sábado, 6 de noviembre de 2021

SIN ATADURAS: CAPÍTULO 57

 

Frustrado, Pedro la dejó ir, sin saber cómo penetrar las barreras defensivas que Paula era capaz de erigir en un instante. Tumbado en la cama, contempló la luz de su ventana. Ya eran más de las dos de la madrugada cuando la apagó. Menos de cuatro horas después, Pedro escuchó el sonido de la manguera en el jardín. Tenía que irse al aeropuerto e iba a pasar las siguientes cinco noches en Sídney, pero antes quería verla.


Cuando salió al jardín notó en seguida la palidez del rostro Paula, las oscuras marcas que había bajo sus ojos. No podía ocultar por completo su tensión, y él no sabía cómo hacerle salir de su concha, cómo lograr que se abriera a él… algo que, aunque no entendía bien por qué, deseaba con todas sus fuerzas.


Paula soltó la manguera y avanzó hacia él con paso decidido. Sus ojos ardían, y la femenina agresividad de sus movimientos hizo que pareciera mucho más fuerte de lo que era. Cuando llegó hasta Pedro no le dio la oportunidad de decir nada. Fue ella quien guio el baile que se produjo a continuación, quien se montó a horcajadas sobre él dándole la espalda. Pedro disfrutó viendo cómo el pelo le acariciaba la espalda, disfrutó deslizando las manos por las deliciosas curvas de su firme trasero, disfrutó tomando en ellas sus pechos para luego deslizarlas hasta su sexo y acariciarla hasta hacerle enloquecer de deseo. Pero también quería ver sus ojos. Quería conocerla… conectar de una manera mucho más completa que aquella.


Sabía que Paula estaba más decidida y agresiva que nunca, más hambrienta, más lanzada, más exigente. Tuvo que apretar los dientes para contenerse mientras ella lo cabalgaba, gemía y sudaba… pero ni siquiera la experiencia sexual más intensa de su vida le bastaba ya.


Paula se arqueó cuando alcanzó el orgasmo, y su grito de liberación asustó a los pájaros que aún dormían a las seis de la madrugada en las ramas de los árboles. En cuanto su cuerpo comenzó a languidecer, Pedro la tumbó boca abajo y sostuvo su rostro para contemplar aquellos ojos aturdidos por el sexo mientras la penetraba todo lo profundamente que podía.


Esperó jadeante mientras se controlaba. Porque se negaba a seguir teniendo sexo con Paula. Ahora quería hacerle el amor, quería entregarse por completo a ella.


Paula abrió los ojos y negó con la cabeza pero Pedro la sujetó de manera que no pudiera escapar a su beso. Y, poco a poco, todo empezó de nuevo. Cada movimiento, cada caricia, estuvieron colmados de cariño, de pasión. Paula no tardó en empezar a reaccionar una vez más, y el no dejó de besarla hasta que un renovado y delicioso gemido de placer empezó a surgir de su garganta, hasta que murmuró su nombre una sola vez, hasta que se volvió suave, cálida, maleable… suya.


Finalmente, Pedro enterró el rostro en la cálida suavidad de la piel de Paula y se dejó llevar por las poderosas e intensas sensaciones que se adueñaron de su cuerpo.


Después, Paula permaneció con los ojos firmemente cerrados, aparentemente dormida. Pedro se irguió, la tomó en brazos y la llevó a su dormitorio, donde la dejó en la cama. En su cama, no en la de ella. Paula no abrió los ojos cuando la cubrió con la manta y le dijo que durmiera. Él sabía que estaba despierta, y pudo sentir la tensión que emanaba de su cuerpo, pero prefirió no hacer ningún comentario al respecto.


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