.
–Tú también, aunque tiendas a subestimarte.
–Si acabé los estudios fue gracias a Sofia. La música no era más que un entretenimiento, y la excusa para ir a tocar a su garaje y escapar de mis padres.
–Supongo que yo tuve mucha suerte sabiendo lo que quería hacer desde muy pronto –Pedro tamborileó los dedos sobre la barra–. ¿Nunca has sentido pasión por nada?
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