jueves, 4 de noviembre de 2021

SIN ATADURAS: CAPÍTULO 50

 

Unos días después, cuando volvió del estadio por la tarde, encontró las ventanas de la casa abiertas y música de baile vibrando.


Los Knights habían jugado otro partido en casa. Paula había bailado y él había cumplido con su papel de médico. Después no asistieron a las celebraciones. Volvieron a casa y lo celebraron por su cuenta. Desde entonces, cada noche habían comido sus respectivas cenas en la terraza. Pedro había tratado de utilizar tópicos de conversación no conflictivos, e incluso había logrado convencerla para que viera películas con él. La primera noche había cedido al deseo de Paula de ver películas de ballet, pero luego fueron alternándolas con otras de intriga. Pedro estaba satisfecho de cómo iban las cosas, porque no le gustaba pensar en Paula a solas en su diminuto estudio. A fin de cuentas, no había motivo para que no pudieran pasar un rato juntos.


Paula estaba en la cocina, con el pelo sujeto en un moño, sin maquillaje y vestida con un delantal. Pero cuando vio a Pedro el azul de sus ojos pareció intensificarse.


Pedro se acercó al fogón. Olía bien.


–Déjame probar.


Paula tomó una cuchara de madera y la introdujo en el recipiente en que estaba cocinando.


–Mmm –parecía imposible, pero sabía aún mejor de lo que olía.


–No tiene sal, ni huevo, ni leche, ni aceite, ni gluten, ni carne…


–Ni diversión –interrumpió Pedro.


–Antes de saber todo eso te gustaba –protestó Paula.


–Eso es cierto.


–Y todo es orgánico.


–Estoy realmente impresionado.


Paula miró a Pedro con los ojos entrecerrados.


–En serio –dijo él, y rio–. Es asombroso.


Paula asintió, satisfecha.


–Hago una salsa genial.


Pedro sonrió.


–¿Cómo has llegado a saber todo eso?


–Investigué mucho sobre la relación de la alimentación y el cáncer. Los tomates son muy buenos.


–¿Tu abuelo estuvo enfermo?


Pedro contuvo el aliento mientras esperaba a que Paula respondiera. Era la primera pregunta personal que le hacía desde la noche en que ella le había murmurado algunos de sus secretos.


Paula asintió brevemente y siguió ocupándose de la comida con especial esmero. Pedro trató de no fruncir el ceño y se acercó a ella por detrás.


–¿Qué quieres?–preguntó Paula.


–El pago por dejarte usar mi cocina –contestó Pedro en el tono más libidinoso que pudo.


–¿Qué clase de pago? –preguntó Paula con una traviesa sonrisa.


Era tan fácil excitarla… Pero no lo era tanto conseguir que se abriera.


–Tres botellas de salsa. Y…




No hay comentarios.:

Publicar un comentario