sábado, 20 de marzo de 2021

TORMENTOSO VERANO: CAPÍTULO 34

 


La completa exploración a la que la sometió la lengua de Pedro provocó el estallido del deseo que, en estado líquido, pareció ir vertiéndose por todo su cuerpo. Cuando él retiró la lengua para lamerle los labios, Paula se aferró a él. Se sentía a la deriva en un mar interior de salvaje intensidad sexual.


La razón por la que estaban juntos ya no importaba. Se había evaporado como la bruma de la mañana bajo el calor del sol.


Después, fue Pau la que atrapó la lengua de Pedro, absorbiéndola profundamente hacia el interior de su boca para acariciarla con la de ella. Estaba en brazos de Pedro y se estaban besando como si el vínculo entre ellos hubiera surgido como una fuerza invisible que los unía.


Le gustaban las caricias posesivas de las manos de Pedro sobre sus pechos desnudos. Todo su cuerpo tembló de puro gozo cuando él comenzó a apretarle los pezones entre los dedos proporcionándole unas eróticas sensaciones que hicieron que ella clavara las uñas sobre los fuertes músculos de los brazos de él.


Pedro no necesitaba que ella le dijera lo que le estaba haciendo sentir o lo que quería que le hiciera. Parecía comprenderla instintivamente. Ella por su parte, no tenía voluntad más que la de someterse al placer que le estaba dando. Se sentía perdida en un intenso calor que la envolvía, poseyendo sus sentidos, sus pensamientos y su fuerza de voluntad igual que Pedro estaba poseyendo su cuerpo. Deseaba lo que estaba ocurriendo más de lo que había deseado nunca nada en toda su vida. Era su destino. Una sensación que tenía el poder de hacer que se sintiera plena.


Las manos de Pedro moldeaban y le acariciaban los senos mientras volvía a besarla, los dedos acariciaban la ansiosa dureza de los pezones e igualaban el rítmico movimiento de la lengua contra la de ella. Todo ello creó una rápida y creciente oleada de sensaciones, que produjo un anhelo que recorrió el cuerpo de Pau. Como si su deseo hubiera estado preparado sólo para responder a las caricias de Pedro, el cuerpo se movió al ritmo que él imponía. La luz de la lámpara le daba a la piel desnuda un suave brillo dorado que quedaba aún más destacado con el rubor que la excitación le había producido en pecho y garganta.


Una voz en el interior de la cabeza de Pedro lo animaba a detenerse, diciéndole que era su deber negarse el placer que le estaba proporcionando el deseo que sentía hacia ella, pero ese deseo era demasiado primitivo como para que pudiera resistirse a él. Lo había sentido desde el primer momento que la vio. Era algo que superaba toda lógica y que respondía a algo dentro él que no se había dado cuenta de que existía: la necesidad masculina de conquistar, de poseer, de ser dueño de la mujer a la que abrazaba y acariciaba. Aquel deseo de posesión tenía todo el poder de la fuerza del agua, que destruye todo lo que se interpone en su camino.


Era un instinto tan antiguo como el tiempo, que lo obligó a posar las manos sobre la temblorosa carne del vientre de Pau y luego a agarrarle las caderas para pegarla contra su cuerpo y hacer que ella pudiera sentir la excitación que había despertado en él. Sobre la pared, sus sombras conjuntas revelaban la intimidad de su abrazo, detallando el arco de la espalda de Pau mientras se inclinaba sobre el brazo de Pedro, reflejando la unión de sus cuerpos hasta convertirlos en uno solo.


Pau se sentía completamente perdida. El duro pulso de la erección de Pedro a través de la ropa que él llevaba puesta la llenaba de un deseo compulsivo, insoportable, de sentir su cuerpo desnudo contra el de ella, poder tocarlo, conocerlo y sentir su fuerza.



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