sábado, 12 de septiembre de 2020

ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 62

 


El guardia de seguridad del banco le abrió la puerta y Pedro le saludó con una sonrisa. Simuló no darse cuenta de la conmoción que causaba su presencia entre los empleados y se dirigió sin dilaciones al despacho de Pablo.

—¿Está Pablo? —le preguntó a la recepcionista. Cuando la mujer se quedó con la boca abierta, siguió su camino—. No se moleste en levantarse. Yo mismo me anunciaré.

Pedro se aguantó la risa mientras llamaba y abría la puerta sin esperar contestación.

—¿Pero qué…? ¡Pedro! —exclamó Paula poniéndose en pie.

Pedro echó un vistazo a su alrededor.

—¿Dónde se ha metido todo el mundo?

—¿Qué?

—Hoy es el día del pago, Pablo. ¿No te acuerdas? ¿Llego demasiado temprano? —preguntó mientras consultaba su reloj.

—El pago —repitió Pablo como un autómata.

—Sí, El proyecto Maiden Point.

—¿Maiden Point? balbució Pablo poniéndose pálido.

—Pablo, ¿te encuentras bien? te veo un poco demacrado.

—¿Qué estás haciendo aquí?

—¿Cómo? Hoy es día doce. Habíamos acordado que hoy se haría efectivo el pago de los préstamos.

—Sí… pero, ¿No te habías ido?

—Tuve que ir a California para solucionar algunos asuntos.

Pablo se dejó caer en el sillón.

—Creo que va a darme un infarto.

—Parece que no esperabas verme —rió —. ¿Creías que te iba a dejar colgado?

—Paula me dijo que…

—¿Y qué sabrá ella? Ya sabes que le ha tenido manía al proyecto desde el principio.

—Me dijo que no pensabas efectuar el pago. ¿Es verdad, Pedro?

Pedro sacó el cheque del sobre y lo puso en la mesa delante de Pablo.

—¿A ti qué te parece?

Pablo se quedó mirándolo sin poder apartar los ojos de aquel trozo de papel. Pedro sonrió al ver que el color volvía poco a poco a su rostro.

—Me parece que es la cosa más bonita que he visto nunca —dijo Pablo mirándole a los ojos—. Acabas de salvarme la vida.

—Los Chaves siempre habéis tenido una vena muy melodramática. A propósito, ¿dónde está tu hermana?

—Supongo que en su oficina.

—No, ya he ido. En su casa tampoco está.

—Pues entonces no lo sé. Esta vez se ha tomado muy mal que te fueras. Mucho peor que la otra. Ha perdido peso y se pasa el día llorando. No parece la misma.

—Sin embargo, ha tenido la energía suficiente como para desconvocar la reunión.

—No ha sido ella sino yo. Paula no ha dejado de insistir en que volverías a tiempo. Tendrías que haber visto la que montó con el concejo cuando empezaron a hablar mal de ti. Una verdadera tigresa. Es la única que ha conservado la fe. Y tenía toda la razón.

Pedro se sentía incómodo con el cariz que estaba tomando la conversación. Ser un héroe estaba bien. Un santo ya era excesivo.

—Ya que no me necesitas, voy a ver si la encuentro. 

Pablo se levantó y se le acercó.

—La quieres, ¿verdad?

Pedro sonrió a su manera.

—Sí.

Pablo le tendió la mano y Pedro se la estrechó con fuerza. Se miraron a los ojos.

—Gracias, Pedro —dijo el otro en voz baja.

—Nunca pensé que diría esto, pero no las merece, Pablo.

Pablo se echó a reír. Una carcajada en la que puso todo el alivio que sentía.

—Se ha acabado, ¿no?

—No. Yo creo que acaba de comenzar.

En Main Street volvió sobre sus pasos. Sólo que no prestó atención a las miradas de curiosidad y asombro que le lanzaban. ¿Dónde podría encontrar a Paula? La respuesta le golpeó en el plexo solar con la fuerza de un puñetazo. ¿Dónde habría ido él? A donde todo había comenzado. ¿Dónde si no?



No hay comentarios.:

Publicar un comentario