miércoles, 24 de febrero de 2021

UN EXTRAÑO EN LA CAMA: CAPÍTULO 23

 


La estatua de Lenin llevaba veinte años en medio de Fremont, pensó Pedro mientras hacía tiempo.


Frunció el ceño.


Lenin también lo tenía fruncido.


Todavía recordaba todo el revuelo que había causado aquella estatua.


Llevaba la cámara colgada del hombro, más por costumbre que porque tuviese ganas de hacer fotografías. Había aprendido que un buen fotógrafo siempre estaba de guardia. Si un meteorito gigante cayese del cielo sobre la estatua de Lenin, él estaría allí para inmortalizarlo.


Aunque el cielo estaba azul y no parecía haber ningún meteorito a la vista. Sí había muchos turistas que estaban aprovechando el buen tiempo para pasear. Vio acercarse a una madre que iba reprendiendo a su hijo y, sin pensarlo, sacó la cámara y se le olvidó de que le dolía la pierna y de que había dos mujeres muy mandonas intentando vender su casa.


Vio cómo la bola de helado de chocolate de otro niño se tambaleaba mientras su madre y otra señora mayor, tal vez su abuela, charlaban. La bola cayó y el niño empezó a llorar. Las mujeres seguían hablando.


Pedro había visto llorar a demasiados niños por los que no había podido hacer nada, pero aquello sí que lo podía solucionar.


Se acercó a la heladería, compró un helado y le pidió al adolescente que había detrás del mostrador que fuese él quien se lo llevase al niño, para que no hubiese malentendidos.


Su recompensa fue ver cómo el niño dejaba de llorar y daba las gracias.


Cuando Pedro volvió a mirarse el reloj, el sol se estaba poniendo y habían pasado dos horas casi sin darse cuenta. Guardó la cámara, agarró el bastón de su abuela y se dirigió muy despacio hacia el viejo coche que también había pertenecido a esta.


No sabía qué iba a hacer con las imágenes que había capturado esa tarde, pero tenía la agradable sensación de haber estado trabajando.


Decidió premiarse con una buena cena y fue a comprar los ingredientes.


Aprovechando que estaba en el centro, fue al Pike Place Market, que estaba tan lleno como siempre y que olía a especias, a café, a queso y a flores frescas, lo que le trajo el recuerdo de otros mercados de todo el mundo.


No pudo evitar volver a sacar la cámara. Compró algunos ingredientes más para la cena y, como era un optimista, incluso vino. Un vino que no iba a beber solo.




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