Una horrible sensación de vergüenza se apoderó de ella. Durante un minuto, Pau sintió la tentación de decirle que se marchara, pero la ira que había sentido anteriormente volvió a surgir dentro de ella y, con ésta, la necesidad de justicia.
Levantó la barbilla, se encogió de hombros y dijo en lo que esperaba que fuera una voz sugerente:
–¿No seguir adelante cuando me has... cuando te deseo tanto, Pedro?
¿Había esperado él que ella pusiera fin a aquello? ¿Que tuviera la fuerza de voluntad que sabía que ella no tenía? Vio la suave y rosada boca, henchida por los besos. Tenía los labios entreabiertos, los ojos medio cerrados, como si estuviera a punto de desmayarse por la presión de su propio deseo.
Pedro sintió ira y vergüenza contra sí mismo y contra Paula. Sin embargo, ninguno de los dos sentimientos fue lo bastante fuerte como para contener la necesidad que lo estaba empujando y que lo llevaba más allá de la lógica y del razonamiento a un lugar en el que lo único que existía era su anhelo por una única mujer.
Se hundió en su cuerpo lentamente. Necesitaba absorber cada segundo de algo que se le había negado durante mucho tiempo, sabiendo de antemano que sus cuerpos encajarían perfectamente.
No debería estar sintiéndose así. Sabía lo que ella era, después de todo, pero era como si algo dentro de él no quisiera reconocer esa realidad, como si una debilidad en sí mismo se negara a creerlo y deseara creer que lo que estaba ocurriendo entre ellos les pertenecía exclusivamente a ellos. Su cuerpo respondía a lo que estaba sintiendo. A lo que deseaba. A lo que necesitaba.
Su anterior enojo dio paso a un anhelo por olvidar el pasado y llevarlos a los dos a un lugar en el que pudieran empezar desde el principio Estaba perdiendo la capacidad de ver lo que era real. La ira y el desprecio que habían marcado sus creencias durante tanto tiempo se estaba rompiendo bajo la presión de la intimidad física con Paula. En lo más profundo de su ser, Pedro podía sentir el creciente anhelo de un sentimiento que no podía erradicar para que las cosas fueran diferentes, para que ellos fueran diferentes, para que lo que estaba ocurriendo en aquellos momentos entre ellos pudiera nacer del...
¿Se había olvidado del pasado? ¿De verdad importaba ese pasado? ¿No era mucho más importante el hecho de que ella estuviera allí, entre sus brazos, del modo que más había ansiado estar con ella? ¿Dónde estaba su orgullo? ¿De verdad estaba admitiendo ante sí mismo que la amaba?
Pedro no lo sabía. Sólo sabía que tenerla entre sus brazos de aquella manera estaba derribando las barreras que había levantado contra ella. Su orgullo podría decir que no debía amarla, pero, ¿y su corazón? Negación, ira, anhelo, pérdida... Experimentó todos aquellos sentimientos, un tormento de posibilidades que lo abrumaban.
Instintivamente, Pau sintió el cambio que se producía en Pedro y, antes de que pudiera resistirse, su propio cuerpo estaba respondiendo, dándole la bienvenida, deseándolo, deseándolo al tiempo que su anterior determinación daba paso a algo más elemental e irresistible. Quería que Pedro alimentara ese sentimiento, aquel nuevo e intenso deseo.
Era completamente incapaz de detener los sonidos de placer que le brotaban de la garganta mientras su cuerpo respondía a los movimientos rítmicos que el cuerpo de Pedro realizaba dentro del suyo propio, incrementando cada vez más el placer. Ese placer se apoderó de ella, llenándola por dentro, aprisionándola, demandando su sumisión, haciéndole olvidar la razón por la que estaba ocurriendo aquel acto de intimidad.
Perdido en la amarga dulzura de lo que podría haber sido, Pedro se tensó de incredulidad cuando notó el himen en el interior del cuerpo de Pau. Aquella sensación lo llenó de confusión. La miró, pero estaba perdida en su propio placer.
Ella no tardó en darse cuenta de que Pedro había detenido los deliciosos movimientos que le habían estado proporcionando tanto gozo. En la expresión de su rostro, Pau vio sorpresa y notó que estaba a punto de retirarse, algo que no deseaba.
–No...
Se aferró a él, animándolo a completar la sensual posesión que había iniciado, mirándolo para que se diera cuenta de que deseaba que él le diera lo que tanto ansiaba.
¿Qué le estaba ocurriendo? ¿Dónde estaba la ira que debía estar sintiendo? ¿Cómo era posible que Pedro hubiera conseguido robársela y reemplazarla por aquella deliciosa dulzura? No lo sabía. No era capaz de razonar lógicamente. Sus sentimientos eran demasiado fuertes para eso. Sólo sabía que todo lo que siempre había deseado estaba allí, con Pedro.
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