Paula giró sobre sí misma y comenzó a caminar de un lado a otro del despacho. Estaba claro que para pensar con claridad necesitaba apartarse de Pedro, del aroma que aún estaba en las sábanas de su cama, de la sonrisa que no dejaba de distraerla.
Trató de centrarse en el asunto que tenían entre manos. Pensando racionalmente y teniendo en cuenta todo lo que sabía que era cierto, no podía llegar más que a una conclusión: la ayuda de Pedro sería inestimable para conseguir atraer la atención de Darío y, sobre todo, para que aceptara casarse con ella.
Además, y sin necesidad de examinar sus ideas, sabía que tenía razón. Si desarrollaban un proyecto común en aquellos terrenos, ganarían mucho más dinero que si hicieran algo por separado. Tenía sentido. Todo lo que había dicho Pedro tenía sentido. Además de ganar millones, aprendería las habilidades necesarias para alcanzar su meta principal.
De manera que, ¿por qué sentía que estaba pasando algo por alto en el trato que estaba a punto de alcanzar? A pesar de todo, estaba convencida de que las ventajas superaban con creces a las desventajas. Cuando se casara tendría el control sobre Barón International, algo que deseaba desde que podía recordar.
Dejó de caminar y se volvió de nuevo hacia Pedro.
—De acuerdo, es un trato.
Él sonrió lentamente.
—Buena decisión.
—¿Cuándo empezamos?
—¿Contigo, o con el proyecto para nuestros terrenos?
Impaciente, Paula recorrió la distancia que los separaba.
—Examinaré tus ideas y aportaré algunas mías. Luego podemos reunimos de nuevo para hablar de ello. De momento, me gustaría que te centraras en la labor de transformarme en lo que consideres que debo ser para atraer a Darío.
Pedro se apartó del escritorio.
—Muy bien. ¿Te parece demasiado pronto que empecemos esta noche?
Paula dudó. Se preguntó por qué. A fin de cuentas, Pedro solo trataba de poner en marcha lo que ella le había propuesto.
—No. Me parece bien.
—En ese caso, pasaré por tu casa a las ocho.
—¿Para qué?
—Vamos a salir a cenar, pero antes quiero revisar tu vestuario para elegir lo que debes ponerte.
—Pero si suelo salir a cenar casi cuatro noches por semana…
—Tal vez, pero normalmente tus cenas tienen que ver con algún negocio o con alguno de los comités benéficos en los que estás metida.
Paula pensó en ello y decidió que, una vez más, Pedro tenía razón.
—De acuerdo. ¿Y en qué será diferente esta cena?
—Esta noche vas a tener una auténtica cita —los ojos de Pedro desprendieron un destello que, por algún motivo, hicieron que Paula se sintiera cálida e inquieta por dentro—. ¿Recuerdas la última vez que saliste con un hombre sin que fuera por algo relacionado con el trabajo o la beneficencia?
Paula trató de recordar, pero no lo logró.
—No. ¿Pero tan complicada puede ser una cita de ese tipo?
—Eso es lo que averiguaremos esta noche, ¿de acuerdo?
Paula asintió, sintiendo una vez más que estaba pasando algo por alto en aquel trato. ¿Pero qué podía ser? Había aceptado la propuesta de Pedro y, a cambio, él le iba a enseñar lo que necesitaba saber. Lo uno por lo otro. De manera que, ¿por qué estaba preocupada?
Al parecer, Pedro leyó su mente.
—No te preocupes, Paula. Haré lo posible para asegurarme de que, al final, obtengas exactamente lo que quieres.
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