En efecto, esa conquista incipiente por parte de Pedro le hacía pensar que era la primera vez que lo pasaba bien en compañía de un hombre. Otras veces, en cuanto había hablado del rancho, sus acompañantes habían dejado de verla por considerarla poco femenina.
A Pedro eso no parecía importarle. Lo que quería era mantener relaciones sexuales con ella, por el simple hecho de que la deseaba enormemente.
Como le había dicho su abuela en alguna ocasión, ése era el mejor piropo que le podían decir a una mujer. Pero lo que dijo a continuación, era que si se trataba de una mujer respetable, no debía ni por un momento dejarse llevar por las circunstancias.
La abuela podía ser muy práctica, pero no tenía a Pedro Alfonso a escasos centímetros…
—¿Paula, estás bien? Parecías estar a millones de kilómetros —dijo Pedro, preocupado.
—Estoy bien, gracias. Si te parece, podemos comer aquí.
Unos minutos después, ataron a los caballos a un árbol y se pusieron a contemplar el paisaje. Era maravilloso: se veían colinas, bosques y rocas. El azul del cielo hacía vibrar a los jóvenes, de pura intensidad.
—Adoro este sitio —murmuró Paula—. Se trata del punto más alto de toda la propiedad y del más bello.
Pedro descubrió a un águila volando por las alturas, disfrutando plenamente de la libertad. De pronto, el ave soltó un grito que impactó a Alfonso. En efecto, el joven se sentía más distendido y apenas recordaba el estrés que había padecido en los últimos meses de su vida.
—¿Qué te parece el sitio, Pedro?
—Tienes razón, es magnífico.
—No suelo traer aquí a los turistas. Es mi lugar preferido.
Esa confesión hizo que Pedro creciera por lo menos diez centímetros más. ¡Paula había querido compartir con él aquel lugar tan especial!
A continuación, inspeccionaron bien la zona para comprobar que no había serpientes de cascabel. Extendieron la manta sobre la hierba y notaron con alegría, que corría un poco de brisa.
Al cabo de unos instantes apareció Bandido, reclamando su comida. Cuando todo estuvo listo, se dedicaron a comer con apetito, mientras Paula le contaba a su acompañante historias del rancho. Tenía un gran sentido del humor describiendo a todo tipo de turistas que habían pasado por la hacienda. Además, tenía una visión muy clara de como tenía que funcionar el negocio para que fuera un éxito.
Pedro estaba muy impresionado. Por muy excéntrica que pudiese ser, su acompañante sería sin duda una buena empresaria.
—¿Dónde vamos ahora? —preguntó Pedro, cuando ya habían terminado de comer, sintiendo un ligero sopor de sobremesa. No era de extrañar, teniendo en cuenta lo poco que había dormido la noche anterior.
—Continuaremos la marcha por allí —dijo Paula, indicando con el dedo el punto hacia el cual se iban a dirigir.
Estaba tumbada boca arriba sobre la manta del picnic, con los ojos cerrados. Pedro descansaba con la cabeza apoyada en el codo, observando cómo sus pechos se asomaban por la camisa desabrochada. Alfonso se preguntaba si su monitora era consciente de que se le veía el sujetador de encaje, a través del cual se adivinaba un oscuro pezón.
—¿Paula, hay que desplazar al ganado rápidamente, o no tenemos prisa?
—Si te refieres a que si podemos dormir una siesta, estás equivocado.
—No soy el único que está adormilado —se quejó Pedro.
—Pero si sólo estoy dejando reposar la comida…
—No me estás respondiendo: ¿vamos a guiar al ganado, o no?
—Mmm… —se desperezó lánguidamente, la vaquera—. El abuelo está haciendo de Celestina con nosotros. Las vacas pueden estar en estos pastos, por lo menos una semana más.
—¿Y por qué tiene que meterse tu abuelo en nuestra relación?
—¿Recuerdas aquellos «cariño», y «mi monitora particular», que me atribuiste el día de nuestra llegada? Pues, ¿Qué esperabas que hiciera Samuel Harding?
—Si yo fuera tu abuelo, no me fiaría ni un pelo de mí —dijo Alfonso, con sinceridad.
—Pero si para tener nietos primero hay que tener hijos… Además, el abuelo confía exclusivamente en mí y no en ti —dijo Paula, secamente.
—Pues, la verdad es que me había parecido un hombre inteligente.
—Y lo es. Está encantado con tu llegada porque te considera un hombre capaz de hacerme olvidar el rancho o de compartirlo conmigo. En cualquier caso, no quiere dejármelo a mí. El pobre, no entiende a las mujeres. El rancho entero se habría ido a pique si no hubiera sido por mi abuela.
Aunque las palabras de Paula eran duras, el tono que empleaba para pronunciarlas era suave y en cierto modo divertido.
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