Oh, eso no era bueno.
Paula Chaves miró con indiferencia por encima del hombro a la cubierta superior del club de campo, con la esperanza de que el hombre con la cazadora de piel oscura la mirara, mientras rezaba para haberse equivocado. Se dijo que quizá solo se pareciera a él. Durante meses, después de que la dejara, había visto sus facciones en la cara de cada desconocido: los ojos sensuales y oscuros y la seductora curva de sus labios; veía sus hombros anchos y físico fibroso en hombres junto a los que pasaba por la calle. Entonces contenía el aliento y el corazón se le disparaba. En los dieciocho meses que habían pasado desde que él le pusiera fin a la aventura que habían tenido,no la había llamado.
Finalmente lo vio junto al bar, con una copa en la mano mientras hablaba con otro de los invitados. Sintió que el corazón se le hundía y que se le formaba un nudo en la garganta. No se trataba de ningún engaño de sus ojos. Decididamente era él.
¿Cómo podía hacerle eso Beatriz?
Acomodando mejor a Mati, su hijo de nueve meses, contra la cadera, cruzó el césped impecable mientras notaba cómo los tacones se le hundían en la tierra blanda y húmeda. Cada vez que Mati se movía se deslizaba hacia abajo.
Con los vaqueros ceñidos y las botas de caña alta, con el cabello recién teñido de rojo sirena, era la antítesis de las madres de sociedad que bebían y alimentaban su vida social mientras unas agobiadas niñeras perseguían a sus hijos. Un hecho que no le pasaba a nadie por alto, ya que allá por donde iba la seguían miradas curiosas. Pero nadie se atrevía a insultar a la heredera del imperio energético Chaves, al menos a la cara, algo que a Paula le resultaba un alivio y una irritación al mismo tiempo.
Vio a su prima Beatriz de pie junto al castillo hinchable observando a su pequeña de seis años, Paulina, la niña del cumpleaños.
Quería a Beatriz como a una hermana, pero en esa ocasión se había pasado.
Entonces los vio acercarse y sonrió. Ni siquiera tuvo la decencia de aparentar culpabilidad por lo que había hecho, algo que no sorprendió a Paula. La propia vida de Beatriz era tan terriblemente tranquila y aburrida, que parecía obtener placer de meterse en los asuntos de otras personas.
–¡Mati! –Beatriz extendió los brazos. Matías chilló entusiasmado y se lanzó hacia ella y Paula se lo entregó.
–¿Por qué está aquí? –demandó en voz baja.
–Quién?
Beatriz se hizo la inocente cuando sabía muy bien de quién le hablaba.
–Pedro.
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