Había pasado mucho tiempo desde la última vez que la habían besado y el beso de Pedro había vuelto a despertar el deseo en ella. No podía dejar de imaginarse haciendo el amor con él en la enorme cama del piso de arriba. Sintió calor.
—Los estafadores solo ganan cuando consiguen…
Pedro dejó de hablar y se giró hacia Paula, la miró fijamente. Ella se llevó la mano al pecho y él la siguió con la mirada, como si la estuviese acariciando.
—Se ganó mi confianza —dijo Julia—. Me lo creí. Eso es lo que más me duele. Me considero una mujer inteligente. ¿Cómo he podido ser tan tonta? No volveré a meterme en LoveMatch.com.
El dolor de Julia rompió el momento de tensión entre ambos y Paula miró a su amiga.
—No —le dijo—. No puedes rendirte tan fácilmente. No puedes permitir que una manzana podrida pudra todo el cesto.
—Voy a dejar de comer manzanas.
—Venga. Saca el ordenador. Vamos a conseguirte una cita con un hombre de verdad, aunque no sea el amor de tu vida.
—Pues sí que he bajado el listón.
Paula se echó a reír.
—Será divertido. Y te sentirás mucho mejor cuando hagas olvidado esto.
—Supongo que sí —admitió Julia, abriendo el ordenador.
Paula miró la pantalla por encima de su hombro y le preguntó:
—¿Qué te parece este?
—Odio las barbas —respondió su amiga.
—¿Y este?
Julia resopló.
—Lo único que puedo decir de un tipo tan feo es que por lo menos no pretende engañar poniendo la foto de un modelo.
—No es tan feo —le dijo Paula.
Su amiga la miró.
—¿Saldrías tú con él?
—Ah, mira —le respondió ella—. Te acaban de mandar un mensaje. Dos. Mira a ver.
—¿Granosopardo? ¿Su nick es Granosopardo? Me voy a meter a monja.
No obstante, abrió el mensaje. El hombre parecía uno de los elfos de Santa Claus. En su perfil ponía que tenía sesenta años, pero aparentaba al menos diez más.
—Menuda suerte tengo —protestó Julia.
—Es escultor —leyó Paula—. Qué interesante. Y dice que le gustaría tomarse un café contigo.
—A lo mejor quiere adoptarme.
—Mira, acaba de entrar otro mensaje.
—De Cachondo —dijo Julia abriéndolo—. «Busco una chica mayor. ¿Te gustan los jovencitos?»
Julia borró el mensaje y los demás guardaron silencio.
—Prueba con John2012.
—¿Qué apuestas a que ni siquiera se llama John? —comentó Julia, abriendo el mensaje.
La foto de perfil no estaba mal. El mensaje era breve y decía que quería conocerla.
En vez de borrarlo, Julia leyó todo el perfil del hombre. Decía que se había divorciado hacía poco tiempo y que era informático. Le gustaba pescar, leer e ir a restaurantes étnicos. Paula contuvo la respiración mientras esperaba el veredicto de su amiga.
—Parece aburrido —comentó esta—. Y no tiene ningún estilo.
—Pues a mí me parece agradable. A los dos os gusta comer fuera. Tenéis eso en común. ¿Qué tienes que perder?
—Umm. No sé —dijo Julia, mirando las fotos del hombre.
—Tómate un café con él. Solo un café.
—¿Y si nos odiamos nada más vernos?
—Pide un café solo y bébetelo de un trago. Siempre podéis hablar de literatura.
—No sé.
—Venga. Respóndele. Ahora mismo —le dijo Paula.
—Eres una mandona. Como no salga bien te cobraré el tiempo que haya perdido con él.
—Sé que tiene que haber alguien estupendo esperándote. Estoy segura.
—Dejad que le eche un vistazo —dijo Pedro.
Ambas mujeres lo miraron.
—¿Te interesan las posibles parejas de Julia? A lo mejor te entendías bien con Granosopardo.
—Muy graciosa. Quiero ver el perfil de Julia.
—¿Para qué?
—¿Qué os pasa a las dos? Soy un hombre. Y tengo la edad adecuada. Puedo decirte si tu perfil está bien.
—No quiero gustarte a ti. No te ofendas, pero no eres mi tipo —le dijo Julia.
—No te preocupes. Yo tampoco saldría contigo. Dejadme ver.
Paula le tendió la tablet con el perfil de su amiga en la pantalla. Pedro leyó todo y miró las tres fotografías que había puestas en él. Después, sacudió la cabeza.
