—¿Lo hago yo o te encargas tú?
—¿De qué? —preguntó ella.
—De forzar la cerradura.
—¡No podemos! Alguien la ha arreglado.
—A mí me parece que esta vacía.
—Son veraneantes.
—Pichones ¿eh? No cuentan —dijo él aplicándose a la cerradura.
—Pedro, soy la alcaldesa. No puedo ir por ahí forzando cerraduras.
—¿Ganas mucho con ese trabajo?
—Pues no. Pero, ¿eso qué tiene que ver?
—Porque imagino que vas a tener que mantenerme hasta que Lenape Bay despegue.
—¡Qué!
La cerradura se abrió. Pedro se incorporó con una sonrisa triunfante en los labios.
—¡Vaya! Tengo que reconocer que soy muy bueno haciendo esto. Si la urbanización falla, siempre puedo hacerme profesional.
—¿Ladrón?
—Mujer de poca fe. Me refería a cerrajero. Pasa.
—Eres un lunático.
—No. Sólo soy libre —dijo él cerrando la puerta a sus espaldas—. Ya no tengo nada que perder. Sólo a ti.
—Imposible. Yo te amo.
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