lunes, 20 de septiembre de 2021

NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 58

 

Te gusta decir la última palabra


Paula no pudo resistirse a ir una última vez para despedirse, así que llamó a Isabel para asegurarse de que Pedro no estaba.


Llevaba cuatro noches durmiendo en un sofá, pero si le dolían todos los músculos no era por la incomodidad, sino porque el dolor que irradiaba desde su corazón hacia el resto de su cuerpo.


Al entrar sonrió a Isabel y a Camilo. Al ver a éste mandando un mensaje de texto, no pudo evitar arquear las cejas en un gesto de desaprobación. Él sonrió.


–Ya no eres la jefa.


Tenía razón. Paula lazó la barbilla.


–Sólo he venido a recoger unas cosas.


–Tranquila. Tómate tu tiempo.


Paula fue al despacho, recogió unas carpetas e imprimió el documento que había escrito pensando en el futuro del local y lo dejó sobre el escritorio por si podía interesarle a alguien. Después de todo, le había dedicado un montón de horas. Luego, se irguió y salió tras lanzar una última mirada al que había sido su pequeño imperio.


Pedro estaba en el bar, delante de la puerta del despacho con las botas vaqueras que Paula se había dejado en su casa. Al verla salir, se miraron fijamente hasta que ella no pudo soportar más la expresión acusadora de Pedro y desvió la mirada hacia Camilo, que sonreía de oreja a oreja.


–Quiero hablar contigo –dijo él, pasando a su lado hacia el interior del despacho.


Para evitar hacer una escena, ella lo siguió.


–Sabes que el bar está a la venta –dijo él, sin soltar las botas–. Has pasado de estar contenta aquí y en mi casa, a desaparecer. Sólo después de que te fueras me di cuenta de que tenía que haber una razón, pero en su momento estaba demasiado enfadado como para preguntarte –dejó las botas sobre la mesa que los separaba–. Pero sí pasó algo, ¿verdad?


–Puede ser. ¿Tiene alguna importancia?


–Claro que la tiene. Sobre todo para ti.


–Te equivocas. Lo único que pasa es que ha llegado el momento de irme.


–¿Y qué pasa con nosotros?


Paula se quedó paralizada.


–Que yo sepa, no ha sido más que un acuerdo conveniente para los dos por un tiempo limitado.


Pedro la miró con dureza.


–Claro. Te enteraste de que el bar estaba a la venta y decidiste marcharte.


–No, lo que averigüé fue que buscabas una encargada y decidí irme.


Se produjo un profundo silencio.


–¿Cómo lo sabes? –preguntó Pedro.


–Porque llamaron aquí –Paula se cruzó de brazos–. ¿Cuándo ibas a decírmelo? ¿Después de un poco más de sexo?


–Paula –dijo él, más enfadado que reconciliador.


–¿Por qué no me has dicho que estabas descontento con mi trabajo? ¿Qué he hecho mal?


–Paula, ya es hora de que pierdas el complejo de inferioridad. Vales mucho más que todo eso.


Sí, especialmente en lo relacionado con el sexo. Pero eso no era bastante. Pedro la sustituiría sin problemas, y la sola idea le daba ganas de vomitar.


Era doloroso comprobar que su esfuerzo no había valido de nada, que Pedro no creía en ella.


–Creo que haces muy bien tu trabajo –dijo él.


–¿Por eso buscas otra encargada?


–Me preocupaba que trabajaras demasiado.


–¡Por favor, Pedro, no digas tonterías! Sabes perfectamente que podía llevarlo a cabo sin ningún problema. Sé sincero y admite que querías otra persona.


–Reconozco que pensé que necesitaba una sustituta, ¿sabes por qué? –Pedro dio un paso hacia ella–. Porque estaba seguro de que te marcharías en cuanto supieras que el bar estaba en venta. Porque en cuanto las cosas se complican, huyes –alzó la voz–. Y ahora dime si tenía o no razón.


–Te equivocas. Esta vez no lo hubiera hecho. Adoro este trabajo y no quiero ir a ninguna parte. Pensé que podría convencer al nuevo dueño de que me mantuviera en el puesto –Paula se detuvo para tomar aire–. Pero ahora ya sé lo que piensas de mí, y no te culpo.


–Paula.


–Déjalo –dijo ella, esquivando su mirada–. Es mejor que me marche.


–¿Dónde vas?


Al ver que Pedro ni siquiera intentaba convencerla, el corazón de Paula se encogió.


–No lo sé. Quizá hacia el norte. A algún lugar caliente –para compensar el frío que sentía en su interior.


Pedro hizo ademán de alargar la mano hacia ella, pero Paula retrocedió y abrió la puerta.


–Lo hemos pasado bien, Pedro. Siempre supimos que sólo era eso.



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