sábado, 21 de agosto de 2021

QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 31

 


Salvo por uno o dos comentarios inevitables, el silencio entre Pau y Pedro duró hasta después de subir otra vez al jet y dejar Spokane atrás. En esa ocasión, Pedro había elegido un asiento del otro lado del pasillo. De inmediato bajó la mesita plegable y colocó unos papeles sobre su superficie.


Aún molesta, Pau tenía la vista clavada en una página de la novela de bolsillo que había sacado de su bolso, sin comprender una sola palabra. Su mente no dejaba de dar vueltas como un hámster acelerado en una rueda de ejercicios.


¿Había cometido un gran error al pensar que podría reinventarse? Quizá antes había estado en el buen camino y su único talento tenía que ver con su conducta y aspecto a veces extravagante. Quizá había puesto su mira demasiado alta al aceptar el trabajo en Alfonso International. Si fallaba, ¿qué le dejaba eso? ¿Volver a ser camarera o a encontrar un trabajo como payaso para fiestas infantiles? Cualquiera de esas posibilidades sonaba lúgubre.


Miró a Pedro, quien estaba con la vista clavada en la oscuridad del otro lado de la ventanilla. Sólo pudo ver su reflejo borroso en el cristal.


Si era verdad que lo único que tenía para ofrecer era su apariencia, entonces, ¿para qué la había contratado? Miró furiosa la nuca de él. Para su consternación, Pedro eligió ese momento para girar con brusquedad y sorprenderla. Como un ciervo bajo los focos de algún vehículo, se quedó paralizada, incapaz de apartar la vista.


Ceñudo, él plegó la mesa y se puso de pie. Era demasiado tarde para que ella enterrara la nariz en el libro, de modo que lo dejó a un lado y juntó las manos mientras él reclamaba el asiento de al lado.


Desafiante, se negó a apartar la vista mientras Pedro se mesaba el pelo. Con las mangas subidas revelando un antebrazo musculoso y la sombra leve de barba en la mandíbula, le recordaba más a un modelo sexy de revista que a un inventor. Sospechaba que debajo de su fachada de hombre de negocios, tenía el cuerpo de uno.


Él carraspeó, luego se inclinó hacia delante con las manos unidas entre sus rodillas.


—No debería haber dicho lo que dije —comenzó con voz baja—. Tú no has hecho nada malo. De hecho, me has dejado asombrado con todas esas estadísticas que soltaste sobre nuestros productos. A pesar de su actitud de comadreja, creo que Harían también quedó impresionado. ¿Cuándo has encontrado el tiempo necesario para absorber tanta información?


—Siempre que no he tenido otra cosa que hacer, me he puesto a estudiar el catálogo —repuso Paula, satisfecha de que hubiera llamado comadreja a Kingman. Había tratado con muchos tipos como él cuando trabajaba en el bar—. También me he llevado folletos a casa.


Pedro relajó un poco la boca como si fuera a sonreír, pero luego se contuvo.


—Me asombra tu iniciativa, pero no es de eso de lo que quiero hablar ahora mismo.


Pau se preparó. A pesar de su aparente aprobación, ¿iba a despedirla? ¿Qué haría entonces, volver con la cabeza gacha junto a Gastón? La idea de suplicar que le devolvieran su antiguo trabajo le revolvió el estómago.


—Escucha —continuó Pedro—, sé cómo es Harían. Es el típico machista en vías de extinción, pero su actitud no es del todo rara en alguien de su edad. Lo has manejado con mucha diplomacia.


El comentario le aflojó el nudo que había empezado a formarse en el estómago de Pau desde que Harían casi se había negado a soltarle la mano. Pedro tenía razón; siempre habría hombres que intentarían tratarla como a un objeto. Eso no significaba que debiera permitirlo o dejar que esa actitud la alterara.


—Sé lo que tratas de decir —repuso—, y te lo agradezco, pero como es evidente que fuiste consciente de la actitud de Harían y reconoces que no hice nada malo en el modo en que lo traté, ¿por qué estás enfadado?


Pedro la estudió durante un largo rato.


—Realmente no tienes ni idea, ¿verdad?


Confusa, ella movió la cabeza.


—Supongo que me sentí un poco celoso —soltó—. Sé que no tengo ningún derecho a sentir algo así, pero el modo en que parecías memorizar cada palabra suya me pudo, supongo. Llámalo algo de machos, pero una parte de mí quería que tu sonrisa deslumbrante se centrara en mí.


Pau no supo qué responder ni adonde mirar. Quiso decirle que no tenía motivo alguno para estar celoso, y menos de alguien como Harían, pero Pedro era su jefe, no su novio. Quizá su comentario había sido hecho en tono de broma.


Él alzó las manos.


—Veo que mi gran confesión sólo ha servido para que la situación sea más incómoda, de modo que sería mejor que los dos olvidáramos que la he hecho, ¿de acuerdo? Has dejado claro que te tomas en serio tu futuro en la empresa. No me cabe ninguna duda de que serás una gran incorporación. Además, te doy mi palabra de que no tendrás que volver a preocuparte por una reacción fuera de lugar por mi parte.


—Yo… de acuerdo —Paula trató de proyectar cierto entusiasmo en su voz, a pesar de sentirse más confusa que antes. ¿Qué era lo que realmente quería Pedro Alfonso?




No hay comentarios.:

Publicar un comentario