—¿Puedes enseñarme mi lista de citas, por favor?
—Por supuesto —con enérgica eficiencia, Monica dejó ante Paula una gran agenda marrón.
Paula la abrió. Su primera cita tendría lugar una hora más tarde, pero cuando empezara sería una sesión continua. Debía aprovechar el rato que le quedaba para devolver algunas llamadas y revisar los proyectos que tenía entre manos.
—Gracias, Monica.
—¿Quieres algo más de mí? De lo contrario, seguiré trabajando con el informe Barstow.
—Muy bien —en cuanto Monica salió del despacho, Paula dio un sorbo al café descafeinado que le acababa de preparar su secretaria. Había mañanas en que habría matado por una buena taza de café normal, pero el médico se lo había prohibido debido a los dolores de cabeza.
—Buenos días.
Paula estuvo a punto de atragantarse.
—¡Pedro!
Pedro pasó por alto las sillas y se instaló en el borde del escritorio.
—Hace una mañana magnífica, ¿verdad?
Monica reapareció de inmediato en el umbral de la puerta.
—¿Señor Alfonso? ¿Estaba usted citado? —era su educada manera de hacer ver a un intruso que no estaba citado.
Paula fue mucho menos educada.
—¿Qué diablos haces aquí?
Pedro dedicó una encantadora sonrisa a la secretaria.
—¿Habla así de mal muy a menudo? No importa. Y antes de que me la ofrezcas, me gustaría una taza de café, gracias. Y asegúrate de que esté bien fuerte.
Monica miró a Paula. Esta suspiró y asintió. La secretaria desapareció, pero dejó la puerta abierta.
La repentina aparición de Pedro había hecho que Paula perdiera de inmediato la compostura, pero logró recuperarla con la misma rapidez. Apoyó la espalda contra el respaldo de su sillón y se cruzó de brazos.
—¿Quieres que te repita la pregunta?
—Gracias, pero no. Ya te he oído.
—¿Y la respuesta es?
—Que esta mañana teníamos una cita, ¿recuerdas? Te dije que nos veríamos a las nueve —Pedro miró su reloj—. Son las nueve y cuarto. Siento haber llegado un poco tarde, pero es que antes he pasado por tu casa. Estaba convencido de haberte dicho que te recogería allí. Pero seguro que estaba equivocado. Debí decir aquí —de pronto, las vetas doradas de sus ojos se volvieron más pronunciadas, más hipnóticas—. Supongo que estaba un poco preocupado por la tarde que acabábamos de pasar.
Paula permaneció muy quieta e hizo todo lo posible por no ruborizarse.
—No deberías estar aquí, Pedro. Recuerdo haberte dicho que te llamaría esta mañana.
Pedro indicó con la cabeza el sol que entraba a raudales por la ventana.
—No sé tú, pero eso es lo que llamo «mañana».
Monica volvió en ese momento con el café. Pedro lo aceptó con una sonrisa.
—Gracias. Escucha, Monica, corrígeme si estoy equivocado, pero esto es la mañana, ¿no?
—Sí —Monica miró a Paula, desconcertada. Al ver que su jefa no decía nada, preguntó—: ¿Algo más?
Paula negó con la cabeza, resignada.
—No, eso es todo de momento.
Monica salió y cerró la puerta.
—Iba a llamarte, Pedro, pero he tenido una mañana muy ocupada —una mentira inocente de vez en cuando no hacía mal a nadie, y en ese caso ayudaría.
Pedro sacó del bolsillo de su americana su teléfono móvil.
—¿Quieres llamarme ahora?
—Hasta hace poco no me había dado cuenta de lo imposible que eres —Paula apartó su asiento de la mesa y se levantó. Molesta, pensó que Pedro tenía un aspecto espectacular esa mañana, y parecía muy descansado.
La chaqueta de entretiempo que llevaba puesta complementaba a la perfección los pantalones color marrón chocolate y la camisa del mismo tono que vestía. En cuanto a sus ojos, se estaba esforzando por no mirarlos desde que había percibido sus destellos dorados. Tenía demasiado miedo de ver en ellos algo que le recordara la noche pasada.
La noche pasada. Ya iban dos noches seguidas que debía olvidar.