—Tú también pareces aburrida. Esta no eres tú.
—Ya te he dicho que no saldría contigo —insistió Julia.
—¿Qué es lo que no te gusta de su perfil? —le preguntó Paula.
—La fotografía es demasiado formal. Apuesto a que es la misma que la de la web de tu empresa.
—Sí. Me gasté mucho dinero en una fotografía profesional. ¿Por qué no iba a utilizarla?
—Porque no estás vendiendo tus servicios como decoradora, sino que te estás vendiendo como compañera sexual y posible esposa. El traje y el maquillaje tan recargado no te van.
—Pero…
—Espera un momento.
Pedro se levantó, tomó su bastón y fue cojeando hasta donde tenía la cámara.
—¿Qué estás haciendo? —le preguntó Julia asustada.
—Te voy a hacer una fotografía.
—No estoy bien vestida. Y casi no me he maquillado.
—Estás estupenda. Eres tú.
Paula asintió.
—Estoy de acuerdo. Tu estilo de vestir es muy bohemio, llevas tus pendientes favoritos y un jersey que te favorece. Además, hoy te ha quedado bien el pelo. Retócate el pintalabios y estarás preciosa.
La convencieron de que no tenía que poner las fotografías de Pedro si no le gustaban, fueron todos al salón y posó junto a un jarrón de flores tan colorido y alegre como ella.
—Piensa en el mejor sexo de tu vida —le pidió Pedro.
Julia relajó la expresión y sonrió. Y Paula se dedicó a observar a Pedro mientras trabajaba. A pesar de estar herido, su cuerpo era atlético y viril. Se podía imaginar teniendo el mejor sexo de su vida con él. De hecho, no podía pensar en otra cosa.
Se maldijo. Tenía un problema.
Él hizo un par de fotografías más y después asintió.
—Ya está. Te mandaré por correo electrónico las que hayan salido mejor. Te garantizo que revalorizarán tu perfil. También podrías escribir en él algo, no sé, más personal. A nadie le interesa a qué colegio fuiste.
—¿Y qué les interesa? —preguntó Paula.
—Si es divertida. Qué experiencias ha tenido anteriormente. Si está buscando al padre de sus hijos. Si le gustan los juegos de mesa. Si estás cuerda. Ya sabes, esas cosas.
—Estupendo —dijo Julia, fingiendo que se ponía a escribir—. Soy divertida, solo juego al Scrabble y al Monopoly, a lo mejor quiero tener hijos algún día, pero no tengo prisa y estoy un poco loca, pero en el buen sentido de la palabra.
—Sí, eso es, pero pon strip póquer en vez de Monopoly si de verdad quieres ligar.
Ella se echó a reír.
—Gracias. Te daré una tarjeta para que me mandes las fotos.
Pedro miró a Paula sin dejar de sonreír.
—¿Tú también quieres que te haga unas fotos?
—¿Para qué? ¿Para buscar novio por Internet?
Él se encogió de hombros.
—¿Por qué no?
Ella no pudo mantenerle la mirada, tuvo que posarla en el jarrón de flores.
—No tengo tiempo para salir con nadie. Tengo que trabajar.
Oyó la cámara y volvió a mirarlo.
—¿Qué estás haciendo?
—Fotografías naturales. A lo mejor te sirven para tu página web. Estás muy guapa con esas flores de fondo.
—Ah, bueno.
Julia volvió con la tarjeta de visita, que Pedro se metió en el bolsillo.
—Te garantizo que tendrás muchos más admiradores en cuanto cambies el perfil.
—Estoy deseando hacerlo —dijo Julia, luego miró a su amiga—. Tenemos que ponernos a trabajar.
Paula asintió.
—Y tú, Pedro, márchate.
—Me echan de mi propia casa —murmuró él, mirándola—. Y eso que estoy lisiado. ¿Qué clase de mujer es capaz de echar a un lisiado a la calle?
—Una mujer que quiere vender esta casa.
Él guardó la cámara y tomó su bastón. Paula pensó que lo estaba utilizando y que ninguno de los dos había hecho ningún comentario al respecto.
Se alegraba de que hubiese entrado en razón.
Solo llevaban trabajando juntos un par de días, pero había empezado a gustarle ir allí. Le gustaba Bellamy, su historia, el barrio, las posibilidades que tenía.
Y, a pesar de sus rarezas, también le gustaba su dueño.
Tal vez demasiado.
—Que pases buena tarde —le dijo mientras salía por la puerta.
—No le vendas mi casa a ningún perdedor.
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