De pronto, apareció en el patio Augusto Steele con un camión para transportar caballos.
—Hola, Paula. Traigo un regalo para ti.
Antes de reunirse con Augusto, la vaquera le dirigió una larga mirada a Pedro, con verdadero dolor.
—Por favor, Paula… —trató de retenerla Alfonso.
—No —dijo tristemente la vaquera—. El juego ya se ha terminado; tengo que volver a las tareas cotidianas.
Pedro estaba acostumbrado a conquistar casi todo lo que se proponía. Pero Paula era diferente: no se trataba de un trofeo o de una buena remuneración ingresada en el banco.
Mi mundo…tu mundo… Parecían vivir en planetas distintos.
Caminando tristemente, Pedro se acercó al camión de Augusto.
—Lo eligió tu abuelo —dijo Steele, abriendo la parte de atrás del vehículo—. Es tu regalo de cumpleaños. No te lo dimos ayer porque con tanta gente, el potro se iba a asustar.
El joven ranchero sacó al caballo para que lo vieran: era un semental con largas patas, de un brillante color cobrizo.
—Oh, Augusto. Es precioso —exclamó Paula, impresionada.
—No está domado del todo, pero me imaginé que tú te encargarías de ello.
El dolor que sentía la vaquera, se suavizó mientras le hablaba al potro.
—Ven aquí, precioso —murmuró Paula en un tono cariñoso pero firme.
El semental se dejaba acariciar notando el particular olor de la que iba a ser su ama. Parecía mentira que un animal de su envergadura, dependiese de una caricia en el morro…
—Buenos días, Alfonso. Si Paula no estuviese tan ansiosa de ocuparse del rancho de Samuel, la contrataría para que domara los caballos de mi propiedad.
Paula iba a dejar al semental en su cuadra, cuando de repente un barullo de ladridos y maullidos se produjo a su paso. Al cabo de unos segundos apareció Bandido, contrariado.
El potro se asustó y se levantó de patas por encima de la vaquera.
Alfonso, horrorizado se lanzó para ayudarla, pero Alfonso se interpuso en su camino.
—Estás loco —gritó Pedro—. ¡La va a matar!
—Maldita sea… espera y verás.
En efecto, Paula ya se las había arreglado para tranquilizar y dominar al joven semental, que aún se movía dubitativamente, de un lado para otro.
—No te portas bien, ¿eh? —siguió diciéndole cosas cariñosas, pero regañándolo al mismo tiempo; la vaquera le acarició el morro y el cuello, como si no hubiera ocurrido nada—. Pero si son Bandido y Pidge: lo más seguro es que Bandido habrá querido conocer a los gatitos de Pidge, y ella no estaba por la labor.
El semental levantó la cabeza, asintiendo a lo que le decía su nueva ama.
—Tienes que llevarte bien con Bandido, porque vamos a trabajar juntos y él te puede enseñar muchas cosas —siguió diciendo Paula al potro, mientras ambos se encaminaban a la cuadra.
—Tendrás que acostumbrarte a situaciones como éstas —le comentó Augusto a Pedro—. Paula está acostumbrada a hacerles frente con toda tranquilidad.
—Pero podría haberla herido —dijo Alfonso, asustado.
—Esto es un rancho, no una boutique… O sea que es mejor que te vayas acostumbrando —comentó Augusto, secamente.
—¿Que me acostumbre? —se indignó Pedro—. Cómo se ve que tú no estás enamorado de ella: no pienso dejar que mi mujer sea víctima de un maldito caballo a medio domar.
—Lo que quiero decir es que Paula jamás se casará contigo si no puedes vivir en el rancho. Y ahora si me disculpas, tengo que marcharme a casa.
Pedro golpeó una valla con el puño y no pudo evitar que la adrenalina se le disparase por las venas. El corazón le había dado un vuelco cuando vio al caballo sobre Paula.
Pedro se dio cuenta de que ella significaba mucho para él. Era lo más importante de su vida…
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