—He hecho lo que dije que haría. He pensado en el asunto de las lecciones y decidido que lo mejor será cancelarlas.
—De manera que no tienes valor para seguir adelante.
Fue una irritante respuesta formulada con gran suavidad, casi con ternura. Paula no sabía cómo debía reaccionar ante aquella combinación.
Pareció triunfar una rabia apenas contenida.
—No tiene nada que ver con el valor. He tomado mi decisión basándome en consideraciones profesionales. En primer lugar, no puedo saltarme mi agenda así como así durante los próximos días.
—¿Qué sucede? ¿Acaso temes que Dallas se hunda sin tu constante vigilancia?
—Y en segundo lugar —continuó Paula, ignorando las palabras de Pedro—, he decidido que no necesito más lecciones. Ya te dije que aprendo rápido. Me has enseñado más que suficiente para seguir adelante.
—Solo estás empezando, cariño.
Paula alzó levemente la barbilla.
—No me llames cariño. ¿Y qué quieres decir con que solo estoy empezando? Después de anoche… —se interrumpió. Cualquier mención a lo sucedido la noche anterior podía resultar peligroso.
—Después de anoche, ¿qué?
Paula cometió el error de mirar a Pedro a los ojos, y vio el calor que los iluminó ante la mención de la noche pasada. Logró encogerse de hombros.
—Fue divertida y bastante informativa, pero a partir de ahora puedo seguir sola —debía haber libros sobre el tema. Haría que Monica buscara en las librerías de internet—. Naturalmente, no renegaré de nuestro acuerdo. Desarrollaremos nuestros terrenos juntos —asignaría uno de sus empleados principales al proyecto, porque no estaba dispuesta a trabajar personalmente con Pedro.
—Qué ético por tu parte. Pero no pienso librarte de la otra parte de nuestro compromiso. Siento la obligación moral de continuar, y además…
—¿La obligación moral? —Repitió Paula—. Dame un respiro, Pedro. Y mientras lo haces, considérate liberado de todo compromiso.
—Y además, anoche me dijiste que harías cualquier cosa por conquistar a Darío. Que yo sepa, nunca te he oído exagerar y, por tanto, te creí. Y ahora… —Pedro volvió a mirar su reloj—… son casi las nueve y media. Ya llegamos tarde —se apartó del escritorio—. Vamos.
Paula pensó que debía haberse perdido algo.
—¿«Vamos»? ¿Adónde se supone que vamos?
—He concertado algunas citas para ti. ¿Has despejado tu calendario para los próximos días, como te dije?
—No, claro que no.
Antes de darse cuenta de lo que sucedía, Paula se encontró con su mano en la de Pedro y encaminándose hacia la puerta. Cuando pasaron junto al escritorio de la secretaria, Pedro dijo:
—Por favor, Monica, cancela las citas de la señorita Chaves para los próximos días. El café estaba muy bueno, por cierto. Muchas gracias —abrió la puerta del despacho—. Adiós.
Monica lo miró con expresión estupefacta.
—¿Paula?
—Yo, eh…
Paula se detuvo un momento y la miró.
—Hazlo, Paula, por favor. Te prometo que lo de hoy no va a ser tan duro como lo de anoche. De hecho, si te dejas llevar estoy seguro de que disfrutarás.
—¿Quieres que llame a la policía, Paula? —preguntó Monica.
Lo último que quería Paula era que su secretaria se pusiera en plan maternal. Prefería enfrentarse a lo que Pedro tuviera planeado. Si lo consideraba necesario, siempre podía tomar un taxi y volver al despacho.
—No te preocupes, Monica. Estoy bien.
Vio que Pedro dedicaba a su secretaria una sonrisa que habría hecho doblar las rodillas a más de una mujer.
—Te prometo que ni corre ningún peligro ni lo va a correr —dijo—. Que pases un buen día.
—Espera. Mi bolso está en la oficina.
—No importa. No vas a necesitarlo.
A pesar de sí misma, Paula empezaba a sentirse intrigada. Cuando todo aquello acabara, probablemente debería plantearse ir al psiquiatra.
Pau un poco terca que no se deja ayudar y Pedro un poco pesado en insistir tanto.
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