Ella fue a la cocina y él se sentó. No estaba seguro de qué diablos creía estar haciendo. Había ido para hablar de su hijo, y una vez hecho eso, no tenían ningún motivo para quedarse. El problema radicaba en que no quería marcharse.
Quizá había llegado el momento de admitir lo que en el fondo siempre había sabido. Aún tenía sentimientos no resueltos acerca de su relación con Paula. A pesar de lo que probablemente pensaba ella, tampoco a él le había resultado fácil ponerle fin. Paula era la única mujer que alguna vez lo había hecho sentir casi una persona completa. Como si no tuviera que esconderse. Casi… normal. Pero sabía que al final sus demonios podrían con él, siempre era así, y ella vería la clase de hombre que realmente era. Conociéndola y sabiendo la clase de mujer que era, intentaría ayudarlo. Pero eso no funcionaría. No tenía arreglo. Y cuanto menos tiempo pasara con ella, mejor. En particular en situaciones en las que Matías no actuara como parachoques. Entonces, ¿por qué no se levantaba, recogía su abrigo y se largaba de allí?
Ni él lo sabía. Aunque estaba seguro de que la sempiterna estupidez desempeñaba un buen papel.
–Entonces –comentó ella, desde la cocina–, ¿has mencionado que eres uno de los candidatos a presidente ejecutivo?
La miró. Se hallaba ante la encimera abriendo la botella.
–Es entre el director financiero, mi hermano Julián y yo.
–Tu hermano, ¿eh? Eso tiene que ser difícil –el corcho se desprendió y ella sirvió el vino–. Si no recuerdo mal, vuestra relación siempre ha sido… complicada.
–¿Es el modo educado de decir que es un imbécil arrogante?
–Llegué a conocerlo en una gala para recaudar fondos el año pasado –explicó Paula mientras llevaba las dos copas al salón.
–¿Intentó seducirte?
–¿Por qué? ¿Celoso? –le entregó una copa y las yemas de sus dedos se tocaron cuando la recogió.
Fue algo inocente, pero él lo sintió hasta la médula de su cuerpo.
–Porque Julián intenta seducir a todas las mujeres hermosas. No puede evitarlo.
–Creo que asistió con una cita.
Pedro se encogió de hombros.
–Eso nunca lo ha detenido.
–No, no trató de seducirme. Aunque quizá tuviera algo que ver el hecho de que estaba embarazada de ocho meses y era grande como una casa.
–De algún modo, tampoco puedo ver que eso lo detenga.
–Vamos, no es tan malo –comentó, riendo.
No solía serlo. De jóvenes, Pedro había sido quien lo había protegido. Ya no recordaba la cantidad de veces que había asumido la culpa por cosas que su hermano había hecho para protegerlo de la ira de su padre o se había interpuesto entre los puños de este y Julián. Siendo el hermano mayor, sentía que era su responsabilidad ampararlo, en especial porque era una persona tranquila y sensible. Un mariquita, solía llamarlo su padre. Pero en vez de la lealtad y gratitud que Pedro habría esperado, Julián aprendió a ser un maestro manipulador, siempre acusándolo a él por las faltas cometidas. En casa y en el colegio. Se convirtió en el chico de oro incapaz de hacer algo malo y Pedro se había ganado la etiqueta de camorrista y alborotador. Después de todos esos años, aún lo quemaba.
–Julián es Julián–afirmó–. Jamás cambiará.
–¿Cuándo se anunciará al nuevo presidente ejecutivo? –inquirió Paula.
Ojalá puedan llegar a un acuerdo, se relajen y dejen de pelear
ResponderBorrarMe gusta cómo se están relacionando. Está buena esta historia.
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