Cuando entraron en el comedor supo al instante quiénes eran los Cortez: en hombre de cabello castaño oscuro con un aire aristocrático y una mujer rubia muy elegante sentados en una mesa para seis. Él les hizo una señal, y se acercaron.
Pedro le estrechó la mano.
–Javier, te presento a Paula Chaves.
–Un placer conocerla –le dijo el hombre a Paula, estrechándole la mano también–. Ésta es mi esposa, Victoria.
–Encantada –le dijo ésta con una sonrisa amable.
Luego, inclinándose hacia el carrito, sonrió también a los gemelos y agitó un sonajero que estaba sujeto a la asa.
–Son una monada. ¿Cómo se llaman?
–Este jovencito es Baltazar –dijo Pedro, agachándose para levantar a su hijo–, y la damita es Olivia.
La pequeña alargó los bracitos hacia Paula, que sintió que se le encogía el corazón de ternura. Le asustaba un poco la rapidez con que les estaba tomando cariño a los dos niños.
Paula la sentó en una de las dos sillitas que el personal del comedor había colocado. Ella ocupó el asiento entre ambas, y Pedro, que iba a ocuparse de Baltazar, se sentó a la izquierda de éste.
Momentos después, mientras les servían, Victoria se puso la servilleta en la falda y miró a Paula.
–Le dije a Javier que os ponía en un apuro al insistir en que trajerais a los bebés, pero la verdad es que parecen un par de angelitos –dijo alargando el brazo para hacerle cosquillas a Olivia en la barbilla–. Espero que nos llevemos bien, pequeñina, así yo puedo entretenerte para que Paula desayune también.
–Gracias, eres muy amable –respondió Paula, tomando su copa de zumo.
Mientras Javier y Pedro hablaban sobre las cosas que había que ver en San Agustín, Olivia y Baltazar se tomaron la fruta que les habían servido, y Paula estuvo en tensión hasta que se la terminaron, vigilando que ninguna de las fresas pasaran de la bandeja de Olivia a la de Baltazar.
Luego se quedó impresionada con Pedro, que mientras conversaba y se tomaba unos huevos revueltos se puso a darle la papilla de cereales a Baltazar. ¡Y pensar que ella apenas había podido con los dos durante el baño la noche anterior!
Agarró a Olivia justo en el momento que Pedro apartaba de su alcance un salero, y el corazón se le quedó un buen rato martilleándole contra el pecho del susto. Sería un milagro que no le diese un ataque de nervios antes de que acabasen de desayunar.
Victoria dejó los cubiertos sobre su plato, y le dijo:
–Espero que Pedro te invite a unas vacaciones cuando Javier y él terminen con sus reuniones de negocios.
–¿Perdón? –inquirió Paula, esforzándose por no quitarle el ojo de encima a los gemelos a la vez que trataba de seguir la conversación con Victoria.
Ésta se limpió los labios delicadamente con la servilleta de lino y dijo:
–Creo que te mereces un premio después de tener que encargarte de dos críos.
–Bueno, es mi trabajo, aunque sólo sea temporal.
Victoria se inclinó hacia ella y le susurró:
–Pues es evidente que él no te ve como a una niñera.
Paula difícilmente podía negarlo cuando ella misma apenas podía disimular las miradas que le echaba a él.
–Bueno, la verdad es que apenas nos conocemos –murmuró.
Victoria agitó la mano, como restando importancia a aquel detalle, y la luz arrancó un destello de su anillo de casada.
–Esas cosas no importan demasiado en las cuestiones del corazón. Yo supe que Javier era el hombre de mi vida en cuanto lo conocí –dijo mirando con una sonrisa afectuosa a su marido–. Nos llevó un tiempo reconocer que el sentimiento era mutuo, pero si hubiera escuchado a mi corazón desde el principio, nos habríamos ahorrado muchos meses de sufrimiento innecesario.
–Ya, pero en este caso se trata sólo de trabajo –respondió Paula, confiando en que si insistía en ello parecería que estaba siendo objetiva.
–Por supuesto –concedió Victoria, pero aun así la sonrisa no se borró de sus labios–. Lo siento, no pretendo entrometerme. Es sólo que por lo que me ha contado Javier parece que Pedro se ha vuelto un adicto al trabajo desde que se divorció, y no ha tenido tiempo para ningún tipo de relación.
–No tienes que disculparte –dijo Paula, consciente de que cualquiera que los viera juntos se llevaría la impresión equivocada.
La atracción entre ambos era innegable.
–La verdad es que supongo que estoy siendo egoísta –dijo Paula, sacándola de su ensoñación–. Si Javier y Pedro firman ese contrato, tal vez podríamos vernos de nuevo. Adoro a mi marido, pero su círculo social, por cuestiones de seguridad, es muy reducido, y por regla general desconfía de la gente a la que acabamos de conocer, pero parece que se fía de Pedro. Me encantaría que pudiéramos ser amigas.
Paula comprendía perfectamente a qué se refería. Ella también se había sentido muy sola durante su adolescencia, y de pronto se sintió culpable por haber pensado siquiera en utilizar a los Cortez como un mero contacto para su carrera profesional.
–A mí también me gustaría –respondió con sinceridad–. Seguro que lo pasaremos muy bien juntas.
¿Pasarlo bien?, repitió su conciencia. Se suponía que debía estar en Charleston, ocupándose de su empresa. Inspiró profundamente. No, se suponía que había ido allí para intentar mejorar la situación de su empresa, pero no había nada de malo en ser amable y disfrutar un poco.
–Podríamos ir a dar un paseo por la ciudad con los niños, y también ir de compras –propuso.
–Eso sería perfecto –dijo Victoria–. Y luego si te apetece podríamos ir a la piscina.
Paula tenía el bañador, y no tenía ningún motivo para decirle que no a Victoria, pensó lanzándole una mirada a los niños. Justo en ese momento Baltazar estaba cerrando una de sus manitas sobre una de las fresas de su hermana, y el pánico se apoderó de Paula al ver que iba a llevársela a la boca.
–¡Baltazar, no te comas eso!
Se abalanzó hacia él, agarrándole la muñeca cuando faltaba poco para que la fresa llegara a su boca, y el niño contrajo el rostro enfurruñado y empezó a berrear. Pedro trató de calmarlo, y a Paula no le dio tiempo siquiera de lanzar una advertencia… antes de que el bol de papilla de Olivia saliera disparado y fuera a caer justo en el regazo de Javier Cortez.
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