sábado, 4 de septiembre de 2021

NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 4

 


Nunca se había sentido atraída por un hombre tipo A. Estaba sin un céntimo y necesitaba conseguir un trabajo de inmediato. Como encargada, cobraría más que en cualquier otro puesto, aunque sólo fuera por unas semanas, y la experiencia le serviría para futuros trabajos.


Abrió el bolso y sacó una copia del currículum intentando evitar que él viera que llevaba un montón. Para ocultar su nerviosismo, se cuadró de hombros y se lo pasó con un gesto ampuloso.


Él lo tomó, pero en lugar de leerlo mantuvo la vista fija en ella hasta que Paula tuvo que desviar la suya.


El silencio se prolongó mientras él se decidía a leerlo. Su rostro no traslució la más mínima reacción. Finalmente dijo:

–Se ve que tenemos algo en común.


–¿El qué?


–No te gusta comprometerte. 


Paula parpadeó.


Él volvió a leer mientras una sonrisa bailaba en sus labios, como si pensara que era divertido desconcertarla. Paula se mordió la lengua para no darle una respuesta descarada, y tomó aire.


–¿Qué te hace pensar eso?


–Que no has conservado ningún trabajo más de tres meses.


–He estado en la universidad hasta el año pasado, así que los trabajos eran temporales.


–¿Y este año?


–He estado viajando.


–¿Por qué dejaste el último trabajo?


Por lo mismo que los demás. Por aburrimiento, porque nunca le parecía que se adecuaban a sus deseos. Siempre se esforzaba por ser una trabajadora responsable, pero con fecha de caducidad.


–Puedes llamar a cualquiera de mis jefes para pedir referencias. Jamás he faltado al trabajo, ni me importa hacer turnos dobles. Cualquiera de ellos te lo dirá.


Nunca se había echado un farol tan gordo. Era buena, pero no excelente; más mediocre que excepcional. Nunca había destacado, aunque tampoco lo había pretendido. ¿Por qué esforzarse si la habían encasillado como alguien incapaz de destacar en nada? El único premio que se había merecido en toda su vida era el de la mayor idiota del mundo, lo que había despertado en ella sentimientos de humillación y de temor que habían condicionado cada intento que había hecho crearse un mundo propio. Por eso empezaba de nuevo cada vez y temía esforzarse al máximo.


–Te aseguro que puedo hacer el trabajo. Llevo años trabajando en bares y restaurantes. Conozco a los proveedores, sé lo que funciona y lo que no. Te aseguro que no te arrepentirás.


Miró al reloj. Faltaba poco para las cinco y rogó que la recepcionista no apareciera y que la fortuna, por una vez, estuviera de su lado.


–Conozco el oficio de cabo a rabo: desde la limpieza al abastecimiento y a la forma de tratar a los clientes molestos. Y sé tratar con el personal.


Paula no estaba segura de estar convenciéndolo, pero al menos él no apartaba la mirada de ella. De hecho, le costaba no dejar que su intensidad la distrajera. O sus ojos. Paula no llegaba a concluir si eran dorados o marrones con motas doradas. En cualquier caso, eran inusuales e hipnóticos. Parpadeó.


–Si quieres a alguien para dirigir tu bar, me quieres a mí.




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