Durante un instante, se miraron el uno al otro, pero ninguno de los dos dijo nada. La respiración de Paula se había acelerado mientras los sentidos registraban la tensión sexual que había entre ellos. Pedro levantó la mano y, durante un segundo, Paula pensó que iba a tocarla. Dio un paso atrás, pero se olvidó de que había una mesa baja justo a sus espaldas.
Oyó que Pedro lanzaba una maldición mientras ella se tambaleaba, pero incluso entonces ella levantó las manos para impedir que él la agarrara. Prefería caerse que sentir que Pedro la tocaba. Desgraciadamente, no consiguió su propósito. Él la agarró por los brazos y le miró el escote abierto de la bata.
Uno de ellos emitió un pequeño sonido. Pau no estaba segura de si había sido Pedro o ella. Levantó el pecho por la urgente necesidad de expandir los pulmones y de aspirar más oxígeno. El tiempo pareció detenerse. Paula ciertamente estaba conteniendo la respiración. Los dos se miraron en silencio. ¿Fue ella la primera en romper el contacto visual por mirar la boca de Pedro? No lo sabía. Pero estaba segura de que, cuando miró a los ojos de Vidal, ardían con la profunda sensualidad de un hombre que sabía que la mujer que estaba a su lado lo deseaba.
–No.
Pronunció aquella palabra suavemente, con desesperación, pero Pedro no le prestó atención. La mirada se le había oscurecido. Pau sintió que se le aceleraba el corazón y observó cómo él bajaba la cabeza hasta el punto de que sus labios estuvieron a punto de tocar los de ella. El aliento de Pedro suponía una insoportable caricia contra su piel. Incapaz de contenerse, se acercó a él.
–¡Maldita seas!
Pedro la empujó lejos de él. El colgante quedó sobre el suelo, entre ambos. Instintivamente, ella dio un paso al frente para recogerlo, pero se quedó atónita cuando Pedro volvió a agarrarla de nuevo.
–No puedes contenerte, ¿verdad? Te sirve cualquier hombre, cualquier hombre que sea capaz de darte esto.
Comenzó a besarla. Pau sintió su desprecio. Lo saboreó. Pedro quería humillarla, destruirla y ella quería... Quería que él viera que se equivocaba sobre ella. Quería castigarlo por haberla juzgado mal. Quería ver cómo su orgullo se hacía pedazos sobre el suelo al darse cuenta de que todo lo que había creído sobre ella era incierto. En aquel momento podía hacerlo. Podía convertir aquella airada pasión en su propia salvación. El sacrificio de su creencia de que la intimidad sexual debería ser algo nacido del amor mutuo conduciría a la humillación total de Pedro.
Lenta y deliberadamente, como si su cuerpo estuviera drogado, se acercó a él y apretó deliberadamente la parte inferior de su cuerpo contra la de él, con un movimiento que había visto en las películas. Llevó una mano a los botones de la camisa de Pedro y fue desabrochándoselos mientras la lengua de él peleaba furiosamente contra la de ella. Las sensaciones la inundaron, pero decidió ignorarlas. No se trataba de su propio deseo, sino de las ganas de librarse de todo lo que la había unido a él.
Tras desabrocharle la camisa, rompió lenta y deliberadamente el beso y, del mismo modo, dejó que su albornoz cayera al suelo. Entonces, dio un paso hacia Pedro y volvió a colocar los labios sobre los de él y las manos sobre los hombros.
Oyó que él gruñía y sintió que él le agarraba con fuerza la cintura. Un sentimiento de repugnancia hacia sí misma se adueñó de ella. ¿Qué estaba haciendo?
Pedro sabía que no podía dejar que ocurriera aquello. Estaría maldito para siempre si cedía a los atractivos de Paula, pero, si no lo hacía, se vería atormentado para siempre. Su cuerpo ansiaba el de Pau. Llevaba siete años frustrado con el deseo que ella despertaba en él. La miró y sintió cómo se echaba a temblar violentamente mientras se oponía a lo que ella le estaba ofreciendo. Como si tuvieran voluntad propia, las manos abandonaron la cintura para colocarse sobre los senos, rotundos y erguidos, con los pezones ya erectos apretándose contra sus palmas.
–¡Ah! –exclamó ella, ante el placer que le proporcionaban las manos de Pedro sobre los senos. No había esperado algo así. ¿Deseo? Su cuerpo temblaba.
¿Estaba mal desearlo o era parte de lo que debía ocurrir?
Pedro podía ver y sentir la excitación de Pau. Ella lo deseaba. Comprender aquel hecho le hizo perder definitivamente el control. El instinto le decía que Paula era suya, que siempre debería haber sido suya y que siempre lo sería
Bajo la posesiva presión del beso de Pedro, Pau se tensó de puro placer. No servía de nada tratar de controlar el deseo que estaba cobrando vida en su vientre. ¿Por qué intentar lo imposible? ¿Por qué resistirse a lo que seguramente venía dictado por el destino?
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