sábado, 6 de noviembre de 2021

SIN ATADURAS: CAPÍTULO 56

 


Disfrutó del baile más de lo que creía posible. Pedro la llevó de un lado a otro de la terraza con la habilidad de un auténtico profesional del baile. Sin aliento, Paula se apartó un poco para mirarlo al rostro.


Él movió la cabeza y sonrió con ironía.


–Tampoco pensabas que supiera bailar, ¿verdad? No me consideras capaz de hacer bien muchas cosas aparte del sexo, ¿verdad?


Paula se puso en guardia al instante. Consideraba a Pedro capaz de muchas cosas, pero no necesitaba que además la engatusara con su habilidad para cocinar y bailar. No era justo por su parte, sobre todo teniendo en cuenta que lo que había entre ellos no era más que una aventura pasajera.


–¿Estás buscando cumplidos? –murmuró con ligereza–. ¿Tú, el médico al que acuden las bailarinas simulando alguna lesión con el mero fin de acercarse a él?


Pedro sonrió mientras la retenía contra sí para seguir moviéndose. Paula cerró los ojos mientras le dejaba hacer. Resultaba tan fácil apoyarse contra él, dejarle sostener todo el peso, aceptar aquello y más de él… Pero Pedro no quería dar más, y si ella se dejaba llevar, si se permitía depender, seguro que acabaría queriendo más, ¿y acaso no estaba decidida a no caer en algo así, en algo que sin duda acabaría mal? Acercarse demasiado a otro siempre acababa causando dolor, pérdida, algo que no quería volver a experimentar.


–¿Quieres hablar de ello? –preguntó Pedro con suavidad, invitando a las confidencias.


Paula intuyó en seguida que Pedro no estaba actuando como «hombre», sino como médico. ¿Estaría cuidándola porque sentía lástima por ella, porque le había hablado de los últimos días de la vida de su abuelo? Era agradable que se preocupara por ella, pero no era una preocupación «médica» lo que quería de él.


De manera que no quería hablar. No quería nada de él. Se apartó de sus brazos.


–Lo cierto es que estoy bastante cansada –dijo con frialdad.


–De acuerdo –Pedro no trató de retenerla cuando se apartó sin mirarlo a los ojos–. Yo tengo que fregar.


Aquello alcanzó de lleno a Paula.


–Oh. Debería ocuparme yo…


–Yo he ensuciado la cocina y yo me ocupo de limpiarla –contestó Pedro con una forzada sonrisa.


Paula lo miró y tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no pedirle que subiera con ella. De repente no quería estar sola. Quería volver a estar entre sus brazos… Pero no podía perseguir un sueño que desaparecería en un abrir y cerrar de ojos, de manera que se volvió y subió las escaleras sola.



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