domingo, 24 de enero de 2021

UNA PELIGROSA PROPOSICIÓN: CAPÍTULO 22

 


Paula despertó cansada, pero sin dolor de cabeza. Tomar la medicina al primer indicio de migraña era lo mejor que podía haber hecho. Odiaba depender de las pastillas, o admitir que había un aspecto de su vida sobre el que no ejercía control. Pero cortando el dolor de cabeza a tiempo había evitado tener que tomar la fuerte medicina a la que tuvo que recurrir la noche anterior, cuando estuvo con Pedro.


Con un gemido, alargó una mano en busca de una almohada libre y se la puso sobre el rostro. Incluso mientras lo hacía, supo que no iba a lograr nada. Además, ella nunca solía ocultarse de nada ni de nadie. Al menos, no durante mucho tiempo.


Pero Pedro


Con otro gemido, arrojó la almohada al otro extremo de la habitación. Era hora de empezar el día. Se sentó en la cama y apartó el pelo de su rostro. ¿Por qué estaba tan cansada? Al recordarlo se dejó caer de nuevo de espaldas sobre la cama. Había pasado la noche teniendo sueños eróticos con Pedro.


Aquello dejaba zanjado el asunto. Necesitaba librarse del acuerdo al que habían llegado. Odiaba admitirlo, pero no podría soportar pasar con él otro rato como el del día anterior en el club.


Buscó otra almohada pero no la encontró, de manera que se conformó con cubrirse el rostro con las manos. ¿Pero qué le sucedía? No podía esconderse. Ya aprendió la lección cuando era pequeña.


En aquella época solía esconderse en su armario, pensando que si su padre no la encontraba se libraría de la desagradable experiencia de la cena.


Pero la cocinera siempre sabía dónde encontrarla y la obligaba a bajar al comedor. Allí, sentadas tan rectas como podían, ella y sus hermanas eran exhaustivamente interrogadas por su padre respecto a lo que habían hecho durante el día. Por riguroso turno, debían contarle lo que habían aprendido y los concursos escolares y competiciones deportivas en que habían participado. Si no podían informar de una victoria o de un sobresaliente, su padre se ocupaba de hacerles sentir la formidable carga de su desaprobación. Invariablemente, las dejaba en la mesa con el estómago encogido. Más tarde, en la cama, hambrienta, Paula apenas podía dormir pensando en cómo hacerlo mejor al día siguiente.


En cuanto ella y sus hermanas tuvieron edad suficiente, su padre se ocupó de que practicaran deportes individuales, como tenis y golf, y organizaba competiciones entre ellas, haciéndolas enfrentarse unas a otras. Ese era el motivo por el que Paula había dejado de practicar deportes. Había volcado su naturaleza competitiva en los negocios.


De hecho, hasta que Teresa se había casado, las tres hermanas solían luchar a brazo partido por ganar más dinero que las otras para la compañía. Pero desde su matrimonio, Teresa estaba tan feliz que había perdido el interés por ello. Su retirada había hecho que la competición resultara menos divertida. En cuanto a Cata, ¿quién sabía lo que se traería entre manos?


No. Ocultarse nunca le había servido de nada. Además, no tenía miedo de Pedro. Cuando le dijera que no iba a haber más lecciones, no le quedaría más remedio que aceptar.


Con un suspiro, Paula se levantó de la cama.


Había dado tan solo tres pasos hacia el baño cuando algo la hizo mirar hacia atrás. Se quedó boquiabierta. Nunca en su vida había visto la cama tan deshecha. De hecho, era un auténtico caos. El contenido de sus sueños eróticos afloró en su mente y sintió que se ruborizaba. Se puso a hacer la cama rápidamente.



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